Ay luna, mi luna querida. Tan bonita y resplandeciente. Tan solitaria a veces, pero tan orgullosa como siempre.
Tú que alumbras mi habitación en las noches más oscuras, tú que me observas desde la penumbra.
Eres la única que conoce todos y cada uno de mis pesares. Me has visto llorar como nunca nadie lo ha hecho, me has escuchado cantar, me has escuchado suspirar. Has escuchado mis anhelos y mis frustraciones... Me has escuchado hablarte de todos mis amores, esos que fracasaron, y que tanto daño me han provocado...
Luna, mi fiel compañera. Aunque cambies de forma, aunque las nubes celosas intenten ocultarte, ahí estás siempre. Me viste crecer, y me verás envejecer. Estarás conmigo hasta el mismísimo final.
He de agradecerte, luna querida, no solo por oírme sin decirme nada y sin juzgarme, sino también por inspirarme siempre. Con tu resplandor, y a la par de tus amigas las estrellas, me ayudas a encontrar las palabras adecuadas, para expresarme en estos escritos de mi alma.
Luna, jamás desaparezcas. Vas siendo de lo último que me queda. El día en el que ya no brilles, ahí coronada en el apogeo de la noche, entonces lo habré perdido todo.
Enséñame, luna, a brillar sola o acompañada. Enséñame a ser una reina, que deslumbre con su sola presencia. Enséñame a vivir y a soportar esta soledad...