Escritober (reto de octubre)

Día 1: Sueño

Narra Diana

 

De pequeña mi sueño era convertirme en un ser mágico, producto de las leyendas y los cuentos que mi madre me contaba antes de dormir. Historias que su propio hermano, mi tío, le contaba a escondidas, como si cometieran una más de sus travesuras.

En ellos se narraban criaturas de otro mundo, con mágicos ojos y alas de luz que centelleaban bajo el sol. Estaban tejidos de magia y brillo, y eran hijos de la luna y las estrellas. Eran seres lejanos e inalcanzables y estaban desterrados a solo estar en la imaginación de los humanos. Ni la muerte podía atraparlos y se colaban en los sueños de los niños por las noches para contarles sus secretos.

Al crecer esas historias se olvidaban y se cubrían del polvo de los años. Se dejaba de creer en la magia y en esas criaturas que quedaban cada vez más lejanas en el tiempo.

Yo, sin embargo, jamás dejé de creer. Todos pensaron que era porque quería mantener viva a la niña que fui, aferrándome a una inocencia dulce e infantil. Pero yo sentía que, de alguna manera, esas historias procedían de ciertas verdades. Que aquellas criaturas existían y que incluso a veces me llamaban en sueños.

Y a medida que crecía, mi sueño se fue transformando, floreciendo.

Aquella niña que creció con cuentos de hadas y el deseo de infiltrarse en bosques mágicos y recónditos se convirtió en una muchacha que quería escapar, pues no encajaba en el mundo que le habían impuesto. Una joven atrapada en un reino vacío donde había una falsa paz, creada por ilusiones y falsas promesas. Yo, un alma libre e indomable, quería escapar. Me sentía encerrada. Vivía en un mundo que se destruía y se reconstruía mediante engaños. En el que todo iba mal pero a nadie parecía importarle.

Desde siempre supe que aquel no era mi sitio. Me sentía diferente y extraña, como si algo en mí no encajara en lo que era considerado normal.

Algo muy dentro de mí me decía que había algo más allá del mar que aguardaba a que lo descubriera. Las olas parecían traerme los susurros de una gran aventura. La brisa, impregnada del olor a sal, cargaba las promesas de las estrellas.

Hoy en día, tras tantos años, vuelvo a recordar a esa joven que se ahogaba entre sus sueños imposibles, entre quimeras que le recordaban aquel anhelo de escapar. Aquella muchacha valiente que quería volar pero el peso de las cadenas le impedían alzar el vuelo. Era una chica que se temía de sí misma y de lo que podía hacer. De ese poder que había, de un día para otro, nacido entre llanto y odio.

Hoy miro todo lo que conseguí cuando crucé aquel mar. Hoy vuelvo atrás y veo que hice bien en seguir la voz de mi corazón. Que realmente aquel mundo mágico con el que soñaba de niña existía y que allí me esperaba mi destino. Que no eran tan solo cuentos, pues narraban la verdad sobre las hadas, los elfos y cientos de criaturas más.

Aquella niña que fui parece reír dentro de mí cuando recuerdo todo aquello y veo lo que es ahora el mundo. El sueño de aquella pequeña y la de la infeliz muchacha llegaron a cumplirse, y esa es una de las razones por las que sonrío cada amanecer.

Hoy, la mujer que soy parece no tener ningún otro sueño.

—Hoy estás en las nubes, Diana —dice una voz a mi lado.

Sonrío, pues en cierto modo allí estoy.

Miro a esos ojos esmeralda tan mágicos que tanto me han mirado. Busco en su mirada a aquel compañero de aventura que una vez fue.

Que sigue siendo.

Él, tan mágico, me sonríe con aquella sonrisa juguetona que cubre siempre sus labios. El elfo ante mí entrelaza sus dedos con los míos y yo siento que todo el dolor del pasado se desvanece ante su toque.

—Siempre estoy en las nubes —respondo. Su beso cae en mis labios como un ancla que me vuelve a traer a la realidad.

Nuestras manos, unidas como lo están nuestras almas, se aprietan y todo mi cuerpo parece estremecerse.

Y cuando vuelvo a sus brazos, aquellos que tanto me han refugiado de mis propias tormentas, lo entiendo.

Mi nuevo sueño es estar a su lado. Seguir viviendo esta vida y las siguientes si pudiera junto a él. Verle reír. Compartir nuestros miedos y también los más anhelados besos. Ver mil atardeceres más y darle gracias a la vida por dejarnos estar juntos.

Mi sueño, en definitiva, es él.

 

 

 



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En el texto hay: relatos

Editado: 31.10.2020

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