Narra Hino
La luna brilla con más fuerza esta noche, como si se hubiera quedado prendada de nuestros besos y abrazos. Nos baña con su brillo de plata y nos envuelve en ternura mientras escuchamos el susurro de los árboles y el cantar de los grillos.
Diana, entre mis brazos, suspira y su mirada se posa en el lago que se extiende ante nosotros. El agua se deja acariciar por el viento y forma suaves ondas que se expanden. La luz de la luna se funde en el agua y la llena de brillo.
Acaricio el brazo de mi pareja y la siento estremecerse por el frío, así que la tapo con la capa que me he traído.
—Me gusta este lago —dice entonces ella, con voz enternecida—. Parece tan mágico...
Observo el lago con atención e inconscientemente sonrío, desbordándome de recuerdos del ayer. En cierto sentido, lo es. Es mágico, sobre todo cuando estoy aquí con ella. Cuando la siento pegada a mi cuerpo y escucho su respiración y su suave risa.
—¿Sabes? Hay una leyenda sobre él. Mi madre me la contó cuando era niño.
—¿Una leyenda?
—Sí —digo, sonriente.
Diana apoya su espalda contra mi cuerpo, buscando mi calor y contacto. Yo la envuelvo con mis brazos, abrigándola, y beso sus cabellos. Se queda callada, esperando a que le narre alguna historia llena de magia y misterio. Lo que le voy a contar es una leyenda que mi madre me contó cuando estaba triste y me escapé a este mismo lago, en busca de alguna aventura que me hiciera olvidar mis miedos.
—Antes no había ningún lago, sino un gran y frondoso jardín donde crecían flores y plantas nunca vistas. Muchos decían que era el jardín más bello del planeta. Estaba custodiado por una ninfa de agua, que visitaba cada día el jardín para cuidarlo y protegerlo. La leyenda dice que una vez, acabó yendo por la noche. Y fue entonces cuando se enamoró de la luna.
—¿De la luna?
—Sí. Con su luz, hacía mágico al jardín, y la ninfa se quedó prendada de su belleza. —Mi mirada se escapa al cielo y recorro el suave contorno del astro que nos ilumina—. Los días pasaban, y la ninfa se enamoraba cada vez más de la luna. Ahora iba cada noche allí y ponía más y más empeño en crear un jardín aún más hermoso con la esperanza de que la luna se fijase en ella y la adorase. Pero nada pasaba, y la ninfa empezó a hundirse en la pena. Empezó a llorar por ella cada anochecer, lo que ponía en peligro el jardín, pues con sus lágrimas era capaz de ahogar a todas las plantas.
>>Un día, la luna, preocupada por la ninfa y aquel hermoso jardín que tanto le gustaba, bajó del firmamento en forma de espíritu. Tomó la forma de una mujer de tez blanca, largo cabello blanco y ojos negros como la noche. El cielo se habría quedado a oscuras sino fuera por la presencia de las estrellas, pero ellas no tenían la fuerza para iluminar por la noche el mundo. Pero a la luna pareció darle igual.
La ninfa se encontró entonces con ella, y el espíritu acabó por enamorarse también de la ninfa. Fue un amor verdadero y repleto de cariño. Las dos empezaron a cuidar aquel jardín, que se había convertido en un paraíso para su amor. Cogidas de la mano, pasaban cada noche paseando entre las flores. Se abrazaban con cariño, se besaban con pasión, se acariciaban con ternura...
Por desgracia, el destino no estaba de su parte. Sin la luna en el cielo, empezaron a ocurrir desastres. Las mareas empezaron a descontrolarse, los animales empezaron a desorientarse, y un sinfín más de tragedias recorrieron el mundo. Los espíritus más poderosos decidieron castigar a la luna por haber descuidado su deber. La arrastraron hasta el cielo y la condenaron allí para siempre, sin poder descender al mundo nunca más. Las dos amantes quedaron separadas, pero su amor no murió.
—¿Y qué pasó a la ninfa?
—Ella, rota por la pena, empezó a llorar desconsoladamente, y nadie pudo pararla. Pasaron días y su llanto seguía escuchándose, rompiendo el corazón de todo el que pasaba por ahí. Poco a poco, sus lágrimas empezaron a inundar el jardín, llevándose consigo todo lo que creó.
>>El cuerpo de la ninfa acabó por convertirse en agua también, y se derramó por la profunda pena que sentía. Fue así como nació este lago. Se dice que cada noche, cuando la luz lunar toca el agua, los espíritus de la ninfa y de la luna consiguen rozarse. Y una vez al mes, cuando la luna no se puede ver en el cielo, su espíritu consigue escapar de su prisión por el poder que le da el amor de la ninfa. Es entonces cuando los dos espíritus bailan sobre el lago en una danza de amor eterno.
Cuentan también, que si te quedas cerca de ellas puedes oler el aroma de las flores que había en el frondoso jardín, como un recuerdo fantasma que intentan recrear las dos amantes.
—Es... es precioso, Hino. Y muy triste...—comenta, y siento como su piel se eriza por la historia.
—Lo es.
Miro la luz de la luna que se refleja sobre el agua, danzando como luciérnagas mágicas. No sé cuánta verdad hay en aquel relato. No sé ni siquiera si el lago fue creado por una ninfa. Pero sigue siendo una historia trágica y bella que deja mucho que pensar.
Mi madre me contó aquella leyenda para que no me volviera a escapar de casa. Me dijo que si lo hacía, sus lágrimas inundarían la aldea porque se pondría muy triste.
Sonrío al recordar, y aprieto contra mi cuerpo a Diana, que vuelve a estremecerse. Miro al lago, y casi me parece ver a dos espíritus bailando sobre él en sintonía, pero son solo imaginaciones. Doy gracias por no tener un amor trágico con la chica que me acompaña. Por tenerla aquí, conmigo. Doy gracias porque el mundo nos permita estar los dos juntos. Y me entristezco porque otros no tuvieron la misma suerte.
Y ojalá la ninfa y la luna, así como otros amantes prohibidos, puedan encontrar un nuevo jardín.