Pasaron muchos años del primer recuerdo, pasamos de ser unos mocosos de primaria a estar en tercero de secundaria, la mejor y peor época si me lo preguntaran.
El segundo recuerdo fue, irónicamente, en su casa, donde todo era posible y me sentía más cómodo que mi propia casa.
Fue época de navidad, y como habíamos empezado a hacer desde hacía cuatro años, le rogamos a mis padres para que me dejaran quedarme a dormir en su casa. Mi madre, tan correcta como siempre, terminó por aceptar, y mi padre, tan sumiso como de costumbre, sólo asintió a lo dicho por mamá.
De esa manera, desde las 10 de la mañana estaba ahí escuchando la música de la radio, tonteando con Jonah mientras hacíamos la gelatina para la cena y esperábamos a que llegaran sus papás con una de sus tías que venía de visita.
A esas alturas ya conocía al derecho y al revés la casa y la familia de Jonathan; tenían una casa acogedora, su papá era alfa, pero de esos que se creen jóvenes y que "entienden a la chaviza" y su mamá era omega, de esas que hacen las comidas, bromean y te dan mimos cuando los necesitas justo como Jonah.
Y estaba también Lalito, un pequeño bebé de dos años que era hermano de Jonah omega también según la prueba que le hicieron al nacer, y la tía Vero, hermana de su mamá, que siempre traía curiosidades de sus viajes.
Todo empezó a eso de las ocho, por lo que teníamos el tiempo medido para estar listos, no tardaron en llegar sus otros familiares.
Hacían un rosario, pedían posada, tonteaban y comían. Hacían esto último en exceso si mal no recordaba. Jonathan y yo probábamos pastel con betún de mantequilla, él cargaba a su hermanito en las piernas dándole de su pastel, como antes de entrarle de lleno a la cena, cuando uno de sus tíos se nos acercó.
-¿Ya vieron? - Preguntó, a lo que nos miramos sin entender. – Ahí arriba – Señaló entonces sonriendo pícaro.
-¿Qué cosa? – Balbuceé antes de congelarme al comprender lo que señalaba.
Arriba de nosotros, la decoración de muérdagos que había puesto el padre de Jonah minutos antes.
Recuerdo haberme sonrojado, sin saber cómo interpretar la expresión de mi mejor amigo con todo eso.
La tía Verónica le dio un golpe en el brazo al hombre. – No seas tonto, ¡los dos son omegas!
-¿Los dos son omegas? – Preguntó el hombre, y lo entendía, las personas que eran betas no podían percibir el aroma de nosotros, por no decir que era el primer invierno que iba en muchos años hasta donde sabía. Seguía avergonzado, pero la expresión de él le sacó una carcajada a la mujer y a Jonathan - ¡Perdón, Jonas! Pensé que era tu novio, lo siento – Dijo repetidas veces.
-No pasa nada – Cedió este haciendo el ademán con ambas manos. – Bueno, ya hay que cenar, sino Lalo no va a estar despierto para cuando abramos los regalos – Dijo a toda prisa, para después encargarme al bebé e ir a buscar a sus padres para empezar a servir.
La incomodidad duró algunos minutos y un par de disculpas más, pero nada que el pequeño risueño que traía en brazos no calmara.
Todo terminó pasadas las 12, con pedidos para llevar más de lo que había de cena y envolturas de regalo por todos lados. La tía Verónica me había regalado una bola de nieve como las que se ven en las películas, Jonathan y sus padres un juego de mesa que jugamos con sus primos antes de irnos a dormir. Yo simplemente les di un frasco con galletas a cada quién que mi papá había horneado, un oso de peluche para Lalo y un enorme agradecimiento.
La noche no podía ser mejor.
A menos quizá, que no tuviera ningún fin.
Para cuando todos se fueron a dormir Jonathan y yo nos acostamos en un colchón inflable a mitad de su sala. No podía ser de otra forma, no había más cuartos y el suyo lo iba a usar su tía en el tiempo que estuviera ahí.
-Será algo a lo que me acostumbraré como siempre – Me dijo al acomodar entre los dos las sábanas y cobijas para dormir.
-Igual dormiremos ambientados – Bromeé, señalando las lucecitas del árbol y su musiquita correspondiente. Ambos nos reímos, él apagó la luz, nos acostamos.
En la oscuridad y el silencio de la sala, el árbol de navidad era lo que más sobresalía del ambiente.
-Esteban... - Pronunció de pronto.
-¿Sí? – Respondí con la misma gravedad que él le había dado.
-Fue muy incómodo lo que comentó mi tío... lo siento.
-¿Sobre qué cosa? – Quise saber, y sería por la sorpresa, por lo repentino del comentario, que el tenso actuar de mi amigo me causó más curiosidad.
- Ya sabes. – Él replicó. - Sobre lo del... muérdago... lo siento. – Reí por su comentario, y él insistió.
-Ah – Balbuceé -No pasa nada, es que nos juntamos mucho, se puede malinterpretar supongo – Comenté restándole importancia, una risa salió igualmente de sus labios.
-Si bueno, sólo para los betas, todos huelen nuestro aroma omega a kilómetros – Afirmó casual – Menos mal que estaba mi tía para aclarárselo, habría sido raro aclarárselo, ¿no?
-Jonathan – Le llamé, ¿qué estaba haciendo? ¿Por qué?
No lo entendía, pero él parecía darle la misma seriedad que yo al asunto.
-¿Mande? – Preguntó. Me mordí el labio, antes de pronunciar.
-¿Tú lo habrías hecho?... Be... besarnos, quiero decir. Si hubiera presionado más... - Escuchaba ya el "no", la risa burlesca o un sonido de asco, ya pensaba en una respuesta para darle a entender que estaba jugando.
Ya sentía las lágrimas atorándose en mi garganta.
-¿Qué? – Se rio como esperaba, pero más bien nervioso. De repente el aroma dulce a vainilla que distinguía a los omegas de su familia se hacía ligeramente más pronunciado. – No, claro que no, le hubiera explicado, Esteban, no digas tonterías.
Reí también, jugueteando con los dedos en la almohada. Me volteé, y desde la nueva posición le daba la espalda – Si, ¿verdad? Qué estupidez, era un juego, lo... lo siento.
-¿y tú? – Ni siquiera había esperado a que terminara de hablar para preguntar aquello, y yo no respondí - ¿Esteban?