-¡Madisson, Hora de levantarse!- grita mi mamá azotando en la lujosa puerta de cristal de mi cuarto.
Me levanto perezosa, como todos los días, no hay razón para sonreír, solo razones para sentirme con esta depresión ahogando mi mente y mi corazón.
Estoy rodeada de gente ricachona y superficial, cuando lo que yo quiero es no estar soportándolos más.
Me presentaré, para que entiendan de lo que hablo. Soy Madisson DiLaurentis, estoy viviendo una rara etapa de mi vida, y lo peor es que: las personas que pensaba que me amaban han sido las que me proporcionaron desequilibrio emocional, esas personas han ocasionado que me convierta en un adorno del panorama.
Desde niña me han señalado como
fea y sin gracia alguna, siempre me dijeron que no tendría un buen aspecto de belleza. Ahora tengo veintitrés años, y aun cargo en mi inconsciente el peso de esas tres letras, rebotando una y otra vez en mi cabeza: ›F-E-A‹.
Me miro en el espejo como todas las mañanas y en un intento de olvidar esas palabras hirientes me digo:
-Yo nunca he sido fea, solo tengo belleza particular. Belleza que mis padres no ven. Porque la belleza está en mi interior.- repito una vez más. Esa frase es como un mantra, contrarrestando los insultos y desprecios de mi familia.
En el espejo esta mi reflejo transmitiendo lo que el mundo ve, el exterior, lo que han hecho conmigo, con un intento de “mejorar” mi apariencia física, que según mi familia no estaba acorde a ellos.
El largo y gastado cabello rubio artificial, desteñido con tanto peróxido, mi piel blanca, ahora en ese tono bronceado artificial que tanto me obligan a llevar, cuerpo flacuchento de tantas dietas y ejercicio rígido establecido por mi madre.
Mi rostro a punto de ser maquillado a la perfección, los collares tan extravagantes para adornar mi cuello y mis ojos verdes con lentes de contacto (porque no puedo usar anteojos), reflejando mi tristeza interna, ese dolor callado que siento que me mata de a poco.
Soy un invento, la muñeca para jugar de mi familia, de mi madre más que todos, de hacerme como una Barbie; cuando lo único que quiero es ser Madisson, la Maddi que se oculta bajo la fachada de modelo perfecta, quitarme tantos adornos, porque yo no soy artificial, ni soy un adorno más del paisaje, no soy una planta ornamental.
-Maddi, es tarde.- expresa mi madre con esa voz chillona y egocéntrica, mezclada con la típica exasperación con la que me habla siempre.
-Ya estoy lista madre.- expreso haciendo un gesto con las manos señalándome todo el cuerpo.
-Madisson, ponte una falda y unos tacones.- me pide.
Yo miro abajo. Mis pantalones están bien, mis sandalias también. considero.
-Pero yo quiero ir así.- protesto.
-¡No!- grita esa mujer odiosa entrando en mi habitación y dirigiéndose a mi armario. -Iremos con el alcalde, tienes que verte como tu hermana, así una tiene la posibilidad de gustarle a Christian Rowling.- anuncia emocionada.
-No creo que de esta forma le gustemos al hijo del alcalde.- digo fingiendo como si fuera un comentario vacío.
Lo digo, porque una vez me encontré con Christian de camino a casa, hace varios años, él me dijo que parecía una Barbie, pero que yo no me veía feliz por ello. Lo cual le afirme que tenía razón.
Él remarco que no le gustaban las chicas que se preocupaban por el maquillaje, la ropa y el cabello. Él quiere a una chica hermosa en su interior, alguien que luche por sus sueños y sea valiente ante la vida que le toco.
Yo le mencioné que la que veían sus ojos no era la verdadera yo. En lo que contesto que lo sabía, y que me liberaría de eso pronto. Cuatro años después sigo esperando la libertad. Nunca volví a cruzar palabra con él. Es un chico amable y sencillo, diferente a su padre.
-Como dices eso Madisson. Si tienen la apariencia física que toda chica envidia y la mujer que cualquier hombre quiere a su lado.-
-Es lo que tú piensas.- respondo sentándome en la cama.
-Deja de estupideces y ponte esto.- dice entregándome una mini falda, nada adecuada para ir con el alcalde de la cuidad, y unos tacones de brillos. -Deberías quejarte menos y buscar algo para ser menos fea.- expresa y se va marcando sus pasos con los tacones.
-Como te odio.- declaro mirando al lugar vacío, donde ella había estado.
Ahí están esas tres letras marcando otro agujero en mí y sumándole porcentaje al odio que le tengo a su actitud.