Entre Monstruos

El Fino Arte de la Tortura

23 de julio del 2021 

Amelia. 

¿QUÉ MIERDA ES ESTO? 

Fotos de nosotros saliendo y entrando de nuestras casas, mientras yo estaba en el sótano, hasta fotos de mí cuando era pequeña. Esta persona nos vigilaba desde hace mucho. 

Salgamos de aquí rápido, alguien nos debió escuchar. 

Me escondí las fotos arrugadas al bolsillo de mis jeans, acomodé todo como creí que lo encontré. No hay que dejar rastro. 

Miré por un agujero de la puerta, no había nadie. Ok, todo bien, salgamos de aquí y ya. 

Abrí la puerta, me asomé y antes de pensar algo... 

Un golpe seco en la frente. 

Caí con fuerza al piso, mis ojos no podían mantenerse abiertos, y solo escuché una risa macabra a lo lejos... 

En ningún lugar... 

Desperté en una habitación totalmente oscura, amarrada a una silla y con cinta adhesiva en la boca.Traté de gritar con todas mis fuerzas pero sólo salían murmullos sin sentido. 

Comencé a sentir una mirada firme en mí, y a escuchar una segunda respiración. Ésta se escuchaba tranquila, pero a la velocidad que lo hacía se notaba que estaba molesta esta persona. 

—¿Qué estabas haciendo niña?— escuché decir a una mujer. 

Encendió una lámpara que daba directamente a mi cara, así no la vería. Me quitó la cinta de la boca y sentí una mirada penetrante. No sabía a dónde mirar así que miraba a todo lado buscando algún rostro femenino. 

—Lo volveré a preguntar, ¿Qué hacías allí? 

—Nada —mentí. Sabes que claramente sí hacia algo allí. 

Ante mi respuesta, la mujer me golpeó con un bate con clavos, por suerte, con la parte inferior del mismo. 

—No tengo tiempo para tus mentiras. ¿Qué hacías allí? 

— ¡Nada! 

—No no, tu me estás mintiendo niña— me susurraba con desesperación— ¡¿Qué hacías allí?! 

—¿Qué es tan importante?— le pregunté con severidad a la mujer, y por alguna razón, se comenzó a reír a carcajadas; como si le hubiera contado mi mejor chiste. 

Pum. Otro golpe. Justo en la mandíbula. 

—A ver niñita, yo hago las preguntas aquí— comentó ella mientras jugaba con el bate—. Vuelves a preguntar y te entierro los clavos a la cabeza. 

Me callé, no quiero otro golpe y quedar inconsciente. Bajé mi cabeza en señal de rendición, tengo que escucharla. 

—¿Qué? ¿Piensas que te lo diré así sin más? —me dijo entre risas—. ¡Tu sí que eres ingenua! 

La mujer se puso eufórica, y comenzó a golpearme en todo el cuerpo con el bate. 
No podía mover las piernas, pero sentía la sangre saliendo por las mismas. Mis brazos estaban destrozados, al igual que mi cara. Todo dolía como el infierno. 

Ella se acercó a la luz y dejó ver su rostro sonriente. Era una muchacha joven, de unos 25, tenía cabello negro con una mecha blanca en el frente y unos ojos carmesí. Agarró con fuerza mi cabello y susurró: 

—Niña, no debiste salir del sótano de tu padre, no debiste buscarlo, no debiste existir... Jamás— dichas esas palabras, salió de la habitación. 

No sé dónde están mis amigos, ni si están bien, mi papá se fue por arte de magia y ahora estoy sentada en quién sabe dónde, al borde de la muerte. Qué bonita es la vida. 

—¡Hey! ¡Pssst! —susurraron en una esquina de la habitación, desde un hoyo pequeño— ¡Por aquí! 

Apenas terminé de escuchar esas palabras, moví la silla para tratar de arrastrarme hacia el sonido. Al final caí y con mis desangradas manos, me arrastré hasta el hoyo. 

Era suficientemente grande para que un brazo cupiera allí, aunque el mío no lo hiciera. Ví un rostro con rasgos asiáticos de un adolescente. Sus ojos eran color esmeralda, con la pupila rasgada. 

—¡Hola! ¿Quién eres?—me preguntó animadamente el chico. 

—Hola... Mi nombre es Amelia, ¿Y el tuyo?- me atreví a preguntar. 

—Me llamo Lucian, mucho gusto Amelia. Perdona que pregunte, pero ¿Por qué te trajeron aquí? 

Por alguna razón, algo me decía que podía confiar en él. Que no diría nada, además no tenía esperanza para salir así que no importaría. 

—Me metí en una habitación en la que no debía y quieren saber la razón. 

—Eso es malo Amelia, si no les dices te pegarán más y más fuerte —suspiró—. Mi hermana y yo lo sabemos muy bien. 

—¿Y quién es tu hermana? 

