—¿Cómo sobrelleva la muerte de su padre? —la mujer de cabello castaño lo revolvía constantemente mientras hablaba con la de cabello blanco. Sentado en un rincón escuchando toda la conversación se encontraba un pequeño niño de nueve años que acababa de perder a su padre por cuestiones que no conocía.
Su madre era la mujer de cabello blanco, nadie creería que esa mujer acababa de perder a su esposo, lejos de verse devastada, la mujer estaba completamente seria e impasible. Como si nada hubiera pasado.
El niño no entendía lo que estaba sucediendo, intentaba buscar respuestas de parte de su madre pero ella en ningún momento volvió su rostro para verlo.
La mujer castaña, quien se había presentado hace unos minutos como Nicky, se encontraba incómoda por la indiferencia de la peli blanca. Por esa razón no dejaba de remover su cabello con insistencia.
—Él está bien —respondió la mayor—. Ni siquiera sabe lo que está pasando y es mejor así.
Nicky la miró con una expresión complicada.
—¿Está usted segura? —miró de reojo al niño, Nicky pensaba que era demasiado tierno y le daba lastima su situación—. Es mejor para él saber...
—Yo sé lo que hago con mi hijo, gracias —la mayor levantó la voz dando a entender que el tema estaba acabado, luego suspiró y relajó el ceño—. Dígame si necesita más dinero para el funeral, también invite a las personas que le mencioné, no importa si ninguna va, hágalo.
La mayor se giró para ver a su hijo, el niño la miraba con sus ojos inocentes, su corazón se removió al verlo de esa forma.
Por primera vez desde que había conocido a esa mujer, Nicky la veía sonreír de esa forma.
Creyó que era una persona fría que sólo hacía las cosas por obligación, sintió lástima del niño. Pero al ver la forma dulce y llena de amor con la que ella miraba a su hijo, se daba cuenta que estaba equivocada.
»¿Nos vamos?
El pequeño sonrió mostrando sus dientes y se abrazó a su madre.
La imagen por poco hizo que sonriera, el ambiente ahora estaba plagado de ternura.
Cuando Elisa salió de ese lugar con su hijo agarrado de su mano, suspiró.
Nadie más veía por ellos, y no es que le importara, tampoco le hacía falta nada.
Pero se resentía al recordar la espeluznante familia que le tocó a su marido fallecido. A ninguno de ellos le importaba, y todo fue en picada cuando supieron en qué trabajaba.
Sus inicios antes de tener a su hijo fueron preciosos, cuando el niño llegó a iluminarles el mundo, fue mucho mejor. Pero desde el momento en que su marido tomó ese trabajo por sus buenas habilidades, todo cambió.
Las peleas eran constantes.
El dolor era constante.
Definitivamente ahora nada de ese dolor desaparecería.
Su deber era proteger a su hijo, no dejar que por ninguna razón se volviera como su padre, que no cometiera ese error por sus habilidades. Porque ella estaba segura de que su niño las había heredado.
Miró nuevamente a su hijo, el pequeño caminaba mirando el suelo y jugando. Ella sonrió como hace mucho no hacía y lo cargó en sus brazos.
Él la miró sonriente y pasó los pequeños brazos por el cuello suave de su madre.
Ojos rubí contra ojos azules mirándose.
Elisa acarició la espalda de su hijo y besó su mejilla temblando ligeramente.
—Jamás permitiré que te lleven, Ryo.
Lastimosamente era una promesa que no podría cumplir.