Escenas

Escena 12

El resto de esa semana Jonathan no fue.             
Pero me di una idea de la razón, porque al día siguiente Adam se regodeó con todos de lo que había sido aquella noche.               
Muchos pensamientos pasaron por mi cabeza, pero el primer sentimiento que me golpeó me abrumó. La rabia.

Porque Adam hablaba de besos. Y porque pensaba en esa declaración que Jonathan me dio el día de la marcha. Él quería ser normal. Y por eso no rechazaba a Adam. Por eso aceptaba sus besos, y sus abrazos. Por eso dejaba que sus aromas se mezclaran y andaba con sus amigos. Yo por otro lado sentía el estómago encogerse de asco de sólo pensar en las palabras de aquel alfa y de su aroma mezclado con el alcohol.

Yo no podía imaginar lo que Jonah pudo haber experimentado con Adam. No sin sentirme acomplejado por mis propias experiencias. Cuando si pensaba en esa noche anterior, lo que me emocionaba era el hecho de poder estar bien de nuevo con él, y el recuerdo de sus labios, o de su voz arrastrada pidiéndome un besito, diciéndome que me quería mucho.

Por esto último, a la hora de la salida tuve que rogarle a mi papá para que me dejara ir a su casa. Esa mañana todo era silencio en la mía. Y aunque mi papá solía ser el más blando, ni aun cuando accedió a llevarme puso la radio. Todo seguía siendo silencio.

Tenía la extraña sensación de que había pasado algo malo.

Al llegar a la casa de Jonathan quien me recibió fue su mamá y Lalito. El niño veía algo en la televisión mientras que ella terminaba de preparar la comida. – Me sorprende que te hayan dejado venir – Decía su madre, su tono animado con el que me saludó se volvió receloso. – Vaya borrachera que se pusieron.

- ¿Jonah está bien?  - Una risita de pena iba con mi pregunta. Viéndola a ella meneando algo en la estufa, me dio por pensar en lo furiosa que estaba mi propia madre luego de recogerme.

-Está en su cuarto, dile que en un rato más le llevo algo para el dolor de cabeza – Me tranquilizó.

Estaba todo bien, me convencí de ello. En el cuarto de Jonathan, él estaba tumbado en su cama leyendo una revista. Al escucharme repetir lo que dijo su mamá, una sonrisa cansada se dibujó en su semblante.

- No es necesario – Balbuceó. Estaba por sentarme junto a él cuando su mano tomó la mía - ¿Me acompañas a la tienda? – Había dicho. Con un tono de voz tal, que sentí que no había otra respuesta correcta más que una confirmación.

- ¿No quieres ir a la de la otra vez? – Cerca de su casa habían varias tiendas, normalmente, íbamos a la más cercana. Pero él cambió el rumbo hacia otra que estaba a un par de cuadras de ahí. Se encogió de hombros al contestar. – Es que quiero caminar.

Aun con esas, ni bien recorrimos una cuadra lo abordé. - ¿Jonah…? – Lo llamé, sus ojos no me veían, no estaba bromeando, tampoco hablaba de lo que había pasado en la fiesta. Se detuvo tras mi llamado, entonces continué - ¿Está todo bien?

Él estaba callado, muy callado. Algo estaba mal. Me puse frente a él. Y un sollozo fue mi única confirmación. Se derrumbó sin abrazarme, llevando sus manos a su cara y llorando con tanta fuerza que ni siquiera podía negar con la cabeza. Fui yo quien lo abrazó.

Duramos mucho tiempo así. En la cuadra atrás de su casa. Al final yo fui el que llegó a la tienda por un jugo y papel para darle, porque lo único que me pudo decir era que no quería llegar a su casa sin nada.

- ¿Qué pasó? – Susurré. Mi mano buscó la suya y él se encogió, viendo fijamente el jugo que le entregué.

No respondió tampoco, pero preguntó - ¿Por qué te fuiste?

Carraspeé. Mi respuesta… de pronto se sentía muy poco creíble. Quizá hasta infantil. – Mis papás me estaban buscando. Así que les di la dirección – Mentí en su lugar. – Cuando quise avisarte ya no estabas en la terraza.

Mi mejor amigo se limpió la cara con su manga, sonrió - ¿Cómo te dejaron venir?

Me encogí de hombros. – Tengo mis métodos. – Admití. Luego de un silencio, añadí – No estaba cómodo ahí… yo… no sé, no es mi ambiente.

-Tampoco el mío – Confesó. Sus dedos desenroscaron la botella de jugo. Pareció que le iba a dar un sorbo, pero la volvió a cerrar. Duramos ahí tanto tiempo que empecé a dudar si su madre ya tendría lista la comida o no. En si mi padre me empezaría a llamar.

-A veces… - Murmuró, su tono de voz era ronco y bajito. Nunca antes lo escuché hablar así. – A veces él se acerca conmigo – Volvió a comenzar, jugando a enroscar y desenroscar el jugo. – Y me molesta tanto su olor que me tengo que enderezar para hacer que se mueva. – Se encogió una vez más, sus ojos bajaron al suelo. – Él decía… que la única forma en que le demostraría que no me gustan los omegas era estando con él. Y que me iba a enseñar lo que es estar con un alfa.

- ¿Y tú le creíste? – Mi asco y sorpresa no mellaron la angustia que sentía al escucharlo. Jonathan frunció el ceño.

- Es lo que le dice a todos. Lo dice como si fuera nada, y como si tuviera que reírme con ellos sólo para que se calle. – Negó con la cabeza. Luego se encorvó, encogiendo su cara en sus manos que aún sostenían el jugo. - ¿Por qué tenía que estar con alguien así?

- ¿Jonathan? – Lo llamé, o pregunté. De esas veces donde tu primer pensamiento es un “no”. No sabes a qué, no sabes por qué. Pero es una negativa, porque no te gusta el rumbo que las cosas van tomando. Porque eso implica demasiadas cosas. Implica demasiados recuerdos, demasiado miedo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.