—No te interesa saber— escuché cerca de Lucian—. Y nunca lo harás. 

—Ella se llama Lilith, es mi hermana menor —se oyó orgulloso de decir. 

— ¡Que no! ¡Somos mellizos y tú solo me llevas 30 segundos! ¡30!—gritó Lilith. 

Me hicieron recordar a las peleas de Joshua y Samantha. Los extraño mucho. 

—¿Y ustedes? ¿Por qué están aquí?—pregunté con curiosidad. 

Lucian dudó. Aún no confiaba plenamente en mí, pero aún así, me lo contó. 

—Somos parte del proyecto Sátiro, el proyecto que tu papá protegía. 

¿Eh? ¿Mi papá? 

—¿Son científicos? ¿O tal vez guardias? 

—No tontita —respondió Lilith—. SOMOS el proyecto. 

Me quedé en silencio esperando a su respuesta a lo que dijo. Tengo el cerebro demasiado dañado para pensar. 

— A Lucian y a mí nos sacan sangre, y nuestra genética es unida con la de cualquier animal —explicó Lilith—. El resto lo sabes de memoria. 

Algo en ellos te daba seguridad, que nada te pasaría con ellos a tu lado. No sé porqué ahora de repente confiaba en ellos, pero no creo que haya problema... ¿no? 

—¿Cómo conocen a mi papá? — me aventuré a preguntar. 

— Por lo que sabemos, el señor Mark nos cuidaba de las personas de afuera— dijo Lucian—. Siempre que hablábamos con él siempre mencionaba a su pequeña hija, aunque por lo visto ya no eres pequeña. 

Pero... mi papá es ingeniero... o eso me había dicho. Bueno, a este punto, ya nada me sorprende. 

—Escucho pasos Amelia, ¡muévete ya! — me gritó Lilith. 

Apresuradamente intenté acomodar la silla, pero solo logré moverla hacia un lado. 

—¡Apúrate! ¡Están a dos habitaciones de aquí! —susurró Lucian, un poco asustado. 

—¡No puedo moverme! 

La puerta se abrió de par en par con muchísima fuerza, entraron 4 guardias con un rifle en su mano. En el medio estaba la mujer que me había torturado. 

—Llévenla a la habitación blanca —ordenó la mujer. 

Los guardias me quitaron las ataduras tan rápido, que sentí que me habían arrancado piel de los brazos. Me levantaron y me llevaron por un largo pasillo. En la puerta de la habitación de al lado, estaba Lucian viéndome por la ventanilla de la puerta. Se notaba en sus ojos que necesitaba un amigo, alguien que lo escuchara; por desgracia, no podría ser yo en este momento. 

Eché un vistazo a las demás habitaciones; en las ventanillas habían otras personas, niños, hombres de avanzada edad. Habían alrededor de 10 habitaciones en cada lado. Finalmente abrieron una puerta blanca al final del pasillo, y me lanzaron a ella. 

—Veremos cuánto blanco puedes aguantar. Señorita Amelia. 

Cerraron la puerta y allí me dejaron. La habitación era completamente blanca, la cama, la cómoda, incluso las flores de decoración lo eran. Me voy a volver loca. 

Presa del pánico, corrí hacia la puerta y comencé a golpear la puerta y a gritar diciendo que me sacaran. La única reacción que conseguí fue que me ordenaran callarme. Me senté en la blanda cama, derrotada. 

Me quedé observando mis zapatos, sucios y desgastados, y me dí cuenta de que no tenía sombra. Alcé mi vista a las esquinas de la habitación; solo divisé unas luces que estaban cada rincón de la misma. Ningún sonido se escuchaba de afuera, ni siquiera los zapatos de los guardias. Lo único que lograba escuchar era una fastidiosa melodía clásica y mi propio corazón latiendo mientras llevaba la sangre a todo mi cuerpo. 

Me tiraron un vestido blanco por abajo de la puerta y me ordenaron que me lo pusiera y que después de haberme cambiado les pasara de la misma forma mi ropa. 

De verdad espero que no nos estén viendo. 

Tomé el vestido del piso y lo puse en la cama. Se me ocurrió taparme con la sábana para que no me vieran y así mismo hice. El vestido me llegaba a las rodillas y me incomodaba usar ropa tan corta. 
Terminado mi cambio, y con la ropa en los brazos; un guardia entró y me arrebató la ropa y me quitó las botas de los pies. «Nada de color aquí» dijo él, cerró la puerta y se fue. 

Días después... 

Miré con espanto a la oscura figura pegada al techo, parecía una silueta con ojos blancos y era completamente negra. Ella me contemplaba con curiosidad, y movía su cabeza como perro confundido. 

Al final se cansó de mirarme y bajó hacia la cama, se sentó y me dijo con una voz susurrante y gruesa: 

«Quítate la piel, arráncate los brazos, aparta el dolor y tendrás un festín a color» 

Y lo repetía, y lo repetía...  

