Seguramente después de algo así debía de pasar algo más. Sin embargo, cuando a primera hora del día siguiente mis padres me recogieron para ir donde mis abuelos, me despedí de Jonah y su familia sin verlo a la cara.
Es que, ¿cómo volteas a ver a tu mejor amigo después de algo como eso? ¿Cómo lo haces cuando los dos son omegas? Las preguntas no se fueron de mi cabeza durante ese y varios días después, aunque no lo llamé ni él me llamó a mí. De todas maneras, tampoco podía explicar por qué ese dulce aroma a vainilla seguía deambulando por mi mente.
Cuando Jonathan me fue a buscar fue un día complicado. A diferencia de navidad, el año nuevo lo pasaba en casa de unos familiares de mi madre. Y, como ella vivía de las apariencias, siempre buscaba lo mejor para llevar, el mejor postre para dar, la mejor ropa para presumir, las mejores historias para alardear. El que papá casualmente estuviera en celo no era parte de su velada perfecta, y podía recordar el caos que se avecinó.
-Todo sería más sencillo si alguien nos dejara comprar supresores. – Mi voz era un grito arisco y resentido, pero mientras deambulaba por la casa cumpliendo sus órdenes, podía sentir sus pasos repiqueteando tras de mí, el aroma que soltaba se iba volviendo más hostil y, aunque no quisiera, la última sílaba de mi oración salió sofocada.
Lo siguiente que sentí fue el duro golpe de un objeto pequeño asestándose en mi espalda. Dejé la caja que llevaba en el suelo, para ver lo que era: un candado de los que normalmente pone en las habitaciones cuando papá o yo estamos en celo.
Cuando me volteé en su dirección su expresión estaba tensa. – No gastaré mi dinero en un inútil omega que no me pudo dar un alfa, ni tampoco en un mocoso maleducado que no conoce su lugar – Bramó. Cada vez se podían sentir más pronunciada la presencia de papá, aunque estuviera a un piso de distancia y mamá se veía más alterada por ello. Se pasó la mano por el cabello perfectamente alisado y continuó - ¡¿Piensas ir de una vez por lo que falta o también tengo que hacerlo yo?!
Cuando salí de la casa mis piernas temblaban a pesar de la expresión en blanco que no abandonaba mi cara. Dejé la caja en el auto, haciendo cuentas de los artículos que tendría que comprar en la tienda cuando una voz me llamó desde atrás.
- ¿Esteban? – Para Jonathan no era nada nuevo presenciar los gritos que, ambos sabíamos, se alcanzaban a escuchar por toda la calle. Pero no por eso podía dejar de sentirme humillado cada vez que ocurría.
En casa de él todo era alegría y tranquilidad... en mi casa no había más que recriminaciones. Y no sabía si era sólo por eso, o por lo ocurrido aquella noche, que de pronto no podía mirarlo a los ojos.
Cerré la puerta del auto y caminé hacia la tienda, escuchando ahora los pasos apresurados de mi mejor amigo. - ¿Podemos hablar, por favor?
- ¿De qué? – Respondí, aun que estaba viendo al frente, ya conocía algunas de sus expresiones, el suspiro que dio, por ejemplo, seguramente iba acompañado de una mirada mortificada.
- ¿Estás... enojado por lo que pasó? – Me había detenido al escucharlo sólo por la angustia contenida en la pregunta, reconociendo que esa misma angustia era la que me había paralizado desde el día siguiente a ese beso. Ese beso. Hasta aquel momento ni siquiera tenía el valor de pensarlo como tal. Todo eso iba y venía en mi cabeza, supongo que atiné a decir un "¿qué?" al cual Jonah continuó, poniéndose frente a mí. - ¿Asqueado, entonces?
- ¿Tú te sientes asqueado? – Su manera de decirlo no tenía la energía ni el volumen que solía usar para todo. Así que yo lo estaba imitando porque no sabía cómo tomármelo. Él estaba frente a mí, hablando en voz queda y con una dolorosa expresión que me apretaba el estómago. Su respuesta fue tan suave que ni siquiera podría decir si dijo el "No" o sólo lo articuló con los labios.
La puerta de mi casa se abrió, y yo caminé con mi amigo hasta la tienda para comprar la maldita crema y los desechables que me habían pedido. Al ir de regreso, ella no se había movido de la entrada, sabía entonces que no tendría oportunidad de hablar seriamente con Jonathan. Éste último saludó a mi madre, quien asintió con una sonrisa en respuesta. Yo sólo podía pensar en que posiblemente estaba ahí para no sentir más las feromonas de adentro y que todo lo que me fuera a ordenar sería a gritos desde afuera.
-Yo tampoco – Me apresuré a decirle a Jonathan.
-Cuídate – Fue lo que me dijo al comprender mis palabras. Entré a mi casa a terminar de alistarme y hacer el bendito postre de mi madre.