Pasaron un par de semanas desde aquel inesperado encuentro. Y por influencias, mi papá concertó una cena con la familia Miller. Esa noche, por primera vez en mi vida, me esmeré al arreglarme. Quería verme hermosa… para él.
La emoción era tan evidente en mi rostro que, tuve que hacer un esfuerzo casi sobrehumano por ocultarla al llegar a la casa de los Miller. Me repetí una y otra vez que debía mantener la compostura, aunque por dentro todo en mí gritaba su nombre.
Al conocer a sus padres, los saludé con la calidez de quien ya los conoce de toda la vida… y en cierta forma así era. Ya había visto sus fotos, sabía sus nombres, incluso recordaba algunos detalles que Tadeo había compartido en sus redes sociales. Pero ahora los tenía frente a mí, sonrientes, amables, elogiando mi aspecto, diciéndome lo “bonita” y “angelical” que era. Yo flotaba. Literalmente.
La casa de los Miller era hermosa. Luminosa, elegante, cálida. Por unos segundos, no pude evitar imaginarme viviendo ahí. Pero mi ensueño se rompió en cuanto Tadeo apareció. Al verme, arrugó el entrecejo. No por enojo, sino por confusión.
Su padre, con una sonrisa cordial, lo llamó:
—Hijo, ven, quiero que conozcas a la familia Spencer. Él es Henry Spencer.
Tadeo se acercó y, como era de esperarse, el primero en hablar fue mi papá.
—Es un gusto conocerte, Tadeo —dijo, y con una mirada cómplice, me miró—. Tu padre me ha hablado mucho de ti.
Tadeo, tan carismático como siempre, le estrechó la mano y respondió:
—El gusto es mío, señor Spencer —respondió Tadeo, tan carismático como siempre.
Mi padre suspiró satisfecho y empezó a presentarnos.
—Ella es mi esposa, Isabel Spencer.
Tadeo saludó respetuosamente a mi madre, y luego, mi papá se acercó a mí con evidente orgullo.
—Y esta hermosa chica es mi preciosa y amada hija, Mariana Spencer.
—Es un gusto volverte a ver, Mariana —dijo Tadeo, extendiéndome la mano con una sonrisa amable.
Tadeo me sonrió y me tendió la mano.
—Es un gusto volverte a ver, Mariana.
En ese instante, sentí que iba a morir… y al mismo tiempo, estaba en el paraíso. Que me recordara fue como vivir dentro de un sueño. No podía ser más feliz.
Después del saludo y una breve conversación cordial, pasamos a cenar. La comida fue deliciosa, pero apenas la probé. Estaba demasiado concentrada en cada gesto de Tadeo, cada palabra, cada movimiento. Tras la cena, nuestros padres se dedicaron a hablar de negocios, y nuestras madres se perdieron en sus propias conversaciones. Vi a Tadeo alejarse a un rincón con un libro en las manos. Sin pensarlo demasiado, reuní valor y me acerqué.
—¿Cuál es tu género favorito? —pregunté, tratando de sonar casual.
Tadeo levantó la vista y respondió:
—Misterio.
—Hmm, es un género muy bueno —comenté—. Pero es mejor cuando hay romance.
Sonrió divertido.
—En algunas ocasiones, sí. ¿El tuyo?
—Romance y fantasía —respondí con emoción.
—Era de esperarse —bromeó con una mirada traviesa.
Avergonzada, lo miré de reojo y susurré:
—¿Puedo sentarme?
—Claro —dijo, haciéndose un poco a un lado.
Me senté a su lado, jugueteando con mis manos, nerviosa, pero decidida a seguir la conversación.
—¿Qué pensaste al volverme a ver? —me atreví a preguntar.
Tadeo reflexionó un momento antes de contestar.
—Lo primero que pensé fue… qué casualidad.
Sonreí al escucharlo. Pues era mejor que pensara eso, a que se enterara que no había sido obra del destino, ni una casualidad. Que todo había sido planeado.
—¿Y tú? —preguntó él.
—Que fue el destino —respondí sin dudar… y de inmediato bajé la mirada, avergonzada. Sin notar que su sonrisa cálida se había desvanecido por un segundo.
Afortunadamente, seguimos conversando de cosas triviales. Libros, comida, lugares. Todo fluía con naturalidad. La noche avanzó y pronto llegó el momento de despedirnos.
Antes de subir al auto, mi papá se acercó a Tadeo, y con esa autoridad sutil que lo caracteriza, le dijo:
—Veo que le agradaste a mi hija. Espero que puedan ser buenos amigos. Ella estudió en otro país, así que no conoce a mucha gente aquí.
Tadeo sonrió con gentileza y respondió:
—No se preocupe, señor. Seré un gran amigo para Mariana.
Mi papá, complacido, le dio una suave palmada en el hombro y se despidió:
—Nos vemos pronto.
Ya en el auto, apenas nos alejamos de la casa cuando solté un grito ahogado de emoción, y me lancé a abrazar a mi papá y exclamé:
—¡Gracias, papá! ¡Eres el mejor! ¡Te amo tanto! ¡Soy tan feliz!
Mi padre rió, abrazándome con fuerza, y entonces escuchamos a mi madre decir en tono fingidamente ofendido:
#3173 en Novela romántica
#821 en Novela contemporánea
segundas oportunidades, amor de madre, regresion en el tiempo
Editado: 15.05.2025