Hay ocasiones en las que es muy difícil discernir entre lo correcto y lo incorrecto. Y a veces nos preguntamos que hubiese pasado de elegir un camino distinto.
Mi nombre es Frank Torres y me encuentro en un centro de reclusión con una condena de treinta años de privación de libertad por el delito de homicidio. Les voy a contar por supuesto mi versión de los hechos.
Eran las tres de la madrugada del 19 de octubre del 2023, volvía de una fiesta de cumpleaños de un amigo con tres personas más, Marcos, Pepe y su novia Beatriz. Estábamos algo ebrios, pero nos alcanzaban los sentidos para regresar a la casa caminando, como siempre.
Sentí unos deseos inmensos de orinar, algo normal después de unas cuantas cervezas, acto que finalmente realicé detrás de un arbusto. Pero sin darme tiempo a girar, Pepe se puso detrás y me dijo al oído: estoy viendo como miras a mi novia hace rato.
Lo que pasó después no me lo van a creer, como no lo hizo el jurado en el juicio.
Apareció un hombre alto encapuchado, vestido de negro y mató a Pepe con una puñalada en un costado delante de mí, me quedé paralizado, al hombre salir corriendo solo atiné a tomarlo entre los brazos. A mi llamada de auxilio vinieron Marcos y Beatriz. El arma homicida ensangrentada estaba justo a mi lado.
El principal argumento de la defensa fue que el cuchillo tenía mis huellas, y que durante la fiesta había testigos de que yo traía uno como aquel para defenderme si algo pasaba en el camino. Y en efecto, era mío, lo había traído con tal propósito.
Si no hubiese ido ese día a la fiesta o portado ese puñal o la novia de Pepe no fuera un mujerón, quizás no estaría en esta situación.
Me pueden creer o no, es decisión de ustedes, yo prefiero pensar que era mi destino.
Editado: 26.02.2024