Escritober (reto de octubre)

Día 7: Corazón roto/cicatrices

Narra Eliel

 

Yo era antes luz y calor de primavera. Una bella flor que abría sus pétalos cada mañana con ternura y fé. Era alegre y cantarina como un hada, y estiraba mis dedos hacia las nubes jugando a que podía transformarlas. Ayudaba a cualquiera que lo necesitara, porque me gustaba ver como se dibujaban las sonrisas en los demás. Confiaba en todos y no me daba miedo dar aunque no recibiera nada a cambio.

Fui demasiado buena. Demasiado ingenua. Demasiado inocente. Y siendo así, todos empezaron a aprovecharse de mí, pues tenían la certeza de que no podría negarles nada. Que los ayudaría en cualquier cosa sin compromisos, sin tener que darme nada.

Pero no me daba cuenta, porque era idiota.

Te conocí a ti un día de invierno, al lado del mar que aullaba por el viento. Me miraste y yo te miré. Nos hablamos con prudencia. Nos reímos con la inocencia de dos niños juguetones. El tiempo se encargó de unirnos como juego cruel del destino. Los días nos transformaron en ardientes amantes que buscaban rincones escondidos para perderse en el otro.

Yo llegué a amarte demasiado. Te lo di todo a ciegas y sin pensarlo. Mi alma, mi cuerpo, mi confianza. Todos mis besos y mis abrazos te los di solo para ti. Tú bebías de ellos con pasión y llenabas mi corazón de mariposas y deseos ardientes. De amor y cariño.

Yo te amaba. Te adoraba. Te necesitaba. Tu mirada de fuego en mí parecía hacerme estallar. Derretirme. Tu piel me hacía estremecer. Tus besos me hacían volar.

Pero te encargaste de convertirme en una rosa con afiladas espinas.

Porque para ti, yo solo era un cuerpo en el que pasar apasionantes noches. Era una cara bonita que jamás te diría que no. Un objeto para satisfacer tus deseos. No me quisiste. Nunca te importé. Debí habérmelo imaginado cuando te importaba más acostarte conmigo que escuchar mis miedos y mis sueños. Solo querías estar entre mis piernas y en mi boca, pero no en mi corazón. Solo querías beber de mí por deseo. Por egoísmo.

Solo me querías por mi belleza feérica. Por ser una hermosa elfa. Solo te atraía y me usaste. Solo viste en mí carne que te daría placer, y no te interesó mirar más allá. No te asomaste a donde se escondían mis sentimientos y mi personalidad. Mis historias y las cosas que me gustaba hacer. No, eso no te interesaba. Solo me hiciste creer que me amabas y que pasaríamos la vida juntos. Con tus falsas palabras y tu sonrisa ladina.

Y cuando te cansaste de mí, cuando caí enferma y esa belleza feérica se desvaneció como una flor marchita, tú te buscaste a otra, como si fuera un objeto desgastado que ya no te servía. Ella, más perfecta que yo. Más salvaje y ardiente, que eso era lo que te gustaba.

Cuando sané, sin tu ayuda, sin tu apoyo, sin tus besos, volví a ti como una completa imbécil. Te rogué que volvieras conmigo. Tiré mi orgullo y mi dignidad y te supliqué que entraras en mi vida otra vez. Que dejaras a esa chica. Que yo te amaba demasiado y que habíamos pasado por mucho juntos. Qué estúpida. Qué idiota. Qué ingenua.

Tú, viendo que había recuperado esa belleza mágica, volviste a mí. Pero solo para aprovecharte. Para seguir absorbiéndome y hundirme en tus propios deseos que ya no satisfacían los míos. Me sentí sucia y asquerosa. Sobre todo después de darme cuenta de que seguías con ella, robándole besos y fundiéndote en su piel.

No me amabas. Nunca lo hiciste. Me rompiste el corazón, que hoy está lleno de cicatrices. Solo me usaste, como lo hicieron los demás que me desbordaban de favores. Que solo querían de mí mi bondad y mi inocencia. Ser buena entonces me pareció malo. Ser alegre me pareció falso. El amor me pareció un cruel engaño al que jamás volvería a caer.

Así que me sumergí en un eterno invierno. Te eché de mi vida, con mi corazón roto sangrando.

Me lamí las heridas, una por una, aunque me escocieran hasta hacerme temblar. Me convertí en una chica de hielo, y nadie me entendió. Así estaba mejor. Sola, sin sentir. Volvía a ser dueña de mí misma. Dejé de ayudar a todos, que se marcharon porque ya no les interesaba. Dejé de confiar en los demás. Pero no me di cuenta de lo vacía que estaba mi vida.

Hasta que vinieron ellos. Diana, aquella semielfa que le dio color a mi vida. Ella, que había pasado por una cosa parecida. Que me entendía. Ella, mi mejor amiga, a la que no pude ocultarle nada.

Y Dorian.

Él se encargó de besar mis cicatrices, a pesar de todo el dolor que vio en mí. Cogió los pedazos de mi corazón roto y los volvió a unir con sus abrazos. Él no pidió nada de mí y solo buscaba curarme. Sus besos están impregnados del cariño más puro. Pueden ser ardientes pero también tiernos. Él no me ve como un saco de buenas piernas y pechos. Él me ve como una persona, con miedos, cicatrices y sentimientos. Él escucha cada uno de mis sueños e ilusiones y las pinta en el firmamento cuando estamos abrazados, mirando las estrellas. Él me sujeta entre sus brazos cuando siento caer en los pozos de mis desilusiones y mis temores. Es paciente. Me escucha. Me hizo creer de nuevo en el amor. Me esperó cuando vio que me daba miedo lanzarme a unos nuevos brazos. A querer. Y cuando beso sus pecas, enredados entre las sábanas, veo que sus ojos se desbordan de amor incondicional.

Él no es como tú. Tú no sabes amar. Solo sabes desear de una forma primitiva y falsa. Solo sabes romper corazones y reducirlos a cenizas.

Él jamás dejará que mi corazón vuelva a estar roto. Él derritió aquel hielo y me llenó de nuevo de calidez. A él le dan igual mis espinas, y no quiere solo la rosa.

Él me ama. Yo lo amo. 

 



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En el texto hay: relatos

Editado: 31.10.2020

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