CAPÍTULO II
Se gesta una rebelión
Al comienzo de los tiempos, incluso antes de culminar la creación, el Señor sopló sobre el viento e infundió aliento a unos seres sublimes a los que llamó ángeles. Pero éstos, que estaban en perfecta unión con el padre, le pidieron extender su misericordia y así nacieron muchos otros seres de luz, que de manera natural crearon una extensa sociedad.
El hombre cree de forma errónea que los ángeles fueron creados por Dios, para extender su voluntad a la humanidad, cuidar de ella y luchar contra las fuerzas oscuras. Lo que no entienden es que cuando el Padre creó a estos seres, la oscuridad no existía; tampoco la humanidad. Como de costumbre, el ser humano tiende a pensar que todo en el universo gira a su alrededor y entonces los ángeles son como una especie de custodios personales, pero la verdad es que ellos existían por voluntad de Dios, millones de años antes de que el hombre apareciera.
Vivían bajo una estructura vertical y con funciones específicas, algo parecido a una colmena de abejas. Pero entre ellos había uno muy especial; era la creación más perfecta y sublime, así como increíblemente poderoso. Era conocido como Luzbel, y solían llamarle Lucero del alba.
Había sido dotado por Dios de gran belleza e inteligencia. Aunque no formaba parte del coro más cercano al creador, gozaba de su amor y preferencia y en consecuencia, era no solo un ser con mando sobre otros ángeles, sino que también contaba con la admiración de estos.
Uno de esos admiradores era Miguel, un arcángel que en jerarquía estaba mucho más abajo, aun así amaba a su creador y admiraba a Luzbel; soñaba con ser tan fuerte, tan veloz y tan digno como el primero, pero no por vanidad, sino por deseos de servir a Dios, en plenitud de su voluntad.
Un día, Miguel se acercó a quién tanto admiraba para pedirle consejos; si había una manera de ser mejor para la gracia del creador, él quería saberlo. De esa forma nació una amistad entre ambos, así que de cuando en cuando, Luzbel escogía a Miguel como su ayudante directo, en algunas encomiendas celestiales.
En sus tiempos libres, se reunían para filosofar y hasta practicar el arte del combate, porque aunque no hubiesen enemigos, Dios les había alertado de que un día llegaría, en el que el ejército de ángeles, se enfrentaría a un terrible mal y tendrían que defender al reino de los cielos. Miguel sentía alegría de tener como maestro a Luzbel. Nadie le podría entrenar mejor y sus comañeros lo sabían; sentían que así como Luzbel era afortunado al gozar de la preferencia del Padre, Miguel lo era también en virtud de gozar de la preferencia de su tutor.
Pero los años y los siglos fueron pasando; en ese tiempo muchos ángeles cometían faltas, manifestaban debilidades y actuaban en deshonra de sus divinas naturalezas. Luzbel deseaba castigarlos severamente, darles lecciones increíblemente duras, las cuales él consideraba acordes. Más, el creador se lo impedía; les perdonaba aquellos actos impuros con tan solo una reprenda, como quien apenas si llama la atención a un hijo que acaba de faltar gravemente.
Luzbel comenzó a preguntarse si la autoridad del Padre era la correcta para dirigir al mundo. Claramente sentía en su interior que él, llevaría el orden universal de una manera muy diferente. Así comenzó su descontento con Dios; sin darse cuenta empezó a sentir envidia de la posición del creador y contempló el hecho de que él podía superarlo en lo concerniente a dirigir el reino de los cielos. Y cuando parecía que nada podía empeorar, todo se puso peor.
Un día fue mandado a llamar ante la presencia de Dios, una vez allí, el Señor de los cielos le preguntó por algunas encomiendas previas, puras trivialidades. Al escuchar el parte, Dios se sintió complacido y le mostró a Luzbel la visión del hombre. Ese ser, sería su siguiente creación y le otorgaría poder sobre los seres vivos de la tierra.
Ya por entonces, algunos ángeles se habían ausentado del cielo sin permiso para ir a la tierra. El propio Luzbel tuvo que tomar acciones contra un par de ellos y desde entonces sentía, que el mundo terrenal tenía una esencia disruptiva, que contaminaba la voluntad de los ángeles. ¿Cómo ahora Dios pretendía crear un ser inferior, y exponerlo a aquella tentación?
Lo que realmente pasaba por su corazón era la envidia y la ira. Y aunque quiso disimularlas, ante Dios eso no se puede. Pero el creador solo notó aquellos sentimientos oscuros en su ángel y no dijo nada, quién sabe por qué, pero era de esperarse porque todo lo concerniente a Dios, suele ser todo un misterio para nosotros los mortales.
Luego de su encuentro con Dios, el alma de Luzbel quedó convulsa por la ira y el enojo. Se reunió con Azazel y Gadreel y les contó cómo Dios pensaba "echar a un lado" a los ángeles, en favor de una criatura terrenal, a la que le daría el dominio de aquel reino, aun cuando serían inferiores y seguramente impuros.
En los días siguientes, otros más se le unieron. Comenzaron a conspirar y a planear una rebelión que dejara a Luzbel a cargo de la creación. Durante muchos siglos, Dios no había abandonado su trono y a esas alturas, ellos pensaban que sin los ángeles, la creación se hubiera venido abajo. El grupo rebelde creía firmemente que eran ellos quienes llevaban el peso de mantener el equilibrio universal, mientras que Dios solo impartía órdenes, sentado allá en lo alto, en su trono, sin moverse de ese lugar y desconectado de la verdad del universo.
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Editado: 24.06.2023