Logan solía decir que nuestro amor era más fuerte que un tornado y más profundo que el mar.
Pero olvidó que los tornados no duran para siempre y que mientras más profundo vayas en el mar, más presión ejerce el agua.
Marinette decía que persiga mis sueños, pero olvidó que seguían siendo eso, solo sueños.
Ahora ninguno de los dice nada, o quizá si hablan a mis espaldas, daba igual realmente.
Mí médico de cabecera parecía bastante arrogante cuando lo conocí, pero ahora no hacía más que dirigirse a mí padre con una mueca que intentaba mostrarse compasiva, pero solo dejaba entrever que, al igual que el resto, sentía pena por mí. Todo el viaje al hospital había tenido esta sensación viscosa atorada en mí pecho que me repetía lo que ya sabía. Estoy jodida.
No había vuelta atrás, y mí padre lo sabe mejor que nadie, pero el tampoco quiere arriesgarse.
Los últimos meses me había estado aferrando cual garrapata a la idea de que si conseguía un trabajo tarde o temprano, más tarde que temprano, podría recolectar el dinero necesario, pero la realidad me había vuelto a dar una paliza.
La ciudad donde vivo es pequeña, no en extremo pero lo es, la gente de aquí no esta acostumbrada, ni preparada, para que gente con alguna discapacidad quiera aplicar para un trabajo, además de que en mí condición casi ningún trabajo es compatible, al menos no uno con mis estudios, estudios que ahora valen menos que la nada misma.
Cuando tenía solo cuatro años, había tenido mí primera presentación de ballet, claro que solo era de esas que los profesores no se toman en serio, pero tenía su mérito, o al menos para mí lo tenía; fue el día que supe que quería hacer el resto de mí vida, y solo con cuatro años. Ahora, con veintiuno, el deseo seguía intacto, pero eso ya no me bastaba, de nada había servido todo mí esfuerzo y ya no había nada que hacer por ello, pero eso acabaría hoy, o al menos era lo que esperaba.
A esas alturas ya estoy cansada de tener a la gente encima mío, mí padre, que buscaba un ¨psicólogo calificado¨, puesto que si ir al psicólogo ya es horrendo, imagina necesitar a un intérprete para saber que es lo que dice y con el jodido grupo de apoyo, sin olvidar las clases grupales de lenguajes de señas de las que no quería saber nada, todos intentos de mantenerme distraída. Amber, mí mejor amiga, y ahora también la única junto con Lucy, solía decir que siempre hay un arcoiris después de la tormenta, pero ya no lo dice, quizás porque sabía que no había sido una tormenta, si no un tsunami que terminó por ahogarme de dentro hacia afuera.
Ahora todos me tratan como si estuviera hecha de cristal, como si supiesen que cualquier movimiento en falso me rompería, pero yo ya estoy rota.
El día del accidente, del cual no recuerdo demasiado, había sido uno de los más bonitos de los últimos meses, Marinette, mí profesora y guía de danza, me había asignado a un grupo pequeño de niñas de entre 7 y 10 años para que les enseñara, lo que me venía genial porque significaba un poco más de ingresos para mí y no tener que vivir tan justa cada mes con el alquiler de mí departamento y a su vez me dejaba el tiempo justo para ir y venir de la facultad donde cursaba artes escénicas. Ese día las niñas, y el único niño de la clase, celebraban el cumpleaños de una de ellas y a su vez el paso de ir a un grupo para niñas un poco más avanzadas. Habíamos jugado bastante y decidí dejar la lección para la clase siguiente, después de todo siguen siendo niños.
Cuando todas ellas se marcharon recuerdo haber cerrado el estudio y cambiarme en las regaderas después de haber practicado para el importante recital que se acercaba, exigiendome al máximo para que todo saliese a la perfección, ignorando el típico dolor de pies y las ampollas de estos, que siempre terminan heridos y llenos de piel expuesta, pero era un dolor bonito, me hacía sentir viva. Tarareaba una canción de camino a mí viejo Chevy, disfrutando de la voz tan aguda que se me había concedido.
Era bastante vanidosa en aquel entonces, no lo niego. Trabajaba duro por destacar de entre todos los bailarines, por lo que mí cuerpo siempre había tenido un estado atlético desde que tengo memoria, había tenido la buena fortuna de sacar la belleza poco convencional de mamá y tenía una voz que, por lo menos a mí parecer, sonaba realmente bien dependiendo de la canción, era feliz, lo tenía todo y ni siquiera lo sabía. Quizá fue la forma de la vida de avisarme que estaba a punto de convertirme en una de esas odiosas famosillas que en cuanto ganaban lo suficiente para una buena casa y un auto decente cambiaba a sus amigos de siempre por algunos con menos cerebro y más dinero, o quizá solo paso lo que tenía que pasar.
De una forma u otra, cuando iba a mitad de camino recuerdo que la lluvia se había vuelto más condescendiente y decidí que quería llegar antes a casa, así que aproveche que el semáforo frente a mi se tornó verde y apreté el acelerador, desde ahí todo es confuso. Recuerdo la bocina, el estallido, las vueltas del cacharro en el que iba, la sacudida que me dio por ser estúpida y no llevar cinturón de seguridad y recuerdo el dolor, muchísimo dolor. Lo siguiente que sabía era que estaba en un hospital y que tenía suerte de estar viva, pero para mi esto es como estar muerta en vida.