Doroty era hija de uno de los mejores hacendados del pueblo. Su padre había estado buscándole pretendientes durante mucho tiempo, había visitado a cada familia rica de los alrededores que tuviera al menos un hijo varón y ya conocía muy bien a los posibles candidatos cuando Doroty apenas comenzaba a leer.
La muchacha cumplía 16 años y ya estaba comprometida con Esteban, cuya familia se dedicaba al negocio del café. Sería una buena unión y forma de aprovechar las tierras que poseía su padre para ampliar las plantaciones.
Pero la muchacha quería algo más, desde pequeña soñaba con ir más allá de su pueblo, más allá de las ciudades que rara veces visitaba durante unos días con su madre y donde compraba hermosos vestidos. ¿Para qué le servían los vestidos cuando veía su mundo tan reducido? No se sentía igual a sus amigas, desesperadas por cazarse y tener un esposo a quien esperar con la cena servida y dispuestas a quitarle los zapatos y masajear sus pies después de un largo día. Se sentía superior a eso y no es que lo viera como un comportamiento despreciable, solo que lo notaba algo monótono y aburrido. ¿Quién quiere pasar toda su vida en el mismo lugar, repitiendo las mismas cosas día tras día? – pensaba – Quizás en un futuro las cosas se volverían interesantes con la llegada de sus hijos, pero seamos sinceros, quién quiere hijos con un hombre al que no ama. ¡Estaba atrapada! Atrapada y con un destino sellado ante la vista de Dios y todos los hombres. Lo único que le quedaba era desear, rogar por ayuda a cualquier ser o fuerza que la escuchara.
La mañana de su boda despertó con un hermoso canto. Se imaginó que sería una muchacha de algún coro que su madre había contratado para la celebración. Pero al salir a la sala no encontró a nadie parecido, tampoco halló muestra semejante en el jardín, solo estaban los criados adornando la casa, preparando las mesas con manteles y flores. En eso tropezó con su padre – ¡Pero Doroty! ¿Qué haces aun sin vestirte? – se volteó y tomó de la mano a la criada que tenía más cerca y le dijo – ¡Ayuda a mi hija a arreglarse y no te separes de ella hasta que haya acabado!
Las dos fueron a la habitación. La muchacha se colocó un hermoso vestido blanco, de mangas largas, aro y encaje, se puso el velo y cubrió su rostro con él. Las horas pasaron y todos los invitados andaban impacientes. La madre temiendo la ira del padre fue a buscar a su hija. Tocó varias veces a la puerta y no escuchó respuesta, impaciente la abrió de golpe: la ventana estaba rota y un aire violento y frío entraba por ella, en el suelo la criada yacía inmóvil, toda empapada de agua. Su cuerpo estaba pálido, sus labios morados y la piel de los dedos de las manos engurruñados, los síntomas parecían de ahogamiento. Todos espantados no entendían cómo aquella semejante atrocidad había sido posible. Doroty estaba desaparecida, no encontraron rastro de ella, la buscaron en cada rincón de la casa, dentro del pozo del patio, armaron expediciones al bosque, pusieron carteles de recompensa y nada, era como si se hubiera esfumado con el viento.
Tiempo después, a lo lejos, en lo más profundo del bosque un cazador encontró un velo en las orillas de una charca. La noticia corrió rápido y supieron que nunca verían el cuerpo de Doroty, pues cuenta una antigua leyenda que quien entre en esas aguas jamás podrá salir, su alma será presa de la ninfa que habita en ellas.
Al parecer las plegarias de la muchacha habían sido escuchadas…