Layla
27 de agosto de 2016
Eryx me tomaba de la mano mientras nos dirigíamos a la universidad. El invierno aún no había comenzado, pero el frío ya estaba en acción en París. Él me tenía tomada con su mano izquierda, con su mano derecha sostenía un cigarro. Yo volteé los ojos con exasperación.
—¿Puedes dejar de fumar?, es un hábito asqueroso —le dije. Él me miró desde abajo, yo medía 1.70 pero él era más alto que yo. Su mirada era de fastidio y eso hizo que me irritara más. Su cabello rubio brillaba con el sol otoñal.
—Mierda, Layla. Nunca es suficiente contigo, maldición —Tiró lo que quedaba del cigarro en la grama que teníamos cerca y seguimos caminando. Dejó de verme como si ya hubiésemos acabado.
—Eso puede ocasionar un incendio —repliqué —, y eres un cretino.
Él gruñó y apretó su agarre en mi mano, podía jurar que uno de mis nudillos sonó por la fuerza de su agarre. Ahogué un grito por la sorpresa y el eco leve de dolor en mi mano derecha.
—¡Cállate, por favor! —exclamó con molestia, con su mano libre se masajeó las sienes — Tengo un dolor de cabeza terrible y tu voz es como si estuvieran taladrando directamente en mi cabeza.
Yo volteé los ojos, de nuevo.
—No te dolería tanto la cabeza si no tomaras tanto —declaré —. Anoche llegaste muy tarde a la casa.
Traté de soltarme de su agarre, pero él apretó más fuerte. Eryx y yo vivíamos juntos desde hace 5 meses. Desde que me mudé con él, nuestra relación iba en picada. Ya no me sentía bien con él, pero cada vez que trataba de hablarlo con Eryx...
Un escalofrío recorrió mi espalda ante el recuerdo y la voz irritada de Eryx me regresó a la realidad.
—¿Puedes dejar de joder por una vez en tu vida, Layla? —preguntó, molesto.
Yo suspiré y me rendí, no había caso. Pelear con Eryx era una batalla que ya daba por pérdida desde hacía ya mucho tiempo. Me sentía agotada de estar con él, me asfixiaba estar junto a él. Pero no podía escapar, estaba en una jaula en donde el único que tenía la llave para mi libertad era Eryx...
Y él ya había dejado claro que nunca me la daría. Y yo estaba tan cansada de pelear para tratar de obtenerla.
Parecíamos la pareja perfecta para todas las personas, pero por dentro estaba gritando por ayuda, por alguien que me sacara de este hueco en el que me había metido.
Llegamos a la universidad, la casa en donde vivíamos estaba a 15 minutos de esta. Llegamos al campus y allí estaban todos nuestros amigos. Adrianne fue la primera en vernos y nos saludó con la mano. Yo puse mi mejor sonrisa y caminé con más ánimo hacia mis amigos. A veces sentía que mi vida era una actuación completa, y tenía miedo de olvidarme a mí misma en este papel que interpretaba día a día.
Sacudí mi cabeza para alejar esos pensamientos de mí. Junto a Adrianne estaba Cameron y Karsten.
Cameron, Adrianne y yo nos conocíamos desde preescolar. Nuestra amistad empezó de una forma extraña, aunque creo que todas las amistades que valen la pena tienen un comienzo extraño. Adrianne y yo nos peleábamos por una muñeca que había en el patio de juegos del colegio. Cameron nos vió, tomó la muñeca de golpe y le arrancó la cabeza a la Barbie. Luego de eso le tendió la cabeza a Adrienne y a mí el cuerpo y dijo:
—Ahora tienen para las dos. ¡Dejen de pelear! —exclamó.
Adrianne y yo nos miramos y nos reímos, luego le ofrecimos jugar con nosotras, él aceptó y desde allí fuimos inseparables.
Llegamos donde estaban ellos y por fin pude soltarme de Eryx. Abracé a Adrienne y me quedé junto a ella. A mi lado derecho estaba Karsten y le di un golpe suave en la cadera con la mía. Él era un poco más alto que Eryx pero igual de alto que Cameron. Karsten me sonrió a modo de saludo y yo se la devolví. Él era el hermano de Eryx. Karsten y yo nos habíamos vuelto realmente amigos en estos 3 años en la universidad.
Cuando llegamos a la universidad, Eryx y Karsten se unieron a nuestro grupo y luego me enamoré de Eryx y nos unimos aún más.
Le lancé un beso a Cameron que estaba junto a Eryx y él me guiñó un ojo. Sentía la fuerte mirada de Eryx sobre mí. Habíamos tenido varias peleas sobre mi amistad con Adrianne y Cameron, pero no dejaría que ganara en esto. No dejaría que me quitara el poco aire que tenía.
Hablamos un poco y luego llegó el momento de irnos a clase. Adrianne y yo estudiábamos para ser profesoras. Ella sería profesora de biología y yo quería enseñar a los niños con discapacidades especiales. Ella enlazó su brazo con el mío y nos fuimos sin despedirnos de los demás.
—¿Estás bien, Layla? —preguntó Adrianne al instante que nos alejamos lo suficiente del grupo que ya se estaba dispersando alrededor del campus.
—Sí, ¿por qué no lo estaría? —respondí con naturalidad. Ella enarcó una ceja y me estudió. No quería mirarla a los ojos, no podía. Si la veía, ella sabría todo. Seguí viendo al frente mientras sentía la mirada de ella en mí.
—No lo sé —soltó ella después de un rato de silencio, bajó su cabeza negando con esta y suspiró —. Estás cada vez más rara, ya no tienes ese... brillo característico tuyo —Esas palabras entraron en lo más profundo de mí y reprimí una mueca de dolor —, desde que te mudaste con Eryx no eres la misma.
Respiré profundamente y agradecí que ya estábamos llegando al salón y así no tendríamos que seguir con esta conversación.
—Todo está bien, Adrianne —le aseguré, cortando el tema y pensé que, si lo decía varias veces en mi mente, olvidaría el ardor que recorría toda mi espalda cada vez que me movía y el dolor en mis costillas cada vez que respiraba muy hondo.
Todo está bien.
Está bien.