En este punto, ya no hay salida, ni para Marcos, ni para mí como autor. No puedo permitir que las cosas se detengan aquí y que todo lo que le pasó a ese hombre en las últimas semanas se diluya como las cenizas de su preparado y controlado incendio en miniatura. Incluso las acciones de Marcos en los días posteriores, encargándose de hacer desaparecer cualquier vínculo con esa panda de inadaptados y desechando los objetos que había recibido, sin afectar, por alguna razón que desconocía, la fotografía, no serían suficientes para evitar seguir paso por paso con el mayor cuidado cada una de las instrucciones que ya le habían indicado.
El año no avanzaba rápido, sin alivio para Marcos. Seguro, si la pandemia hubiera llegado unas dos o tres semanas antes, él no se hubiera enfrentado a una realidad de asesinatos y engaños. Pocos días después de terminar de leer sus "instrucciones", recibió la llamada que estaba esperando. Desde hace unos años, el mundo de las redes sociales, los correos electrónicos y el inacabable valor de nuestros datos han hecho que nos conozcan hasta en los sitios más recónditos del mundo. Es incluso criticable que ya no puedas comprar un accesorio de valor mísero sin que te cobren con preguntas como: ¿dirección?, ¿correo electrónico?, ¿teléfono celular? Algunos incluso abusan un poco y te preguntan ¿edad? o ¿estado civil? Todo esto, en la mente de un contemporáneo como Marcos, era suficiente para que esa llamada la recibiera en su celular, en su número "personal".
Esto ya me ha pasado varias veces: recibo una llamada, y luego de contestar, espero que alguien se comunique desde el otro lado de la línea. Como si me llenara de rabia e hiciera que la presión de mi cuerpo disminuyera tanto que comenzara a evaporar mi sangre, preguntan por mí sin identificarse. Siempre me he preguntado qué tan horrible es decir algo como: “Hola, ¿hablas con Jorge? Tengo el gusto de hablar con…” El caso es que cuando respondo lo obvio, que soy yo el dueño de la línea, y comienzan con una parafernalia de alguna empresa mal vista por su acoso publicitario, suelo no decir nada y colgar. Así pues, Marcos despegó el teléfono de su oreja y, sin decir nada, colgó. Paso siguiente, bloqueó aquel contacto, algo que yo también hubiera hecho.
Él lo veía venir. Era obvio que pronto volverían a llamarlo, y confirmó ese sentimiento que tenía arraigado desde hace algunos días en lo más profundo de su subconsciente. En realidad, era lo obvio, lo que ya le habían dicho; no había escapatoria, debía hacer lo que le pedían. Sintió miedo, ahora sí era de verdad miedo. Por primera vez, pensó en su familia, en sí mismo, en lo que eran capaces de hacerle y en las cosas que debía comenzar a sacrificar por los males azares de la vida. Se arrepentía de que, creyendo en Dios, nunca le hubiese pedido que evitara que conociera a personas malintencionadas.
Marcos se encontraba en su local, acababa de tomar unas fotos para una niña, según lo que le dijeron y lo que parecía, eran para su documento de identidad. Podía ver la inocencia de aquella criatura en la pantalla de su computadora mientras la editaba en Photoshop y le arreglaba algunos desperfectos, que en realidad eran muy pocos. Su celular a su lado, el que pocas veces dejaba sin supervisión, volvía a sonar, y ahora sí, con la resignación de sus pensamientos y conociendo quién era, contestó.
Hubiera sido gracioso que al otro lado de la línea contestara su esposa, o su madre. ¿Cómo les explicaría lo que acababa de decir? Se vería en un problema muy grande. Escribo lo anterior porque me gusta considerar todas las posibilidades, y aunque tengo en mis manos el poder del guion, me gusta pensar que en algún momento mi subconsciente escribirá algo de lo que yo no me entere.