Enzo Vitale
¿Nervioso?
Increíblemente, no. Lo que siento ahora mismo es sorpresa. Hace seis meses jamás habría imaginado dar este paso. Ni siquiera me había planteado la idea de casarme, ni con Cristal. Claro que tenía planes con ella, pero el matrimonio estaba descartado, no por desprecio, sino porque lo veía como algo lejano, de otro tiempo.
Pero el destino rara vez se ajusta a lo planeado. Aquí estoy, y no pienso echarme atrás. Con este falso matrimonio, Marie podrá recuperar a su hijo. Y eso es suficiente para mí, saber que le devuelvo una parte de su felicidad.
Conduzco más lento de lo habitual, no para retrasar la llegada, sino por Marie. Balanza sus pies, inquieta, y sus manos se entrelazan y desenredan sin descanso. Evito mirarla con demasiada atención para no aumentar su nerviosismo. Alicia, su amiga, va en silencio en la parte trasera, incómoda por estar conmigo. Lo entiendo. Christian fue cruel, y encima delante de mí. La rabia me invade al recordarlo. Me da pena aquella escena humillante.
Por fin llegamos a mi penthouse. Las rejas se abren al detectar mi auto. Ayudo a Marie a bajar. Alicia lo hace sola. Las guío hacia la entrada principal, paso mi tarjeta de acceso. Deberé sacar una para Marie; normalmente ella entra por la escalera de servicio.
Subimos en el ascensor. Dejo que ella entre primero. Gracias al cielo, el juez ya nos espera arriba.
Nadie dice nada cuando las puertas se cierran. Si no fuera por la música de ascensor —esa idea ridícula de mi hermana—, el silencio sería incómodo. Quiero dejarle espacio a Marie para que piense. La observo de reojo: se muerde el labio inferior, tensa. El aire se vuelve denso. Me esfuerzo por mantener la compostura, con las manos en los bolsillos, la mirada lejos de ella, aunque a ratos se cruza inevitablemente con su figura pensativa.
Marie me mira, sus ojos azules se clavan en los míos, y por un momento compartimos una conexión silenciosa. Intento sostenerle la mirada con neutralidad, escondiendo sentimientos que no quiero reconocer. Mis ojos no deberían brillar por un amor que no puedo permitirme.
—Se… Enzo —susurra, casi inaudible. Mi expresión se suaviza ante su voz temblorosa y la duda que tiñe su rostro sonrojado. Ella niega con la cabeza—. Olvídalo, era una tontería.
Las puertas se abren antes de que pueda decir algo. Dos personas que no esperaba me reciben. Y mi sala también luce distinta.
El lugar que conocía de memoria estaba transformado. Guirnaldas sencillas pero vivas adornaban los ventanales. Un ramo de flores blancas silvestres reposaba en un jarrón desconocido. Una luz cálida, no solo solar sino también de lámparas suaves, llenaba el espacio de una calidez nueva.
En una esquina, donde antes no había nada, ahora hay dos sillas blancas, y frente a ellas, el juez Patrick Monroe, ya en su sitio, como si todo hubiese sido ensayado.
Y en medio de esa escena: mi hermana, con los ojos brillantes y una sonrisa orgullosa.
—¿Qué hiciste…? —pregunté, conteniendo la risa.
—¡Hermanito! No iba a dejar que te casaras en una sala que parece de hospital —responde Cara, eufórica. Frunzo el ceño al ver que ha venido con Donato.
Cara corre hacia mí y me abraza con fuerza. Marie se aleja, cohibida. Sus ojos recorren la decoración, la luz, y a mi hermana, quien la recibe con un grito emocionado.
De repente, Alicia pone una expresión molesta, le susurra algo a Marie y se marcha a lo que supongo es el baño sin mirar a nadie. Le lanzo a Marie una mirada interrogante. Ella me hace una seña: “no es nada”.
Confundido, vuelvo la atención a Cara.
—¡Felicidades por la boda! —dice, mirando un segundo a nuestro hermano mayor—. Usé mis dotes de persuasión para traer al señor Vitale.
Sonrío y niego con la cabeza. Cara, siempre tan especial.
—Una parte de mí se sintió herida por su actitud —digo, señalando a Donato con el mentón.
Él se acerca en silencio y carraspea.
—Hermano.
Nos damos un pequeño abrazo. No puedo guardar rencor por algo tan tonto.
—Tú debes ser la afortunada que se lleva a mi pequeño Enzo —dice Cara mientras abraza a Marie con fuerza.
Eso fue inesperado.
—Hola —responde Marie con voz insegura. La noto tensa por el gesto inusual de mi hermana—. Está bellísima la decoración. No esperábamos más que una firma.
—Bienvenida a la geometría de mi familia, casi señora Vitale. Y mientras yo viva, nada será un simple trámite —le guiña un ojo.
—Bueno… gracias.
Intervengo al notar que Marie se sonroja. La tomo por los hombros y la coloco a mi lado. Quizás eso la incomode, pero al menos no soy un completo extraño.
—Sorellina, è bastato, la fai sentire a disagio. Stai bene? —le sonrío, no quiero que Marie piense que digo algo malo en italiano.
—Meglio che mai. Mio fratello minore si sposa, e questo porterà qualcosa di positivo —su sonrisa supera la mía. Detrás de esa felicidad hay mucho más, pero no me detengo en ello—. Enzo, vamos ya a la ceremonia, estamos atrasados.
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Editado: 01.05.2025