Narra Eliel
Las risas recorren la sala en la que estamos mis amigos y yo, y lo inundan todo de calidez y diversión. Estamos en la casa de Hino, sentados cerca de la chimenea en la que danza el fuego azul. Fuera llueve estrepitosamente, pero ni el agua ni el frío no consigue colarse en el hogar.
Hemos estado hablando de nuestras vidas, de recuerdos y anécdotas que surgen de los rincones más insospechados de nuestras mentes.
—Creo que nada fue más vergonzoso que cuando hice explotar un hechizo delante de los Maestros —dice Dorian, entre risas—. Le quemé un poco la barba a uno de ellos... Ahora la tiene desigual...
—Hiciste explotar muchas cosas de muchas maneras distintas, para hacer exactos —digo. Dorian, al principio, era bastante torpe con la magia.
—Hmm, ¿y cuando llegaste a esta aldea qué? —recuerda Diana, con una mirada divertida. Dorian abre mucho los ojos, recordando el fatídico día donde llegó e hizo bastante el ridículo delante de nosotras.
—¡No me lo recuerdes...!
Diana empieza a narrarlo sucedido y yo sonrío. Era un día lluvioso como hoy, o puede que incluso más. Diana y yo corríamos a casa a refugiarnos de la incesante lluvia. De repente vimos en la lejanía a un muchacho humano que cargaba un montón de maletas. Su ropa y su cabello estaban empapados y parecía gritar a pleno pulmón para que alguien lo ayudase. Quise ignorarlo y tiré de Diana para que siguiéramos corriendo, pero ella se quedó observando al humano.
Cuando él nos vio, corrió hacia nosotras, feliz por encontrar a alguien que pudiese ayudarle... Y de repente ¡zas! Cayó en el barro de bruces y se manchó toda la ropa y el cuerpo. Sus maletas también fueron víctimas del barro y él soltó una pequeña maldición a su suerte. Inconscientemente estallé a carcajadas.... Creo que esa fue una de las pocas veces en las que conseguí reírme tanto. Diana, a mi lado, intentaba contener la risa y ayudó al humano a levantarse. Recuerdo que mi primera impresión sobre él fue que era un patoso que nos provocaría bastantes risas. Él nos contó que se estaba mudando a la Aldea desde Tao, y que estaba buscando refugio de la lluvia. Diana y yo lo llevamos a nuestra casa para presentarnos más formalmente, y no se me pasó la miradita de arriba abajo que él me dedicóa compañada de un saludo tímido. Pensé que era un idiota más, y que sería una completa pesadilla convivir con aquel espécimen de humano. No quería vivir en el mismo lugar que él pero poco a poco fue uniéndose a nuestras vidas.
Si le dijera a la Eliel del pasado que ese mismo idiota y ella acabarían enredados perdidamente, creo que se tiraría al mar desde un precipicio. Como cambian las cosas.
—¿Y tú, Eliel? ¿Algún suceso vergonzoso? —pregunta Hino, tras acabar de reírse por la historia de Dorian.
Mi sonrisa se desvanece de mi rostro y me pongo a pensar. ¿Quizá cuando volví a los brazos del imbécil que me engañaba con otra y que solo me quería por mi cuerpo? Eso fue bastante vergonzoso, aunque no en el sentido divertido. Me abochorno de mí misma cuando pienso mi forma estúpida de actuar. Fui una necia por dejarme llevar ciegamente por el encanto de ese humano, que solo veía en mí una cara bonita acompañada de unos pechos y linda cintura. Que tonta, Eliel. Que tonta.
Pero no tengo ganas de hablar de eso.
—No, yo no soy tan patosa como Dorian —bromeo, y oigo la queja de mi pareja a mi lado—. Pero Diana sí que tendrá más historias, ¿verdad?
Ella aprieta los labios y parece encogerse en el asiento.
—Supongo que fue vergonzoso cuando en clase me tiraban comida de animales, entre otras cosas —dice. Sé que recuerda con mucho dolor esa época. Hino la rodea con sus brazos para espantar eso recuerdos—. ¡Oh! Y también lo fue cuando le presenté a mi madre a Hino tras volver de mi aventura... De no haber tenido nunca novio le traje a nada más ni menos que a un elfo... Aún recuerdo su cara.
—¡Se quedó pálida! —añade Hino, con una risa.
Me río ligeramente, imaginándome esa escena en mi cabeza.
—Mi vida está repleta de anécdotas vergonzosas por culpa de Zulius —habla de repente Elidium, que había permanecido callado.
Zulius es un buen chico, pero es bastante fiestero, gritón y desvergonzado ya que se crió con una pareja de enanos, que lo adoptaron como su hijo. A Diana y a mí nos hace bastante gracia su personalidad, aunque a Hino no le agrada demasiado.
—¡Cuéntalas!—dice Diana.
Y nos volvemos a sumergir en graciosas historias para pasar el tiempo. Dorian me rodea con sus brazos y yo me inundo de su calidez.
Supongo que todos tenemos sucesos vergonzosos en nuestras vidas, para bien o para mal. Algunos son graciosos y los recordamos con diversión y risas. Otros, sin embargo, son amargos y escuecen, y son esos los que deseamos olvidar.