17 de junio, 2018:
—¡Mamá, llegué! —grito mientras abro la puerta de entrada de la casa. Una vez estoy en la sala, coloco el casco que uso para andar en patineta en el perchero que estaría ocupado por abrigos y gorros de lana, de no ser porque la temperatura del verano es tan alta que me sorprende que de mis zapatos no desprenda fuego al caminar. A veces siento que estoy metiendo mis pies en un horno, no bromeo. Me los quito junto mis calcetines y enciendo el aire acondicionado de la sala. Andar descalzo sobre el fresco suelo, es definitivamente uno de los placeres de la vida. Entonces, cuando me lanzo al sofá, haciendo que este se eche para atrás unos centímetros, me doy cuenta de que no recibí una respuesta cuando entré a la casa. —¡¿Mamá?!
Veo a todas partes, pero nada. Decido ir a la cocina, donde suelo encontrarla siempre que está en casa. Desde que papá ya no está, ella evita pasar tiempo dentro de la habitación que compartían, inclinándose más por hacer alguna actividad de provecho fuera o dentro de cualquier otra parte de la casa. Al posar mis ojos sobre la encimera, descubro un papel con su perfecta caligrafía. ¿Cómo rayos lo hace? Mi letra bien podría ser un nuevo modelo representativo del quechua.
Cariño, llegaré un poco tarde del restaurante. En el horno dejé una tanda de galletas. Te amo.
Me dispongo a sacar la bandeja con galletas, ya a temperatura ambiente, del horno. Inhalo el aroma. Pueblo, os digo: así huele la gloria. Sonrío mientras me sirvo un vaso con leche y me llevo la bandeja entera hasta la mesita que está entre el sofá de la sala y el televisor. Este sillón perfectamente podría ser mi segunda cama. Me lanzo sobre el de nuevo y cruzo mis piernas, para apoyar mi cabeza en uno de los reposabrazos.
Estoy cansado de trabajar, esto de atender clientes es un poco más complicado de lo que esperaba. Hace cosa de un mes conseguí un trabajo con paga razonable en una tienda de discos, a la que fui recomendado por dos amigos míos. Siempre he sido devoto a la buena música y necesito el dinero. ¿Qué más podría pedir? Es algo mediocre, pero me sirve. Puedo ayudar a mamá con la renta y el agua, mientras ella se encarga de la electricidad y la comida, aunque mi puesto a veces, con las propinas, me permite contribuir con ella también e incluso darme algunos gustos si me esfuerzo en ahorrar.
Cuando terminé la escuela, lo tenía claro. Sabía que los planes que en algún momento había tenido, pagaron un boleto sin retorno para irse al demonio. Pero ya es muy tarde para lamentarse. Literalmente, porque no tengo tiempo para eso.
Enciendo el aparato frente a mí y comienzo a buscar algo bueno que ver. Pasan unos minutos sin que algo llame particularmente mi atención. Basura, basura y… más basura. Dejo de cambiar canales al ver que están transmitiendo uno de esos programas tontos de cotilleos que no me interesan para nada, pero debe ser mejor que esos molestos comerciales que ofertan cosas como: “¡Compra tres rascadores de traseros por el precio de dos y lleva uno pequeño totalmente gratis!” Que pasan por el canal anterior, uno de los pocos que podemos ver justo ahora porque nos cortaron el cable y mamá va a pagarlo mañana. Recuerdo también que en mi habitación había dejado la noche anterior una bolsa de Doritos, así que voy por ella. De regreso al sofá, con la leche, las galletas y esto, tengo más que clara una cosa y es que voy a convertirme en una pelota.
—“Y, ¿están listos? Chicos, chicas, ¡¿en verdad están listos?!” —La rubia de la tele pregunta al público ubicado en una especie de gradas y la multitud eufórica no hace más que gritar. La cámara hace un acercamiento a ellos y montones de pancartas y posters salen a relucir. Son de una chica, pero no logro detallarla bien—. “¡Excelente! Ya que están preparados, por favor denle la bienvenida a esta chica talentosísima, cuyo álbum debut ha logrado llegar a la lista de los diez más escuchados a nivel nacional en tan sólo unos seis meses. ¡Ella es toda una revelación! Sin más preámbulos, con ustedes, ¡Savanna Cristoph!”
La pantalla se oscurece unos diez segundos antes de volver a mostrar todo iluminado. Los acordes de una guitarra suenan acoplados al ritmo suave de una batería y los aplausos no se hacen esperar. La imagen es de un escenario repleto de todo tipo de azules y de inmediato sé que la canción es algo así como una balada. Se escucha tan bien que decido que me gusta sin conocer su nombre o a la intérprete. Tampoco me suena de ningún lado, asumo que ha de ser una de esas nuevas estrellas en ascenso.
Lo siguiente que escucho es algo tan dulce que se siente una caricia al oído. Jamás había disfrutado tanto de aquello que se hace llamar “color de voz”. Nunca había entendido su importancia ni comprendido por completo su significado, hasta ahora.
Definitivamente esa voz tiene un color. No, esa voz es un color.
Si tuviera que ponerle nombre al suyo, sería violeta. Elegante, tierno y encantador. Así se define, según yo, la forma en la que canta esta chica. Introduzco a mi boca un Dorito mientras espero con ansias el coro de esta nueva canción que para antes de que se hagan las cinco de la tarde, estará en mi lista de reproducción. Finalmente, llegada la mejor parte, la voz toma una fuerza que me hace estremecer. Nunca había escuchado tal alcance, en mi vida. Las luces pasan de azules a blancas, permitiendo admirar mejor la escenografía y el rostro de la intérprete.
Es entonces cuando la veo.
Mi corazón empieza a bombear con mayor velocidad y el Dorito que estaba por tragar, cae al suelo cuando mi boca se abre por lo idiotizado que me encuentro. Hipnotizado. Obnubilado. La chica es realmente hermosa, dentro de los rasgos que más denotan normalidad. Su piel no es ni clara ni oscura; está justo en el medio, inclinándose a ser un poco bronceada. Sus ojos son de color marrón. Hay algo en su sonrisa que al instante me encanta; en sus facciones, sus mejillas y lo esbelta que parece. La manera en la que toma el micrófono es avasallante. Su belleza va más allá de simple estética. Su cabello es castaño, largo y luce tan sedoso que…