|Capítulo 13: Entre manadas y problemas|
Kayden:
Mi padre tiene una habitación reservada para las “conversaciones importantes”. Está apartada de todo para que las conversaciones no sean tan audibles para el resto de la manada y la utiliza cuando trata temas delicados con miembros de otras manadas. Hoy, la usa conmigo.
Sé, desde que me ha citado, que no va a ser una conversación agradable.
—Basil vendrá el sábado —dice nada más cierro la puerta.
—¿Qué acabas de decir?
Basil. La rabia me corroe con solo oír ese nombre.
Muchos aquí saben quién es -por desgracia-. Es un alfa, uno cuya manada tenemos más cerca de lo que me gustaría y donde lo único que les mantiene lejos de la caza de humanos son las leyes que se imponen sobre las suyas propias. No pueden matar humanos porque eso nos pondría en peligro a todos, no solo a ellos y, eso, se lo haríamos pagar. Ahora, si un humano pisa su territorio, está muerto.
Sin preguntas, sin represalias.
—¿Le has invitado? —Cierro las manos de solo pensarlo y ni siquiera el rastro de la inyección del otro día es suficiente como para evitarme sentir el dolor contra la palma de mis manos cuando las garras amenazan con salir. Mi voz ni siquiera parece mía al quejarme—. Hay humanos aquí.
Tres, contados, pero los hay.
Habría más si mi madre no se hubiera ido. Ella fue quien les abrió las puertas, pero, de nuevo, mi padre y su carácter tuvo que hacer mella. No puedo culparla por habernos dejado, no cuando le conozco a él y cuando conozco nuestras tradiciones, aun así, no puedo evitar sentir rabia hacia la forma en la que nuestra manada sigue casi tan atrasada como la de Basil en cuanto a humanos.
El odio hacia los humanos es un tabú en nuestra especie. No se comenta, pero todos sabemos que está muy extendido. Hace generaciones eso se debía a que eran un peligro para nuestra existencia, pero, desde hace unos años, se ha empezado a ver un extremo opuesto donde, manadas como la de Basil, ven a los humanos como a "inferiores que no merecen vivir".
Desde que él mató al antiguo alfa de esa manada, su veneno ha atravesado decenas de mentes.
—Son cazadores. Intentarán que los humanos que hay aquí crucen los límites para matarles sin incumplir nuestras reglas. No puedes permitirles el acceso —insisto.
—Van a venir, Kayden.
Incluso si se trata de pura diplomacia, es una mala idea. Somos fuertes y tenemos respaldo, la manada de Basil no se atrevería a tocarnos si nos negamos, pero mi padre me ignora. Le veo acercarse a uno de los últimos cuadros que ha traído. Traza las líneas de un lago con su mirada mientras habla.
—Los humanos se irán el fin de semana —explica—. Rosetta irá a casa de sus padres y Victor se quedará en la casa que Hayley y él compraron hace unos meses. No les pasará nada.
—Echas a los nuestros en vez de negarles el acceso a ellos.
—No estoy echando a nadie.
—¡Les estás haciendo irse!
—¡Les estoy protegiendo!
—¿Protegiendo de qué? ¿De la manda de Basil? Eres tú quien les estás trayendo. —Puedo sentir a mi lobo revolverse en mi interior. Está todavía inmerso en el dolor de la dañina inyección del otro día, pero entiende lo que pasa y no le está haciendo ninguna gracia—. Eres su alfa y tus decisiones…
Es un alfa, mi alfa, y se vuelve hacia mí al notar la crítica.
Me trago mis palabras al notar su postura. La advertencia que me llega sin que él tenga que pronunciarla, esa que llama a la puerta de mi mente dispuesta a doblegarme si cruzo la línea. No debo desafiarle, no salvo que quiera terminar lo que he empezado, pero sus decisiones son tan dañinas que no puedo contenerme muchas veces. Él me dijo, de niño, que un día pasaría. Que estaba en mi sangre. Dijo que estaba en mí querer derrocarle, que es lo que siempre ocurre.
"Cuando decidas hacerlo, deberás estar preparado, porque no te daré segundas oportunidades", advirtió.
Las sucesiones solo se han dado de una forma desde que alcanzan las historias; por medio de una pelea. Solo los fuertes se convierten en alfas y, para eso, debes demostrar que estás por encima del anterior. Al menos, en la actualidad, eso ya no requiere el asesinato del predecesor, solo su rendición y, mi padre, jamás me lo pondría fácil.
Tampoco es que tenga ganas de intentarlo.
—Has mencionado a Rosetta y Victor —noto—. ¿Y Elena? ¿Va a quedarse?
—Por eso te he hecho llamar.
Mi padre se acerca al escritorio que solo usa para colocar las figuritas de madera que talla el mismo. Lo hace cuando algo le tiene en tensión, es su vía de escape y, en los últimos meses, la cantidad de figuritas sobre su mesa ha crecido sobremanera. Al igual que sus ausencias. Claro que, eso, no es algo de lo que parezca dispuesto a hablar conmigo.
Se sienta y agarra la pequeña figura de un oso que no ha terminado de tallar.