La tormenta parecía estar únicamente sobre la universidad, y Braam, incapaz de sostener más el ardor que crecía dentro de sí, profirió un puñetazo a la pared más cercana.
Repitió la acción hasta que la marca sangrienta de sus nudillos formaba grandes manchas rojas, sin embargo, él resoplaba con desesperación, como si le faltase el aire, o como si se ahogara en sus propias lágrimas. Pensó que había sido su culpa; pensó que tal vez debía haber sido tan impulsivo como lo podía ser ella; que podía haber dicho que sí, aunque luego la culpa lo redujera a algo más bajo que un insecto.
Pensó que podía haber sido egoísta, como mismo lo estaba siendo ella.
Sintió los pasos apresurados de Frans resonando en el mármol frío, entonces salió de allí con la esperanza de no verla; no así, no de esa forma tan lamentable, y en el fondo, esperaba que ella encontrara en él algo que la invitara a quedarse. Con aquel frío que se desataba tenía ganas de rodearla con los brazos y sentarse junto a una ventana. Quería hacerle cosquillas y susurrarle lo problemático que había sido llegar hasta ese punto; entonces reirían.
Cruzó la entrada principal antes de que ella lo alcanzara; las gotas gruesas dolían en su piel como agujas y el cuerpo le pesaba. ¿Acaso se sentía así estar destrozado?
Tomó una pelota que habían abandonado en la cancha en partidos anteriores, y reuniendo toda la rabia que guardaba la llevó hasta la canasta y encestó con tanta fuerza que todo el mástil y el aro temblaron. Recuperó la pelota y la retuvo por más tiempo esta vez; era violento y desordenado, pero no la perdía. Encestó quedando colgado del aro; este se hundía en la carne de sus dedos, sin embargo, Braam soltó un desgarrador grito antes de dejarse caer al suelo.
Se levantó con dificultad, resbalando algunas veces, solo para continuar con su labor.
—Ya para, Braam.
Frans lo sujetó por la espalda; lo abrazó con fuerza, aunque terminara empapada. Nada de eso importaba más que lo hundido que se sentía su pecho al ver a Braam. Aunque no lo quisiera admitir, estaba demasiado ligada a él.
—¿Por qué?— la voz de Braam apenas se escuchaba— ¿Qué hay de malo conmigo?
—No hay nada malo contigo, Braam— respondió— Tengo la sensación de que estamos conectados de una forma que nadie imaginaría.
—Entonces por qué me apartas.
—Porque en estos momentos solo puedo utilizarte— le dijo conteniendo el aire en sus pulmones—. Solo puedo sacar provecho de tí, y no te lo mereces. Te mereces que te quiera, de una forma linda, no de la forma sucia que yo te quiero.
—¿Tu me quieres?
—No.— respondió cortante— Quédate con esa respuesta. Será más fácil para los dos.
—No quiero que sea fácil — la sostuvo de los hombros antes de apoyar en estos su frente— Quiero que sea nuestro.
—Lo siento— acarició su cabello blanco y lo apartó con cuidado— No puedo.
Braam retrocedió inflando el pecho de forma irregular. Caminó hacia atrás negando con la cabeza y apartó la mano de Frans de un manotazo antes de que lo tocara. No quería su lástima.
La lluvia no cesaba.
—Apártate.
—Braam...
—¡Apártate!— el grito resonó por toda la cancha.— Si no quieres tener algo conmigo entonces apártate.
—No te portes como un niño.
—No lo hagas tú— su réplica la tomó por sorpresa—. No puedes jugar a las casitas con la gente y suponer que seguirán ahí en el momento en el que estires el brazo para agarrarlos.
Frans tragó la saliva que se acumulaba en su boca y bajó la cabeza. Él tenía razón.
—No lo puedes tener todo. No conmigo. No a mi— el tono de su voz fue mermando— No lo acepto, pero no me toques, no me consueles. Me pediste que lo hiciera fácil para tí; tú también hazlo sencillo para mí.
—Siento que ya habíamos pasado por esto— el susurro de Frans fue lo bastante alto como para que Braam lo escuchara.
—Es igual de doloroso que la primera vez— él sonrió—. Parece que estoy destinado a perderte.
Quizás no hablaran de lo mismo, pero el sentimiento era compartido, y Braam vio como, por mucho que lo intentara, no conseguía retenerla. Aquel sueño donde ella moría, donde lo besaba, donde se amaban, se repetía en su cabeza tan vívido que la piel se le estremecía. Ella quiso decir algo, pero las palabras se le amontonaban en la garganta atropellándose sin conseguir salir.
—Adiós.
—Nos seguiremos viendo.
Salió de allí a paso apresurado. Las nubes negras hacían remolinos rodeados de relámpagos y el torrencial no parecía tener intenciones de detenerse. Era como si el clima supiera lo que él estaba sintiendo; porque era exactamente eso, un mal tiempo se desataba en su interior. Permanecía en su mente la duda; quería correr tras ella y decirle no pensaba eso en realidad, que quería descansar en su regazo, pero estaba tan rígido, y su barbilla tan adormecida de apretarla, que solo deseaba tomar una ducha y dormir. Dormir cien años, quizás para ese entonces ya sería el momento adecuado para que ella lo despertara.
A su paso los objetos pequeños comenzaron a tomar cierta altura del suelo, las rocas de menor tamaño levitaban como si hubiesen sido colocadas sobre un conducto de ventilación. Sacudió su cabeza y no le dio cabida al espanto. Sería el viento. No le permitió lugar entre sus preocupaciones a los peces, ni al rocío, ni al viento, menos a las rocas.
Sintió un temblor bajo sus pies y fue cuando no pudo ignorar por más tiempo lo que ocurría frente a sus ojos. Una grieta comenzó a abrirse a pocos metros en la calle, y sin tener tiempo de analizar que ocurría, solo se lanzó a correr. Se dirigía hacia la dirección en donde estaba Frans, y aunque sonara terrible en su cabeza, quería asegurarse de que ella estaba bien.
Se repetía que era solo para resguardarse de la grieta, pero sabía que no era solo eso.
La divisó cerca de la universidad, huyendo de los temblores que hacían peligrar la edificación, y la primera reacción que tuvieron ambos fue abrazarse como si fuesen amigos de la infancia que se reencontraban tras más de diez años. La revisó para ver qué estuviera bien y ella le regaló una sonrisa que a él le significó todo el mundo. Sus ojos claros tenían un brillo que pensó que jamás volvería a ver.