Nuevas armas habían sido fabricadas por el herrero, su viaje había durado seis meses. Al verlas relucientes y llenas de poder sagrado, el hombre se dijo así mismo que cada minuto fuera había valido la pena. Su ayudante tocó las grandes puertas de la muralla de madera. Los vigías de las alturas alzaron sus voces avisando a los porteros que permitieran el ingreso.
La caravana era empujada por un viejo burro que parecía desfallecer y cuando las compuertas se abrieron un gentío ya se había aglomerado frente a ellos. Los más pequeños llevaban tazones de agua y zanahorias recolectadas exclusivamente para el viejo cuadrúpedo, en cambio, a los adolescentes ya no les entretenía el torpe burro, sino las armas con las que podían matar demonios.
El herrero los espantaba de la caravana para que no levantaran el gran manto con el cual estaban cubiertas las armas y los muchachos retrocedían entre risas y empujones, levantando todo el polvo en el lugar.
—¡Ya quiero verlas, viejo! ¡Apure, apure! Vamos al establo, mañana es la iniciación.
Las casas eran espaciosas y muy separadas entre sí, pero no había duda que la estructura arquitectónica de piedra y madera era sumamente exacta y fortificada, cada uno de esos hogares, eran, en apariencia, como pequeños castillos.
Uno que otro morador pasaba por allí y saludaba respetuosamente al viejo herrero volviendo luego a lo suyo. Los habitantes de ese pueblo entendían muy bien su rol en este mundo, cada acción en su día a día tenía que contribuir a su objetivo común, más si estaban en la temporada ceremonial. Ahora era cuando todos estaban ocupados en organizar la ceremonia anual de iniciación, este, en particular, era un año en que las expectativas hacia las mujeres estaban muy altas, así que los padres de esas niñas estaban realmente regocijados. Muchos hombres entrenaban a sus hijas desde pequeñas para que aprobaran el examen de iniciación, pero era como una costumbre que ninguna de ellas lograba superarlo. Por lo que no eran común que existan “enmunds” femeninas.
—Espero tener una linda arma, ay, quiero flechas… ¡Flechas doradas! —Exclamó Quimper- ¿Y tú qué tipo de arma deseas?
—Primero, preocúpate por aprobar la iniciación, idiota —resopló su hermano mayor Álbor.
—¡Claro que lo haré! Si tú pudiste hacerlo, yo también. Llevamos la misma sangre después de todo. ¡Qué son doce horas dentro de un bosque! ¡Nada!
Álbor cruzó los brazos y exasperado miró a otro lado, su mirada se cruzó con la de la chica de rubios cabellos.
—¿Estás nerviosa? —Le preguntó.
Saccani negó con la cabeza.
—Ya, dejemos al maestre hacer sus arreglos. Vamos de una vez a almorzar.
Caminaron en fila hasta llegar a una casa tallada en piedra con tejado de madera y paja, rodeada de un jardín de flores multicolores. La puerta ya estaba abierta, así que Álbor fue el primero en cruzarla. Lo primero que sintió fue el fuerte olor a pimienta, arrugó su nariz desagradablemente. Quimper fue a la cocina y husmeó en las ollas, todo estaba listo, pero no había rastros de su padre. El gran sacerdote y querube tenía que velar por la correcta posición de los artilugios sagrados, así que su presencia era más necesaria en el tabernáculo que aquí, en su hogar.
Saccani ayudó a ordenar la mesa y a servir los platos. Las comidas eran bulliciosas y entretenidas, a pesar de no hablar demasiado ella lo disfrutaba. La alegría de Quimper era contagiosa y su sonrisa trasmitía tranquilidad, ella realmente adoraba esa parte de él.
—¿Por qué siempre utiliza pimienta a pesar de que este platillo no la necesita? —Cuestionó Quimper.
—Es su extraño fetiche —contestó Álbor.
—Mañana cocinaré yo.
—Mañana es la iniciación, idiota. A esta hora, estarás en el campo de entrenamiento. ¿Acaso saldrás para venir a cocinar? —Albor se burló.
—Y tú, Saccani, si me ves en problemas, me ayudas ¿okey? —Dijo Quimper mientras masticaba su comida y la señalaba con su cubierto de hierro.
Saccani estaba por asentir con su cabeza; sin embargo, Álbor espetó— ¡No! Cada uno verá por sí mismo, ese es el objetivo de la prueba. Si necesitas ayuda para pasarla, ni siquiera podrás con algo peor como enfrentar a un demonio tú solo. No seas una vergüenza, Quimper.
Saccani pensaba en que Quimper no era ninguna molestia para ella. Su compañía era relajante, algo irritante sin duda, pero tener al bullicioso Quimper a su lado no le permitía pensar en la soledad.
Álbor era el hermano mayor que ya había pasado las pruebas, lo mejor que podía hacer por ellos era darles algunos consejos. No podía revelar todos los detalles porque eso era algo que cada participante tenía que averiguar por sí mismo, ya que de por sí pasar la prueba involucraba más el uso del sentido común que de la fuerza bruta. Esa tarde les hizo practicar con arcos de madera para aumentar la distancia del disparo de las flechas y les comentó acerca del sentido de la prueba. El por qué era solo doce horas, así como la urgencia de ir hacia la punta cumbre lo más antes posible, pero guardándose las partes más importantes.
Por la noche, Quimper y Saccani estaban agotados, fueron a tomar una ducha y luego regresaron para cenar, a esa hora el sacerdote ya había regresado y los encontró bebiendo en sus pequeñas tacitas una mezcla de toronjil. El sacerdote fue a cambiarse antes de compartir su tiempo con ellos. No podía ser parcial y no les iba a dar ningún consejo, pero por lo menos podía darles ánimos genuinos.