Envuelta en la magia del destino

CAPÍTULO II

Con la frente bien alta, Ethy salió de su recámara acompañada de Rose y de varias doncellas. Caminaba con elegancia entre los largos y estrechos pasillos. Desde que se bañó, su cuerpo había vuelto a la normalidad. No sentía dolor ni cansancio. Era como si todo ese sufrimiento se hubiese evaporado después de estar un buen tiempo, sumergida en la bañera.
 

Ethy se congeló en su propio sitio, cuando de repente su padre corrió hacia su dirección. La abrazó como si no quisiera dejarla ir. Abrió los ojos con estupefacción al ver el rostro de Flavian demacrado e hinchado. ¿Habrá estado llorando? Era la primera vez que lo veía tan decaído desde el fallecimiento de mi madre.
 

—Pensé que te había perdido para siempre, hija. Jamás me lo perdonaría...

 

Ethy nunca se había cuestionado si iba a sentir el cariño de su padre alguna vez en su vida. Durante cinco años de penuria, nunca conoció el significado de tener un padre cariñoso.
 

—Estoy bien —soltó con desgana.
 

Flavian dio un paso atrás. Tragó su propia saliva al ver la expresión vacía de su hija. No veía nada, solo oscuridad en sus pupilas.

 

«¿Qué hice?» se recriminó.

 

No había sido un padre ejemplar. Estuvo tan amargado, afectado por la muerte de su querida Calista. Para evadirse, se concentró en los asuntos del estado. El imperio Vierfyra estaba sumergiendo después de varios siglos de una crisis, tanto económica como social. Con las nuevas gestiones hechas por el heredero del trono, el príncipe Nikolas Calimir, estaba brillando en abundancia.

 

En su juventud, había sido el caballero real del príncipe Basil de ese entonces, ahora el actual emperador, luchando en un sinfín de guerras. Sin conflictos bélicos, administraba la fuerza bélica junto con el duque de Wishmell, Izan. Fueron mejores amigos desde la infancia, pasaron la juventud en la academia de magia y luego se enlistaron en el ejército a la edad de catorce años. A la edad de diecinueve años, Izan se enamoró de Casilda, una joven enfermera. Meses después, se casaron mientras Flavian aún estaba en la milicia. Cuando cumplió los veinte años, Calista apareció en su vida. Víctima del cupido, terminó profundamente enamorado de ella. Era su alma gemela, su otra mitad. En pocas semanas, el matrimonio entre ellos se hizo realidad. No había nada en el mundo que pudiese separar una pareja hecha del cielo.
 

Perderla había sido como perder una parte fundamental de su ser. Podía seguir respirando o vivir sin problemas, pero sin ella, era como estar muerto en vida. Extrañaba escuchar su voz, su risa, sus consejos. Más que su duquesa o esposa, era su compañera, su mejor amiga, su confidente. No tenía ganas de nada. Ni de practicar su pasatiempo favorito: hechizos para combatir. Estaba luchando contra la depresión todo el rato, pero cuando se tumbaba en la cama, olía la ropa de su Calista y se echaba a llorar hasta el enrojecimiento de sus ojos.
 

Ver a su pequeña Ethy crecer y convertirse como su Calista era devastador. No soportaba estar ni un minuto a su lado porque si lo hacía, iba a derrumbarse. Quería decirle lo mucho que la amaba, que ella era la razón por la cual aún estaba con vida, y que daría toda su riqueza por verla feliz. Estos últimos cinco años, Ethy se volvió cruel con todos. Superficial, fría y sin corazón. Pero no podía regañarla porque sabía que la muerte de Calista había afectado demasiado a los dos.
 

Aunque no estaba a su lado, la protegía desde lejos. Quisiera ser más un padre ausente, pasar el tiempo juntos. ¿Y si de repente moría como su Calista? Sería desolador. No tendría ninguna razón para seguir con vida. Por el miedo resonando por sus venas, se había alejado de ella. Era lo mejor para él.
 

Pero, ese plan ya no era fiable. No después de darse cuenta de que el tiempo no perdonaba. No servía nada planificar el futuro con total detenimiento si el destino tenía otros planes en mente. Ver a su pequeña Ethy en su cama, padecer tal sufrimiento, gritando agitada hasta romper el timbre de su voz. Nunca podría olvidar esas imágenes de su mente.
 

No iba a perder más el tiempo alejándose de su hija. Iba a ser el padre que siempre había deseado, darle el amor y el apoyo que su hija necesitaba.

 

Ethy sentía un horrendo nudo en mi garganta. No podía evitar esa emoción agria conocida como rencor, renacer entre sus venas. Nunca se había dirigido hacia su presencia desde la muerte de su madre. La había dejado sola, destrozada, donde no solo perdí a su madre, sino a su padre también. De un día para otro, él se había convertido en un desconocido.

 

Ahora, se sentía extrañada y algo incómoda por su actitud de preocupación por la hija que había abandonado todos estos años. Todo este sentir le dejaba un mal sabor en su boca.
 

Se alejó de él. Si se sentía arrepentido por no haber sido un buen padre y quería ganar de nuevo su cariño, no se lo voy a poner fácil. Sí, se había prometido así misma ser una persona ejemplar, con un corazón noble. Pero no será tonta para nadie. No dejará que los demás la pisotearan, pensando que solamente era una tonta y buena jovencita. Quién era capaz de hacerla daño o a la gente que quería, lo pagará muy caro.

 

Quiso enfrentarse a él y gritarle a todo pulmón todo lo que su corazón había envuelto con punzantes espinas.

 

«He estado relegada de tu amor paterno todo este tiempo. No será fácil para mí olvidar cada lágrima que deslicé por culpa de tus fríos y crueles silencios de abandono. Cada paso que daba, te alejabas de mí cómo si fuese la peor de las enfermedades.»
 

Pero Ethy pronunció otras palabras, cargadas de frialdad.
 

—Gracias por su preocupación, padre.

 

—Hija mía, no debes dar las gracias. Soy tu padre. Es normal que me preocupe por el bienestar de mi hija. Bueno, ¿y si vamos a desayunar juntos? Hace un día espléndido para disfrutar de un buen desayuno en el jardín.



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En el texto hay: fantasia, comedia, romance historico

Editado: 07.08.2022

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