|Capítulo 8: Entre mates y pérdida de control |
Kayden:
Estoy especialmente inquieto esta mañana.
Ya no es solo saber que ella está aquí, es todo. Mi “lobo”, como dice mi padre, está revolviéndose al no conseguir nada de lo que quiere. Quiero poder levantar la mirada y ver el cielo, sentir césped húmedo bajo mis pies y perderme en el bosque para poder transformarme y correr. La energía se amontona en mi interior sin poder quemarla y eso me está haciendo perder la cabeza.
Estoy descubriendo por las malas todo lo que mi padre trató de explicarme en su momento y que preferí ignorar. Él pasó por esto, y me ha dejado darme de bruces contra gran parte de las consecuencias porque sabe que no tengo otra forma de aprender.
Estoy perdiendo la cordura aquí dentro.
—Vas a hacer un agujero si sigues dando tantas vueltas —murmura Jeremy sentado en las escaleras. Esta mañana, se ha acercado y ha cambiado turnos con Makayla. En vez de enseñar a rastrear a los adolescentes de la manada, se ha quedado a vigilarme (o hacerme compañía para mantenerme despejado)—. ¿Por qué no te sientas un rato?
—Dilo una vez más y…
Oírle masticar carga mis ya de por sí sobrecargados sentidos.
Cierro las manos sobre los barrotes habiendo notado que, como las últimas veces en las que me he dignado a hablar, mi voz ni siquiera parece la mía. La molestia se abre un hueco entre mis palabras y ya he dejado de intentar disimularlo. No me queda serenidad, apenas paciencia.
Quiero salir, y me estoy quedando sin fuerzas para controlar esa necesidad.
—No vas a hacer avances pisando el suelo en círculos —añade Jeremy.
—Si dejo de moverme voy a perder la cabeza —me quejo.
—Por una vez, te doy la razón. —No la voz de Jeremy, sino la de mi padre la que resuena en las estrechas escaleras hacia este sótano.
Su presecia es angustiosa, y no solo porque no he sido capaz de oírle o sentir su presencia de alguna forma cuando se ha acercado al edificio como suele pasar, sino porque, además, trae consigo un detonante que me tiene en la puerta con una mezcla de emociones levantándose sobre mi razón.
Hace un gesto hacia Jeremy para que se vaya y no es una sorpresa que él cumpla sin rechistar.
—¿Sabes por qué te intenté enseñar de niño a mantener lazos con la manada en tu forma humana? —pregunta—. Porque así es como puedes sentir cuándo hay un detonante en ellos y cuándo son peligroso. Cada vez que uno se convierte en un peligro, lo noto, y sé a quién parar.
“Sea como sea”, omite.
Sus lazos con los nuestros son de los más fuertes que se conocen, lo que era de esperar teniendo en cuenta que desciende de una línea de alfas (hombres y mujeres) cuya sangre ha corrido pura por nuestra línea durante tantas generaciones que se ha convertido en una de las más importantes a día de hoy. Él es un ancla entre todas las personas aquí. Mentalmente, su red les abarca a todos, yo apenas puedo encontrar las emociones de mis más cercanos en mi forma humana.
Ese don se cortó al llegar a mi madre.
Por eso, aunque haya desarrollado la fuerza física y agudez en mis sentidos que se esperaba, otros “dones” no son tan claros para mí, aunque mi padre sigue diciendo que lo desarrollaré con el tiempo o cuando, por necesidad, llegue a mí tras ganarme el título de sus manos. Yo lo dudo.
—¿Intentas decirme que soy ese del que deshacerte?
—Uno tan notorio que no puedo ignorar. —Apoya una mano sobre una de las barras—. Has esperado demasiado y estás empeorando. Tu lobo necesita sus hábitos, sobre todo ahora.
—Me he dado cuenta. No puedo concentrarme en nada desde ayer.
Incluso mientras lo digo, estoy moviéndome por el espacio reducido de esta celda, más inquieto a cada hora que paso aquí dentro. Pensé que los primeros días fueron los peores, me sentía drenado, pero ahí, al menos lidiar con ese instinto era más sencillo, estaba decaído, con un profundo rechazo que me hundía en la miseria. Ahora ese instinto se agita demasiado fuerte como para dominarlo y no me quedan fuerzas para seguir intentándolo.
Dejo de andar al notar un olor que se ha vuelto familiar y me roza con una pacífica sensación.
—Has estado con ella —noto con desagrado.
Se aleja de las barras antes de poder alcanzarle.
—Ayer —puntúa—. Lo que podrías distinguir si te concentraras, los olores tienen su peso, el tiempo tiende a…
—¿Vas a darme una maldita lección ahora?
Cierro las manos y siento las heridas sobre mi piel que, como las últimas, sanarán en cuestión de minutos por muy profundas que terminen siendo.
Me estoy volviendo loco entre estas paredes. La zona de la ventana, el punto alto de la celda, está destrozada de todas las veces que me he agarrado a ello para impulsarme y poder ver el exterior. He sentido ganas de escaparme por ahí tantas veces que he perdido la cuenta, esos barrotes son más pequeños y uno de ellos se ha movido un poco en mi mano cuando he insistido esta mañana.