Ese beso en Paris

34|| Recuerdo

CHASE

 

Sus ojos turquesa me miran de una manera que nunca nadie antes me ha mirado: con dulzura, aprecio, cariño.

No es novedad decir que siento algo por Wendy,

Intento controlar las ganas que tengo de abalanzarme hacia ella y estrellar mis brazos y manos en su cintura, atraer su rostro y pegar mis labios a los de ella, saborearlos, morderlos, sentirlos, todo al mismo tiempo. No solo quiero hacerlo, sino que lo necesito. Necesito saber que se siente que sus dedos se enreden en mi cabello, que se siente que sus pequeñas manos recorran cada parte de mi cuerpo desnudo, necesito conocerla aún más, no solo su cuerpo sino todo de ella, necesito saber qué es lo que está pasando por su mente en estos momentos.

Y el no saberlo me está carcomiendo por dentro.

Cierro los ojos al sentir la yema de su pulgar contra mi piel, intento controlar mi respiración y las ganas de alzarla, sentarla sobre mi escritorio y allí perdernos uno dentro del otro, uno sobre el otro.

Hoy, definitivamente es el comienzo de algo.

Sus labios se separan en una fina línea con intención de, luego de varios minutos, comenzar a hablar, pero unos suaves golpes en la puerta nos interrumpen. No es hasta el tercer golpe que me percato de ello.

—Siento interrumpir—la voz de mi abuela es casi un susurro. A lo lejos puedo oír como sus amigas deslizan las sillas de un lugar a otro y supongo que el juego está por comenzar. —En cinco minutos comenzaremos—hace una pausa y su vista que antes estaba posada en mi rostro se dirige hacia nuestras manos que aún están rozándose. Wendy lo nota y rápidamente la coloca dentro del bolsillo trasero de sus jeans.

—Enseguida iremos—respondo y mi abuela se aleja intentando ocultar una pequeña sonrisa.

Vuelvo a centrar mi atención en Wendy y sus mejillas están aún más coloradas que en un principio, su pecho sube y baja con rapidez y siento sus manos un tanto sudorosas.

>>Quieres un poco de agua—ella asiente y me inclino para abrir el frigobar que hay a un lado de mi cama y extraer una botella de agua. Se la extiendo, ella da un largo sorbo y de a poco su respiración se ralentiza al igual que sus mejillas adquieren su color normal.

Inspira profundamente—¿Vamos? —Pregunta, y esta vez soy yo quien asiente.

Caminamos uno al lado del otro en dirección hacia la sala donde mi abuela y sus amigas nos esperan con una mesa llena de aperitivos, vasos de jugo de naranja y, claramente como no podía faltar, varias copas de vino.

Observo de reojo a Wendy y la noto un poco más tranquila, creo que ambos sentimos la tensión… ¿sexual? ¿podría decirse? allí dentro de la habitación. Ninguno de los dos se esperaba lo que acaba de suceder.

Por mi cabeza pasan muchas cosas, muchos sentimientos, muchas palabras por decir, muchas sensaciones, y puedo apostar a que a ella le sucede lo mismo. Tan solo espero que la amistad que hemos formado durante estas últimas semanas aún siga estando, que a pesar de lo que suceda mañana o los días siguientes no afecten de forma negativa nuestra amistad, lo último que quiero y que necesito es que las cosas entre los dos cambien.

De suceder, lucharé por ello.

No soy una persona que suela pensar en el futuro con demasiada insistencia, pero… en situaciones como estas, creo que es necesario hacerlo. ¿Qué si me veo en un futuro con Wendy? No lo sé, es muy pronto para saberlo o decirlo, pero la verdadera pregunta es, ¿Quiero verme en un futuro con Wendy? Si, definitivamente quiero.

—¿Te parece bien?

—¿Cómo? —Respondo terminando de beber mi vaso de jugo. Había olvidado por completo que el comienzo del juego dependía totalmente de mí.

—¿Si te parece bien que tu des vuelta el aparato ese y yo coloque los números aquí? —La castaña señala la rueda de las bolillas y luego el pizarrón que hay a un lado de nosotros

—Oh, sí, claro, como tu prefieras.

El aire se corta con un cuchillo, y no me está gustando en absoluto.

Transcurren veinte minutos de juego y Wendy y yo parecemos dos extraños. La incomodidad que hay entre nosotros se percibe de acá a la china. Nuestros cuerpos no se rozan ni por casualidad, nuestras miradas se cruzan tan solo si es necesario y nos dirigimos la palabra por obligación: porque la situación lo amerita.

Intento descifrar su rostro pero es inescrutable, no sé si ahora mismo me odia y quiere salir corriendo de esta habitación sin verme la cara ni una vez más, o si por su mente se está repitiendo la escena de hace un rato una y otra vez con la intención de que vuelva a suceder.

Espero que la segunda.

—¡Bingooo! —Grita Nancy, nuestra vecina de enfrente alzando en alto su cartón color rojo y provocando que las fichas que había sobre los números caigan al suelo. A ella parece no importarle, porque se dirige hacia nosotros con su bastón en una mano y con el cartón en la otra.

—¡Esto está arreglado!

—¡Nancy estás haciendo trampa!

—¡Dinos cual es el truco para ganar!

Los gritos de sus amigas se escuchan detrás mientras ella avanza por el estrecho camino que hay desde su asiento hacia Wendy y yo brindando un breve baile de triunfo ya que es la tercera vez desde que hemos comenzado el juego que ha ganado y hecho “cartón lleno”.

 

La risa de Wendy me sorprende a mi lado y podría jurar que es el sonido más hermoso que he escuchado en mi vida. Luego de varios segundos se percata que la estoy observando como un idiota y comienza a juguetear con su pulsera, indicio de que se ha puesto nerviosa. Pero aún así no para de reírse, incluso creo que me ha sonreído a mí.

—¡Damas y caballero, tenemos nuevamente a Nancy como ganadora! —anuncia Wendy tras comprobar que la anciana completó de forma correcta el cartón—Tal y como dicen las reglas, si una participante gana más de tres veces, se consagra ganadora final del juego. ¡Un aplauso para Nancy!—Sus amigas comienzan a gritar, aplaudir, golpear sus bastones contra el suelo e incluso cantan como si fuesen una hinchada de futbol al ritmo de “olé olé olé Nancy Nancy”




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