Entrecruces

Capítulo 4: La luz se manifiesta

Dilma estaba en su casa, sentada en un sillón, con la mirada perdida en el suelo. Sus dedos jugaban inquietos entre sí mientras pensaba…

—No entiendo… ¿Qué hay de malo conmigo? ¿Por qué mi jefe quiere que cambie quien soy? ¿Y a qué se refiere con que debo decidir quién debo ser?

Al día siguiente, en el apartamento de Zack, él caminaba de un lado a otro por la sala con pasos nerviosos.

—Wow, no puedo creer que voy a enseñarle karate a una niña de 13 años… Oye, ¿a qué horas tenía que encontrarme con ella en el parque? Ya sé, la llamaré y le preguntaré… Oh, no, se me olvidó que la conocí hasta ayer. Ya sé… llamaré a Xander para que le pregunte a su hermana el número de Diana.

Zack marcó el teléfono, murmurando mientras esperaba.

En otro punto de la ciudad, Isaac caminaba cerca de un basurero rumbo al parque. El aire olía a tierra húmeda y a residuos olvidados. Al pasar junto a una banca, notó a una mujer llorando con la cabeza agachada. Se acercó con cautela, sin saber bien qué decir.

—Hola…

—No tengo dinero, vete —respondió Dilma sin levantar la mirada.

—No le estoy pidiendo dinero.

—Entonces… ¿qué quieres?

—Quiero saber por qué llora.

—A ti no te incumbe, tú no eres nada mío para contarte mis cosas.

—Qué persona tan agradable es usted, señora… —dijo Isaac dándose la vuelta con ironía.

Dilma respiró hondo, como rindiéndose al peso que cargaba.

—Espera… ahora necesito a alguien que me ayude. Es por mi personalidad. Yo no le agrado ni siquiera a mi jefe, y tengo que cambiar para bien… porque de eso dependerá si me hago gerente o pierdo mi empleo.

—Pero no sé cómo podría yo ayudarle.

—Pero yo tampoco sé.

—¡ISAAC! —se escuchó a lo lejos una voz grave.

Isaac suspiró con decepción.

—Lo siento… me tengo que ir, mi tío me llama.

Mientras tanto, en la habitación de Zack, el reloj marcaba las 9.

—¿Aló? ¿Diana?

—No, soy Amanda, su madre.

—Oh, perdón, soy Zack, un amigo de Diana. Nos íbamos a encontrar en el parque, pero no dijo a qué hora.

—Sí, dijo algo de eso… de hecho, hace media hora salió, dijo que... ¿Hola? ¿Hola?

Zack ya había salido corriendo hacia el parque sin colgar la llamada.

En el parque, Diana estaba sentada sobre su bicicleta, apoyando los brazos sobre el manubrio con cara de aburrimiento.

—¡Por fin! Creí que ya no ibas a venir —le dijo al verlo llegar.

—No me digas… hace cinco minutos llamé a tu casa y me dijeron que ya te habías ido.

—Bueno, está bien. ¿Ya estás listo para correr?

Zack alzó la vista hacia el cielo, exhausto.

—Dame un segundo, al menos…

En una casa al sur de la ciudad…

—Hola —dijo Layla con voz suave.

—Hola. ¿Tú eres la niñera?

—Sí, señor… ¿?

—Soy Gerardo Fajardo. Tu trabajo va a ser muy simple: solo tienes que cuidar a nuestro hijo Noel hasta que volvamos y hacerle comida. Ahora su mamá está tratando de dormirlo.

—Bueno, está bien.

Unos segundos después, Mariela salió del cuarto, con expresión de agotamiento.

—No pude dormirlo… tú eres la niñera, ¿cierto?

—Sí, señora.

—Bueno, creo que Gerardo ya te explicó, así que ya vámonos.

—Qué bonito es ver parejas que salen a todos lados juntos. Ya no se ven muchos matrimonios así en el mundo —comentó Layla con una sonrisa cálida.

Gerardo y Mariela se voltearon y dijeron al mismo tiempo:

—¿Tú crees?

En la casa de Raúl, el ambiente era tenso.

—Escúchame, güirro. Tú vivís en mi casa y mientras vivás en mi casa, vas a hacer lo que yo te mande —bramó Raúl con el rostro encendido.

—¡Pero yo no voy a hacer lo que querés!

—¡Sí lo vas a hacer! Si yo te digo que vas a ir conmigo y Polo a asaltar el restaurante del tal Frank, lo vas a hacer, porque yo soy el dueño de tu custodia y, por lo tanto, de vos.

—¡Yo no soy un delincuente como vos!

—¡Cipote malcriado! Ahora, solo por eso, si querés desayunar, va a tener que ser en otro lado. ¡Vete! No te quiero ver aquí hasta las 12, ¿oíste?

Isaac salió con el rostro enrojecido de rabia, dando un portazo.

Zack y Diana caminaban por un sendero de tierra rodeado de árboles. El sol filtraba rayos cálidos entre las hojas.

—Oye… ¿podemos descansar, Diana?

—No, todavía no.

—¿Ya vamos a llegar?

—Sí, solo pasamos por ese portón.

En la casa del policía, Layla se agachó para hablar con Noel, que estaba sentado en el suelo con un peluche entre los brazos.

—Oye, Noel… ¿y cuántos años tienes?

—Tengo así —dijo, mostrando su mano abierta.

—Ah, ¿y tienes hambre ya?

—Sí.

—¿Y qué quieres de comida?

—¡Panqueques!

—No sé si hay harina… voy a ver. Mmm… sí, sí hay. Pero tendrás que esperar.

—Ok.

Zack y Diana llegaron a un claro amplio, rodeado de árboles y con un pasto limpio y fresco.

—¡Por fin! —exclamó Zack, dejando caer la mochila al suelo.

—Bueno, ¿qué vamos a hacer primero?

—Diana, por favor… déjame descansar diez minutos. Estoy muerto. ¿Sabes qué? La primera lección es recostarte y mirar las nubes.

—¿Y cómo me va a ayudar ver las nubes a defenderme del borracho?

Zack sonrió, recostándose con las manos tras la cabeza.

—Esto es para que aprendas a respetar la naturaleza.

—¿La naturaleza?

—Sí. Verás… Dios creó todas las cosas, y por eso tienes que respetar la naturaleza, porque es creación de Dios.

—Se me olvidaba que eres cristiano. Ah, por cierto… ¿por qué lo eres?

—¿Te refieres a la razón de por qué amo a Dios o a cómo llegué a la iglesia?

—Ambas.

—Bueno, pues… mis padres siempre han sido cristianos, y ellos me llevaban a la iglesia.

—¿Y por qué amas a Dios?

—¿Por qué no amarlo? Cada día que pasa es una oportunidad que Dios le da a las personas que no le adoran, para que lo hagan.

—Entonces… ¿quieres decir que si yo muero atropellada ahorita, no voy al cielo aunque haya sido buena?



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En el texto hay: historias entrelazadas, fe, religion

Editado: 01.07.2025

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