Ja... No dormir en 3 días ya estaba dando su efecto. 

De la nada, mi mente comenzó a hablarme, con la voz de mi papá. 

Abejita... ¿Por qué me dejaste morir? 

No lo hice, me dejaste sola. 

Y tú no me protejiste. 

¿Desde cuándo una hija cuida a su padre? 

Desde que su mamá la dejó. 

La cabeza me palpitaba, mi corazón no podía latir más fuerte y temblaba como si no hubiera mañana. 

"La cosa" seguía sentado susurrando las mismas palabras de antes, girando cada vez más su cabeza. 

Abejita... ¡Despierta! 

—Cállense... Por favor... — supliqué con toda mi alma. 

La la la... 

Nop, no te escuchamos... La la la. 

Oye, ¡Despierta! 

Las voces transformaron sus palabras en gritos, a tal punto de casi quedar sorda. 

Apreté con fuerza mis ojos y me aferré a las sábanas con las que estaba tapada. 

—Cállense, se los ruego... —repetía y repetía, ya no podía ni pensar con claridad. 

We were playing in the sand
And you found a little band
You told me you fell in love with it 
Hasn't gone as I planned... 

— ¡Yupi! ¡Papi me cantará una canción! — gritaba alegremente en mis recuerdos. 

—¡Cállate papá!— grité desde el fondo de mis pulmones. 

Las voces finalmente se callaron, quedé en completo silencio. 

Abrí los ojos y estaba en completa oscuridad, nadie se escuchaba. El aire se sentía cálido y abrasador. Una luz apuntaba a una niña de unos 7 años, llevaba un vestido azul con tutú y zapatillas blancas, cargando un peluche de un conejo blanco en sus pequeñas manos. 

—¿Amelia?— me preguntó la niña— ¿qué haces aquí? —su voz era aguda y ligera, calmante al oído. 

— ¿Quién eres? Y... ¿Qué es "aquí"? 

— Yo soy tú— aseguró la niña—. Soy una parte de ti que tus traumas no te dejan recordar. Y esto —dijo apuntando alrededor—, es lo más escondido de tu mente. 

— ¿Traumas? Yo no tengo traumas. 

— Claro, eso lo decía yo. 

Aparté mi vista de la niña y comencé a analizar el lugar;aunque estaba a oscuras noté unas leves imágenes mostrándose en cada lugar de la apagada habitación. 

— Eso que ves son tus memorias, pero como dije, no las recuerdas— me aclaró la niña. 

Había uno en donde estaba yo, jugando con la nieve en el patio de mis padres, feliz. Otro en donde discutía con mi papá porque no quería irme de un parque acuático y mi padre repetía que acababa de salir de un resfriado. 

—Amelia debes salir de tu mente. Tus amigos y tu padre están en peligro. 

— No no, aquí es seguro. Además ya deben estar muertos... 

— ¿Y? ¿Ya tan rápido los olvidaste también?—dijo la niña, soltando su peluche y cruzando los brazos. 

—¿Cómo que también? 

— Amelia ya deja de hacer tantas preguntas que tú no puedes responder. 

Esto sí que es una batalla contigo misma. 

—Si no sales de tu mente, nadie te sacará de aquí. Se volverá tu zona de confort y querrás morir al momento en que salgas. 

Tenía razón, eran la única familia que me quedaba y tenía que luchar por ellos. Habían estado conmigo y no los puedo dejar solos. 

En un abrir y cerrar de ojos, volví a la blancuzca habitación. Con los mismos guardias en la puerta, mismas luces apuntando hacia mí y claro, la misma criatura oscura que me miraba. Solo que esta vez estaba en un rincón acurrucada en sí misma. 

Tengo que salir de aquí de alguna forma. 

Busqué con desesperación algún hoyo en la pared, alguna forma de abrir la puerta por adentro. Desgraciadamente, la única forma de salir es abriéndola por afuera. 

Antes de volver a sobrepensar todo y terminar de volverme loca, un sonido me llamó la atención. Aquí no se escuchaba nada de el exterior, lo único que escuchabas era la incesante canción de ópera... 

Me acerqué a la puerta y tuve un muy mal presentimiento. Y sí, acerté. De repente, un grito de guerra se hizo escuchar en la habitación. 

—¡Búsquenla! ¡Y no vengan hasta que la encuentren!— se escuchó lejano al pasillo. 

Comencé a percibir un pitido viniendo de la parte de abajo de la puerta, me agaché y miré por debajo de la misma. Es una bomba. 

¡Mierda! 

Corrí a la cama y me escondí abajo de ella. 
Al principio pensé que era otra alucinación mía y quise salir de la cama. Pero antes de siquiera sacara mi mano... 

La bomba explotó. 




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