En la vasta extensión de la noche estrellada, donde la soledad se abraza con el viento, surge un poema que habla de lucha y tormento, un canto a la vida, en su eterna encrucijada.
El esfuerzo persiste, cual fuego en la oscuridad, un faro incansable en medio del océano, un grito valiente que rompe el desengaño, buscando un destino en la adversidad.
La tristeza se cierne, como nube gris y fría, acompañante fiel en la travesía del ser, un abrazo sombrío que nos hace entender, la fragilidad humana en su melancolía.
Mas en el hondo eco de cada lágrima derramada, se forja un carácter firme, una fortaleza interior, y se alzan valientes en cada nuevo albor, las alas quebrantadas, en busca de alborada.
El tiempo, ese inmutable y fugaz compañero, testigo silente de cada paso en la existencia, esculpe en nuestras almas su sabia sentencia, mientras el reloj avanza, sin freno, sin sendero.
Así, en la encrucijada de soledad y añoranza, el esfuerzo y la tristeza encuentran su razón, y en cada latido del corazón, se teje la epopeya de nuestra esperanza.
Pues en la soledad hallamos nuestra voz, en el esfuerzo nuestro propósito definido, y en la tristeza un aprendizaje compartido, que el tiempo transforma en un jardín de flores veloz.
Porque en la danza de la vida, siempre existe la posibilidad de renacer y florecer, y aunque la tristeza y la soledad nos hagan padecer, es el esfuerzo y el tiempo los que nunca desiste.