Escenas

Escena 5

La noche de año nuevo... una vez más, solía ser una fecha odiada para mí, sólo tú eras capaz de cambiar eso. De darle un tinte alegre que ahora sólo palidece por tu ausencia.

Aquella vez gracias al celo de papá sólo ella acudió a la cena familiar. Azotando la puerta y con un centenar de insultos que no vale la pena traer a la memoria. Sería a eso de las 10, después de cenar a solas en la mesa con la televisión encendida en un especial de películas genéricas, cuando alguien llamó a la puerta. 
Volví a escuchar su voz, tan vacilante y apacible como la vez anterior, y esa expresión de estar completamente perdido. Al tenerlo frente a mi puerta, una sonrisa nerviosa apareció en su semblante. – Le dije a mi tía que me invitaste a pasar la noche en tu casa... si llaman mis padres ya sabes la razón...

Casi solté el plato que llevaba en la mano, el auto de la tía Verónica aún aparcado en frente de mi casa con ella saludando desde su asiento. Al abrir la puerta algo del aroma de papá se podía filtrar y de pronto me sentí avergonzado, como si no solo Jonathan pudiera sentirlo sino su tía y toda la calle también. Aún si ese fuera el caso, él no hizo ningún gesto, a lo que me limité a moverme para darle el paso y, con un asentimiento de cabeza, despedirme de su tía antes que arrancara el auto.

De ese modo estaba mi mejor amigo en la sala de mi casa, con una escena sangrienta de fondo en la televisión mientras yo calentaba tortillas. – Sólo hay burritos para cenar. – Jonah asintió tenso, su mirada estaba fija en la pantalla y yo reprimía mi propia risa. Él odiaba esas películas, pero seguía ahí. Esperando a que me sentara de nuevo junto a él. Me habría tomado mi tiempo, y su expresión afectada no desapareció sino hasta entonces.

Estábamos ahí, yo bebiendo refresco y él cenando lo que preparé cuando murmuró - ¿Entonces no sientes asco? – Negué - ¿no me odias?

- ¿Tú me odias? – Quise saber, y no tenía idea de lo nervioso que estaba hasta ese momento. Cuando mi pregunta salió más estrangulada de lo que quisiera, y podía sentir cómo mi propia expresión se descomponía con cada palabra.

-Te fuiste – Asentí – No dijiste... una sola palabra. – Asentí. – Cuando desperté estabas cambiándote y preguntándole a mi mamá si te podía prestar el teléfono para llamar a tus papás.
-Eso no... - El golpe de uno de los cojines me acalló. Seguido de otro. En el momento en que vi a Jonah levantarlo de nuevo lo frené. – Deja eso.

Lo había detenido al vuelo, mi mano sosteniendo el objeto al mismo tiempo que él. El cojín temblaba en nuestro agarre. – Jo... Jonah... - Un sollozo salió de él. Al bajarlo, sus ojos miel parpadeaban en un burdo intento por parar las lágrimas. El cojín quedó entre nosotros cuando me atrapó entre sus brazos, ¿o había sido yo quién lo abrazó? – ¡No vuelvas a hacer eso!

-Lo siento... - Mi voz también se quebró. Cuando lo tuve tan cerca, y sólo podía atinar a acariciar su cabello. Abrazarlo nunca había sido tan incómodo, y tan natural a la vez. Y no debí hacer eso, fue lo que pensé. Porque esa noche todo se sintió más fácil. Y porque los días que le siguieron no encontraba la manera de tomar el teléfono, o ir a su casa, pero él tampoco llamó o se apareció. No debí hacer eso, pensé, cuando él trató de apartarse, pero yo me incliné. No debía hacer eso, pensé, nuestros dientes chocaron y yo me sentí tan avergonzado que traté de quitarme. Ahora creo que había muchas cosas que no debí hacer. Pero ese segundo beso, esa llorosa e incómoda disculpa. Fue otra de las promesas que tuve que haber mantenido.

 




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