Ocho años Después...
—¿Whiskers? —la pequeña se agachó a mirar abajo del escritorio de su padre. Su conejito no parecía estar ahí tampoco y eso la preocupó.
Dejó escapar un resoplido y se puso de pie, sacudiendo sus pequeñas manos sobre la falda de su vestido.
Salió de la oficina de su padre y se acercó al escritorio de la secretaria. La mesa estaba un poco alta por lo que tuvo que ponerse de puntillas para poder mirar a la mujer de enormes lentes rojos.
—Whiskers no está en la oficina de mi papi.
—¿No? —la pequeña negó, sacudiendo su melena rojiza—. Lo siento mucho, juro que solo descuidé al conejo unos segundos ¿A dónde pudo haber ido? —la joven secretaria se rascó la frente.
Estaba nerviosa.
¿Y ahora qué iba a hacer?
Si su jefe se enteraba de que por su descuido el conejo de su hija se había perdido, lo más seguro era que la regañaría, quizás hasta podía despedirla. Para nadie era un secreto que aquella pequeña de ojos verdes, cabello rojizo y diminutas pecas sobre la nariz era su adoración. Especialmente desde que su esposa Sara falleció.
—¡Papi!
La secretaria se levantó de golpe de su silla al ver a su jefe.
—¿Cómo te has portado mi oruguita? —preguntó besando su frente.
—Papi Whiskers se perdió. Fui al baño y lo dejé al cuidado de la señorita Gonzáles, pero ella se descuidó y mi conejito se fue.
Maximiliano Grigory escuchó sin interrumpir a su pequeña.
—¿Dime una cosa oruguita, ese conejito travieso es igual a este? —sacó la pequeña mascota peluda del bolsillo de su saco y se lo puso a su pequeña en las manos.
Aquel conejo había llegado hasta la sala de reuniones, tan pronto lo vio lo escondió en el bolsillo para que sus socios no lo vieran.
—¡Whiskers! —exclamó ella con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿En dónde te habías metido? Papi gracias.
—De nada princesa —dijo y posó sus ojos en su secretaria. La mujer tragó saliva.
—Lo lamento mucho, señor yo...
—Está bien, señorita Gonzáles. Solo le pido que la proxima vez abra bien sus ojos. Nada es más importante que mi hija y las cosas que la hagan feliz.
—Por supuesto, señor.
—Mi reunión con mis socios ya terminó así que ahora saldré con mi pequeña a nuestra cita con el pediatra. Cualquier asunto pendiente por favor, pospongalo para mañana.
—Como usted diga, señor.
—Papi —su pequeña oruguita se colgó de su brazo—, ¿Después de ir al pediatra podemos ir a comer helado?
—¿De esos con queso que tanto te gustan?
—Sí, ¿Podemos papi? Por favor —ladeó la cabeza y lo miró con sus ojitos risueños.
Max sonrió.
—Por supuesto. Cualquier cosa que quieras, tú solo pídela mi vida.
La niña lo tomó de la mano y salieron juntos al estacionamiento para ir a la cita con el pediatra.
—¡Eres un bueno para nada. Mira lo que has hecho idiota, arruinaste mi computadora! —gritó colérica.
—Lo siento mucho, jefa yo...
—Pero no te quedes ahí, imbecil. Corre a buscar un tecnico para que me la venga a reparar. Por tu bien más vale que mis documentos no se hayan perdido.
—Sí señora.
Su asistente salió corriendo a la brevedad y casi chocó con la madre de Merida, se disculpó y retomó el trote.
—Es un tonto —murmuró Merida por lo bajo, mientras trataba de secar el café que se había derramado sobre el teclado de su laptop.
—No deberías tratarlo así —dijo su madre, acercándose a saludarle con un beso en la mejilla.
—Si no le gusta se puede largar. Nadie es indispensable.
—No me gusta que te expreses así.
—Así he sido los últimos años. Ya deberías haberte acostumbrado.
—Jamás... Nunca podré. Extraño a mi niña de buen corazón, la que era amable, feliz y no humillaba a nadie.
—Esa se murió mamá. El mismo día en que la... —se tragó la última palabra, fingiendo que no le afectaba aún recordar quel tormentoso momento de su vida, y retomó lo que estaba haciendo.
—No voy a perder la fe, hasta el último día de mi vida yo seguiré pidiéndole a Dios que te ayude a sanar para que vuelvas a ser la de antes.
—Dios no existe, mamá. Y ya sabes cuanto odio que te pongas a hablarme usando tu religión barata para tratar de ablandarme un poco. Bueno dime qué quieres y vete porque tengo mucho trabajo.
Any suspiró.
—Vine a petición de tu prima, quiere que por favor asistas al baby shower de su bebé. Le encantaría pedirtelo personalmente, pero dice que ignoras sus llamadas y que las únicas veces que le respondes es para... no quiero decir la palabra.
—¿Para mandarla al diablo?
—Sí. No entiendo por qué haces eso.