Entre Lentes y Algodones de Azucar

Capitulo 23: Sentimientos encontrados.

¿Alguna vez han sentido esa sensación de sentirse ridículas por dentro? Pues así me siento yo ahora mismo.
Hoy es la cita con Reik y mentiría si dijera que no estoy contenta; por dentro vibra algo que no había sentido en mucho tiempo. Pero al mismo tiempo me siento la peor persona del mundo por haberle mentido a León. ¿No se supone que cuando estás con alguien es porque lo quieres? Pues yo me siento como la mierda porque toda esta semana, desde que salí del hospital, León ha sido un cielo: ha estado a mi lado, me trajo helado, se quedó conmigo, incluso mi madre —que al principio lo miraba con recelo— ya le tomó cierto aprecio. Fifi, por supuesto, lo odia (y eso me hace reír y doler al mismo tiempo), pero hasta la perra está en alerta cuando él está en la casa.

Y sin embargo, Reik no sale de mi cabeza. Después de lo que pasó, después de cómo me sostuvo en sus brazos en el hospital, necesito verlo. Mi madre hoy tenía que trabajar —le juré hasta el cansancio que estaba bien— y se fue temprano. Por fin, pensé, por fin podré respirar sin que alguien me mire con miedo.

El teléfono empezó a sonar. Pantalla: León. Mi pecho dio un vuelco.
—Ok, Iris, respira —me dije, y contesté con la voz más tranquila que pude forzar.

—Hola. —Intenté sonar despreocupada.
—Hola, Iris. ¿Cómo te sientes hoy? ¿Quieres ver una película? —preguntó él, en su tono dulce, como siempre.

Empecé a sudar frío. Literal. ¿Qué hacía ahora?

—¿Te parece si la vemos otro día? Es que hoy no me siento muy bien y mi mamá no me deja salir de la cama —solté, la mentira saliendo seca y torcida.

Sentí inmediatamente lo horrible que sonó. Él guardó silencio un segundo y luego, con esa paciencia que me hace sentir culpable:
—Está bien, tranquila. Otro día. Cuídate.

Cortó. Yo me llevé el teléfono a la cara y un grito de frustración se escapó de mi garganta.
—Arggg... soy lo peor —me reproché en voz alta.

Fifi, que estaba en la sala, ladró confirmando mi autoconmiseración. Se acercó, me olfateó la mano y meneó la cola como si dijera: "tranquila, te perdono, dama dramática" La abracé con fuerza. Su calor me ancló un poco.

Entré al baño y me di una ducha larga, intentando relajarme. Cuando salí, con el cabello todavía húmedo, abrí el armario y me quedé mirando toda mi ropa como si de pronto nada sirviera.

—Ahora... ¿qué me pongo? —murmuré, mirando a Fifi, que me observaba desde la cama.

Ella inclinó la cabeza con esa cara de "en serio, Iris, decide y ya". Yo, por supuesto, lo complico más: empecé a sacar vestidos como si estuviera en un desfile improvisado.

—¿Y este? —dije mostrando uno rosa pálido.
Fifi ladró.
—Muy pálido, ¿cierto? —bufé, devolviéndolo al armario.

—Ok, ¿y este otro? —levanté un azul marino que se ajustaba en mi cintura.
Fifi movió la cola.
—¿Sí? Pero... demasiado pegado —murmuré, mordiéndome el labio.

En ese momento la pantalla de mi teléfono iluminó la cama. Lo tomé con rapidez.

Mensaje de Reik:

Paso por ti en 5. Espero.

—¿¡Quéeee!? —casi grité.

El teléfono terminó de nuevo en la cama como si me quemara.
—¡Fifi, apúrate, escoge uno rápido! —dije medio riendo, medio en pánico, mientras empezaba a sacar más ropa a lo loco.

De pronto, entre toda la ropa que tenía regada, mis ojos se detuvieron en un vestido que apenas había usado: falda blanca con vuelo y el corpiño negro ajustado, con pequeños toques también en negro en los tirantes. Lo levanté con cuidado, mirándolo como si fuera una especie de salvavidas.

—¿Y este? —pregunté, girándome hacia Fifi.

Ella dio un pequeño ladrido, más suave, y movió la cola.
—Ajá... sabía que aprobarías este. —Una sonrisa nerviosa se me escapó mientras lo colocaba sobre la cama.

Me vestí rápido, el corazón golpeando fuerte en mi pecho. Frente al espejo me quedé un segundo: el contraste del blanco y negro me hacía ver diferente, como si por fin estuviera lista para una historia que venía postergando demasiado.

Corrí al baño y me apliqué un maquillaje ligero: un poco de rubor, máscara de pestañas y brillo en los labios. No quería parecer otra persona, solo... yo, pero un poquito más segura.

Cuando estaba guardando el labial, el timbre sonó abajo. Me quedé congelada, con el corazón dando un salto.
—Ya está aquí... —susurré a Fifi, que ladró como si entendiera.

Respiré hondo, alisé la falda del vestido con las manos temblorosas y bajé las escaleras, sintiendo cada paso como si fueran tambores anunciando algo inevitable.




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