CAPÍTULO 6
JULIA
Matthias:
Es curioso pero aunque no tengo manera de confirmarlo, siento que voy mejorando. Ya la oscuridad en que vivo no me agobia tanto, me siento ligero, y hasta me parece que mis pulmones se van llenando de ese aire vital que necesitan.
Todavía no logro tener movimiento, todavía me duele la espalda pero hasta eso me alegra porque si hay dolor hay vida, hay esperanza. A eso me aferro con todas mis fuerzas. Tengo voluntad de salir de este cruel laberinto que es ahora mi existencia y creo que lo voy a lograr. Mis sentidos están en mayor alerta. Escucho trozos de conversaciones que surgen a mí alrededor y he captado palabras importantes. Entre ellas, despertar. No me cabe duda que ahí está la clave de salir de aquí. Sé que se requiere algo más que voluntad. El cuerpo es quien dictamina, debe estar lo suficientemente sano para lograrlo. Intentaré tomarlo con calma, aquellos días de desesperación no me hacían bien.
Mi audición se agudiza. Puedo distinguir tres voces distintas. La primera me parece ser la de mi madre. Lo pienso porque es con la que me siento más familiarizado y debe ser porque la estoy escuchando desde niño. La segunda voz es más autoritaria, como la de la persona encargada de algo. Tiene tono de autoridad y nunca titubea, se escucha firme y aplomada. La tercera voz es la que más disfruto. Es suave y cálida. Me va llevando con su ritmo acompasado y me llena de paz. Esa es la voz que me tranquiliza en mis momentos desesperados. Es casi una melodía. Además, siempre llega acompañada de olor a flores. Cuando despierte, es la primera persona que me gustaría conocer.
El estado en que me encuentro ahora es uno de inconsciencia prolongado y creo que lo que me ha llevado hasta aquí ha sido una lesión por algún trauma. Como he tenido pantallazos de las luces cegadoras de un camión, no puedo sino concluir que tuve un accidente de auto. También pienso que no iba solo, que una mujer me acompañaba y que a ella pertenece esa mano de uñas rosadas y sortija amatista que veo alejarse y no logro detener. Trato de tomar todo estoy como avances, mejorías a mi condición. No me enfado. Lucho porque nada me agobie y en el optimismo que deseo tener, lo veo como recuperación de mis facultades y no como agobio. No saberlo todo es frustrante pero lucharé para que no me abata el pesimismo. Estoy en una mejor situación, no tengo dudas. Pronto despertaré.
Ahora está aquí.
Quisiera tocar esa voz, sujetar de algún modo ese olor a flores.
Debo tranquilizarme, estoy pidiendo demasiado.
Izzy:
Hoy vi a Julia llorar.
No era un llanto desconsolado, parecía más bien de frustración. De esas lágrimas que se escapan en los momentos inoportunos y que uno ruega nadie lo note. Pero lo vi y ella sabe que lo vi. Actuar como que no me he dado cuenta no me serviría. En primeras, porque ella se dio cuenta que lo noté y en segundas porque parecería una insensibilidad de mi parte ignorar lo que es evidente, que algo le atormenta. Vacilé sobre qué hacer. Casi no la conozco, no puedo considerarla una amiga. A lo más es una colega, un compañera de trabajo con quien apenas interactúo.
Luego de pensarlo, me animé a preguntarle. Estaba preparada para recibir una respuesta cortante de que a mí que me importa o incluso para ser ignorada y que eludiera el tema por la vía del silencio. No obstante, no me preparé para lo que respondió.
—Hay un hombre enamorado de mí y no puede ser…—soltó sin más.
Enmudecí. .
De pronto desaparecieron todas mis ideas de que Julia era un ser ágil y mecánico. Se presentó tan vulnerable como cualquiera y eso me tomó desprevenida. Hubiera esperado que increpara mis intenciones o quizás que me tomara por confianzuda al preguntar. Tal vez que reclamara mi falta de escrúpulos. Ella en cambio abrió su corazón de golpe y me dejó helada con su confesión.
Estaba armando mi siguiente argumento, buscando las palabras adecuadas para que se desahogara y liberara un poco su tristeza pero ella cortó de golpe. Reaccioné sobresaltada cuando dijo:
—No voy a hablar de ese tema —.
Aunque su voz era firme, en sus ojos pude ver un oscuro fulgor de tristeza. Decidí dejarlo ir. Llegar solo hasta ahí porque creo que toda persona tiene derecho a su privacidad, a poner un cerco, a decidir quién entra y quién no. Que comparte y que conserva es su prerrogativa.
Julia terminó sus labores con una rapidez mayor a la usual y se marchó dejándome con la intriga. Sacudí de mi mente lo que acababa de pasar y me volví a Mathias. Él era mi propósito, mi meta, la función que cada día me esmeraba en cumplir.
—Cada día vas progresando, guapo… ¿O debo llamarte Bombón de Azúcar como te llama Rowland? —.
De pronto, no pude contenerme y le estampé un beso en la mejilla. Me percaté de inmediato que fue un error. Había hecho algo no solo incorrecto sino además antiético. Una ola de vergüenza me subió por todo el cuerpo. Le dije que lo sentía, que me perdonara. No me importaba que no pudiera escucharme y mucho menos aceptar mi disculpa, pero me pareció lo correcto. Debí controlar ese impulso. Mathias es mi paciente y no debí cruzar esa línea. Me odié por eso.
Tuve deseos de salir corriendo. Estaba avergonzada. Aunque nadie jamás se enterara, lo sabía yo y eso bastaba. Me quedé junto a él, observándolo con vergüenza. Su rostro perfectamente delineado parecía de estatua. Impávido, inamovible. Nada lo altera, nada lo perturba. Pareciera estar congelado. No muestra emoción alguna, a ningún estimulo externo como el que acababa de ocurrir. En otras circunstancias le hubiera producido turbación. ¡Ojala y se le hubiera desencadenado alguna emoción! Así al menos, mi acción incorrecta hubiera servido de algo.