Irremediablemente todo explotó.
Ese acuerdo no hablado tenía una fecha de caducidad. La fecha que en televisión y en periódicos mencionaban primero superficialmente, y después a todas luces, llegó de forma escandalosa y con mucho pánico.
Recuerdo que estaba en casa viendo otra película de terror. Era domingo por la noche, los gritos de mamá y de papá no llamaron realmente mi atención, hasta que, en medio de los anuncios comerciales, el hombre alfa de las noticias apareció con un gesto serio. El tono simplista del comercial anterior cambió abruptamente con la noticia.
-Fuera del palacio Nacional, cientos de omegas y sus familias se aglomeran en contra de la nueva ley de impuestos aprobada hoy 5 de marzo del presente año…. – Las imágenes iban saliendo a medida en que informaban. Un grupo de personas empujaban hacia atrás y adelante la baranda del palacio Nacional. Los gritos y las quejas sonaban a coro.
Cuando salí de mi cuarto, papá estaba gritando. - ¡¿Cómo piensas decirle eso?! ¡Es un niño!
- ¡¿Crees que no lo sé?! ¡Nada de esto estaría pasando si me hubieras dado un alfa para empezar!
Papá estaba rojo de la cólera. En cuanto me vio, se quedó callado. Mi madre, en oposición se volteó, dándonos la espalda. Sólo entonces noté que tenía la vista fija en el televisor, su pecho subía y bajaba, pero nunca regresó la mirada. En ese televisor, se transmitía la información que vi.
- ¿Vas a ir donde Jonah? – Papá me preguntó – Puedo llevarte, si quieres.
El ambiente en el auto era sepulcral. La verdad, no tenía intención de absolutamente nada, pero su mirada parecía pedirme que saliera de la casa. Le marqué a mi amigo, dejando que mi papá cambiara de estación en la radio hasta que encontrara una canción medianamente apropiada para que sonara de fondo.
Al llegar, Jonah estaba tecleando algo en su teléfono, sentado afuera en la jardinera. Me recibió con una sonrisa, luego de saludar y despedirse de mi papá. Yo estaba tan desorientado cuando me abrazó.
En el interior se escuchaban llantos. Él me pidió que esperara, para sacar a su hermano que estaba hecho un mar de lágrimas. -Se asustó – Murmuró, haciendo lo posible por cargar a Lalito. - ¿Vamos a la tienda? ¿Vamos? – Le decía con entusiasmo, tratando de que el niño pequeño sonriera.
- ¿Por qué se asustó? – Quise saber, mi amigo suspiró, entonces empezamos a caminar hacia la tienda.
-Mi mamá llamó a mi tía, por las noticias. Ella fue a la marcha – Explicó, balanceando a Lalito mientras caminábamos. – Están… muy asustadas, porque mi tía no está marcada, no tiene pareja. Y porque yo tampoco, y Lalo tampoco. Bueno, él es un bebé, ¿verdad? Pero creo que les ganó la histeria…
- ¿Tu tía fue? – Me sentí angustiado de sólo pensarlo, él asintió. Al entrar al local el niño se emocionó al reconocer las galletas que le gustaban. Cuando salimos continuó.
-Llegó la Defensa Nacional. Mi tía se regresó a su casa. – Me calmó – Pero te imaginarás cómo están mis papás.
-Tu tía debería tener más cuidado. – Opiné, y él frunció el ceño, abriendo el empaque de galletas de Lalo.
- ¿Disculpa?
-No sabemos qué clase de medidas tengan los soldados. – Opiné – Dicen que están locos. Y ella está allá. Sola.
-Precisamente por eso fue -Respondió él, con un deje de incredulidad. – Mi tía no tiene un trabajo fijo, ¿qué haría si suben los impuestos? Ella ya los había terminado de pagar, esa nueva ley es una estupidez. – Me quedé callado, porque realmente, no tenía con qué contradecirlo, y porque mi primer pensamiento venía de mi inmadurez. ¿Por qué simplemente no busca un empleo y ya? Claro que no lo dije. Nos habíamos quedado callados un buen rato, tiempo en el que Jonah estuvo platicando con Lalo hasta que este se sintió más tranquilo. Su pequeña voz aguda iba ganando volumen con las bromas de Jonah mientras yo los observaba. Una vez que pasó, él lo metió a su casa. De pronto yo me sentía avergonzado por entrar también. No parecía ser un buen momento de todos modos. Cuando él regresó, lo primero que dijo fue - ¿Qué es lo que… dijeron tus papás?
Suspiré, acostándome sobre la jardinera. – Posiblemente, están peleando por eso justo ahora – Admití - ¿Los tuyos?
Jonathan se encogió de hombros. Pensé que respondería, pero en su lugar comentó – Esteban, ¿en verdad no hay nadie que te guste?
Yo lo volteé a ver, sería debido a lo que había escuchado en el baño, o a esa estela de cilantro que opacaba su dulce aroma cada vez, junto a esa odiosa presencia que lo acompañaba, que me puse a la defensiva. – Ya te dije que no… ¿Por qué? ¿A ti sí? – Él me miró. Sus cejas inclinadas en un puchero, que de alguna manera, me hizo sentir un hoyo en el pecho. – Te gusta Adam, ¿verdad?
Creí que lo entendía, creí que comprendía esa mirada y ese tono de voz. Pero la expresión que anticipé no era la de completa incredulidad que obtuve. Su tono de voz subió - ¿Es en serio? – Yo me levanté porque él se levantó luego de graznar su pregunta, y una risita salió de sus labios. – ¿Es… es neta? – Su voz estaba apretada, como su sonrisa – Mis papás están allá, preguntándose por qué no consigo quién me haga una marca temporal si es que lo llego a necesitar. ¿Y sabes qué les quiero decir? Que no quiero. Que no voy a buscar a nadie, porque quien me gusta está aquí y es un omega. Y que lo besé en la puta sala de la casa. ¿Y me preguntas si me gusta ese… ese pendejo?
¿Qué cara hice? Era demasiada información. Estaba asustado, porque sus padres estaban adentro, y él seguía subiendo la voz. Jonathan estaba reconociendo lo que yo en ese tiempo no pude, y estaba enojado por eso, pidiéndome una explicación… que no tenía. Cuando pude mediar palabra, balbuceé – ¿Entonces por qué no le dijiste eso a Adam?
No lo escuché al principio, o no lo quise hacer en realidad. Mi mejor amigo se estaba abrazando a sí mismo en el instante en que le pedí que lo repitiera. Y lo volvió a decir. Sus palabras zumbaron entre nosotros. - ¿Cómo? – Susurré. Y él sollozó, la misma frase que no quería escuchar.