CHASE
Las palabras que Alfred me dijo ayer al mediodía sobre Wendy no dejaban de dar vueltas en mi cabeza, es así que por la tarde decidí ir a su apartamento y como quien no quiere la cosa comentarle, o mejor dicho preguntarle, cual era el motivo por el que preguntaba por mi, pero las tres o cuatro veces que hice sonar su timbre nadie respondió. Hace varios días que no he sabido nada de ella—irónico teniendo en cuenta que vivimos uno al lado del otro—pero no es la primera vez que sucede, en el poco tiempo que lleva instalada aquí, he notado que no suele salir con demasiada frecuencia de su departamento. No es que esté vigilándola o controlando todo lo que hace y deja de hacer, pero digamos que al trabajar en la recepción del edificio durante casi todo el día, es imposible que alguien pase por delante de mis narices sin que lo note.
En fin, como no he podido ubicarla durante todo el día se me ocurrió la maravillosa idea de decirle a Alfred que me avisara en cuanto la viera cruzar la puerta principal, y pocos minutos antes de las cuatro de la madrugada me llega un mensaje de texto:
Mensaje de texto de Alfred: Wendy acaba de llegar.
Mensaje de texto de Alfred: Por favor no hagas nada que espante a la pobre chica.
Lo primero que pensé fue: ¿por que va sola a estas horas de la noche? el pueblo es tranquila y el barrio también, pero siempre hay algún idiota rondando por ahí que pueda llegar a hacerla pasar un mal momento, aún mas teniendo en cuenta que es una cara nueva en el barrio.
Esperé unos minutos detrás de la puerta y en cuanto oí ruido en el pasillo intentando hacer el menor ruido posible abrí lentamente la puerta para encontrarme de espaldas a la castaña. Luego de una pequeña charla le dije que estuviera pronta mañana—osea hoy—a las doce del mediodía. No le dije el motivo, —siempre fui del tipo de chico que le gusta sorprender a las personas—
Hoy haré que conozca un poco la tradición de la gente de esta ciudad los sábados por la mañana/tarde: mirar torneos de futbol playa. No estoy seguro si ella está interesada en este deporte, quizás no lo está y hoy puede que haga esta pequeña actividad en vano, pero en fin... me arriesgaré.
Como es de costumbre en los días qué hay partido me he levantado temprano, desayuné, me duché y ya preparé el bolso de entrenamiento. Es una rutina que suelo hacer como cábala.
—¡Chase!—grita la abuela desde la cocina. Me dirijo hacia ella y una cocina llena de ollas, cucharas, harina y chocolate por todos lados me reciben.
—Mierda abuela, que es todo este desastre—ella me observa de mala gana por haber dicho un insulto, me cubro la boca con la mano riendo y ella niega con su cabeza. A veces olvido que ella detesta los insultos.
—Debo entregar tres pedidos antes de las once—dice ella sin dejar de amasar la bola de masa que tiene frente a ella.
Mi abuela hace ya varios años cuando el abuelo falleció estuvo varios días e incluso meses bajo tratamiento a causa de la depresión que ello le había causado, no había nada ni nadie que lograra apaciguar ese dolor. Ni Alfred, ni yo, ni sus amigas lograron que saliera de su habitación, estuvo meses acostada, sin dormir, comer e incluso hablarnos. Nada la animaba a levantarse y respirar el aire fresco, y ver los diminutos rayos de sol que entraban por su ventana. No puedo decir que la entiendo porque no sé qué se siente perder al amor de tu vida, a esa persona con quien has compartido más de cincuenta años, con quien has vivido los mejores y peores momentos, las mejores y peores experiencias. Que de un día para el otro te arrebaten a quien más amas.
Cierro los ojos y comienzo a recordar aquel frío día de invierno.
Hace unos años atrás
Me levantaba temprano como cada sábado. Hacía ya varias semanas la rutina era la misma. Salía de mi habitación directo a la cocina a desayunar, entraba a la habitación de mi abuela para preguntarle si quería comer pero su respuesta siempre era la misma "no gracias querido, me quedaré otro rato más en la cama" yo volvía a la cocina, me terminaba de preparar y me iba a la playa junto con el equipo. Pero ese sábado fue diferente, en cuanto asomé mi cabeza fuera de mi dormitorio el aire era diferente, sentía una leve brisa golpear contra mi piel. Observo la puerta del dormitorio de mi abuela—la cual está pegada a la mía—y estaba abierta, cosa que no pasaba muy seguido últimamente.
—¿Abuela... estás bien?—pregunté desde fuera, pero ella no respondió—abuela...—volví a preguntar
—¡Cariño estoy aquí!—gritó ella, su voz provenía de la cocina. Sin poder creerlo caminé lo más rápido posible hacia ella y allí estaba rodeada de galletas de chocolate y dos tazas de café. —buenos días—una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.—¿Quieres café o prefieres un vaso de jugo?—ella continuaba hablando pero aún no era capaz de creer que luego de casi un mes ella estuviera otra vez feliz, sonriendo. Tiré al suelo el bolso que llevaba en mi mano, rodeé la mesada que nos separaba y me abalancé a sus brazos sujetándola lo más fuerte que podía tal y como hacía de niño pero con su pierna.
—Te quiero—digo casi en un susurro y con la voz ronca un poco por recién haberme levantado y otro poco porque estaba intentando controlar las lagrimas.
—Lo sé cariño, yo también te quiero, pero... ¿a qué se debe este abrazo?
—Creí que también te perdería a ti. Tú... has estado muy mal, ni Alfred ni yo sabíamos cómo hacer para que te sintieras mejor, nos has asustado.—recuerdo haber tenido esa conversación aún aferrados uno del otro.—No quiero perderte.
—Oh Chase... tu no me perderás, estoy bien, tan solo... tan solo necesitaba un momento conmigo misma, necesitaba estar sola y pensar, llorar, comprender y más que nada adaptarme a esta nueva vida sin... sin tu abuelo.