La fiesta después de la iniciación era un gran evento en el centro de la plaza principal. Todos los pobladores contribuían en la preparación de los manjares y los más talentosos organizaban piezas teatrales o lindos coros para alegrar el ambiente. Se sentía la dicha en el aire por la nueva generación de guerreros enmunds, era imposible no unirse a ellos, excepto para los que no pudieron aprobar la iniciación. Estos se mezclaban entre la gente o permanecían en sus casas con rostros taciturnos, su orgullo debía volver a ser construido y eso les llevaría algo de tiempo.
Según la tradición, el sacerdote o Rankus -que para esta generación también hacía la veces de la Querube- debía participar en la apertura de la pista central de procesión, pero era imposible danzar un baile que requería a dos personas sincronizadas tanto física como espiritualmente, por lo general, ante estas situaciones poco concurrentes, se omitía este paso para evitar sacar a flote dolorosos recuerdos, por lo que, al igual que desde hace nueve años atrás, la procesión de nuevos miembros comenzó inmediatamente después de finalizar los eventos animosos de introducción, sin el baile del Vehsilik(1) y la Querube.
Los diez jóvenes hicieron un solo recorrido por el centro de la plaza para que todos recordaran sus rostros, después de eso, apareció el viejo maestre herrero encabezando una fila de jóvenes enmunds que traían las definitivas armas sagradas. Estas consistían en una guadaña, un juego de dagas, un par de espadas, un par de sables, una lanza, un boomerang, una ballesta, un mangual retráctil, un arco con flechas y una flauta.
Las armas de plata brillaban al reflejarse el fuego sobre su superficie, habían sido diseñadas con elegancia y amor, y ello no era motivo de asombro porque el maestre utilizaba toda su ingenio y habilidad para crear a cada una de ellas, haciéndolas únicas y capaces de adaptarse a la energía espiritual de su portador. Ahora era turno del Rankus, quien debía asignarlas según su criterio, lo que muy a menudo era contrario a los deseos de los jóvenes iniciados, pues sin duda alguna, el arma más interesante para ellos era la majestuosa guadaña de plata.
El sacerdote había visto crecer a cada uno de los muchachos, vio su potencial y el desarrollo de sus habilidades y talentos en la Ceremonia de Iniciación, así que ya tenía en mente a quién otorgar cada una de las armas frente a él. Se aproximó al maestre y este cedió su lugar, procediendo a retirarse hacia el frente en donde estaban el público observando con expectación el ritual. El Rankus se colocó su máscara blanca sin rostro, y fue directo a tomar la guadaña de las manos del primer joven enmund.
Los jóvenes habían pensado que esta, por su grandeza, iba a ser la última en asignarse, y al no ser de ese modo, se sintieron aún más ansiosos. Quimper en su cabeza gritaba «¡La quiero, la quiero!» y trataba de buscar la mirada de su padre para que comunicarle que se la diera a nadie más que a él.
Pero, el Rankus caminaba hacia ellos sosteniendo la guadaña con ambas manos, la máscara no permitía que los demás adivinaran hacia donde centraba su punto de visión, solo por su trayectoria se dieron cuenta de que se dirigía al que consideraban el más débil de todos: Bendici. En ese momento, Kimleight y Veira contuvieron sus inmensas ganas de objetar la decisión, una que era la primera y última si había sido tomada por el sacerdote por lo que, al final, impotentes presionaron sus labios enmudecidos.
El pobre Bendici sintió las miradas disgustabas de sus compañeros, ello lo hizo cohibirse aún más, obligándolo a sentirse inmerecedor del arma más añorada por sus compañeros. No hay duda de que la mente es muy poderosa y cuando está sugestionada nos hace comportarnos torpemente. ¿Qué si todos deseaban esa arma? ¿Acaso no es el mismo sacerdote quien se la estaba entregando? Aun así y siéndole ofrecida el arma, Bendici agachó la cabeza sin mirarla. No podía ver la expresión del Sacerdote por la máscara de rostro blanco que llevaba; sin embargo, este, hombre sabio y gentil, le hablo apaciblemente «Yo te asigno la guadaña de plata, Bendici, tómala».
Bendici estaba preparando argumentos para que le dieran no esa, sino otra arma, pero sería una descortesía no recibir lo que el sacerdote le estaba ofreciendo delante de todos. Así que Bendici estiró sus manos y la recibió temblorosamente. Allí, en las manos del Rankus esa arma parecía tan ligera y dócil, mas en sus manos están parecían lingotes de fierro macizo. A Bendici no le quedó de otra que apoyar verticalmente la guadaña en el suelo. Con dos palmaditas en el hombro, el sacerdote pasó de él y continuó con la asignación. Finalizado ese paso, la multitud vibró en aplausos.
El juego de dagas cuya empuñadura era preciosa y delicada, fue dejada en las manos de Saccani. Ella las miró y no vio gracia alguna, estaba descontenta porque a pesar de que la guadaña ya no era una opción tenía esperanzas de obtener el majestuoso arco con flechas. El Rankus le dio una suave palmadita en la cabeza y nuevamente retrocedió a tomar otra arma. Nuevamente, retumbaron vítores de algarabía que aturdían a Saccani, pero lamentablemente para ella estaba obligada a escuchar en cada procedimiento de entrega.
La fina lanza de plata con incrustaciones de gemas rojas, era la próxima en la mira. El Rankus lo pensó mucho, pero al final se la dio a Veira. Para Kimleight, le tenía reservada las flamantes espadas gemelas de doble hoja, él no se quedó descontento, prefería cualquier arma a tener el boomerang. Y esta arma en particular era muy práctica, el maestre no les había dado los detalles, pero aquellas podían extender su rango al aplicarles energía espiritual. El que mejor dominio tenía de aquella era Lacks, así que se hizo acreedor de esa arma en potencia.