Esa noche no dormí, Gabriel con su último mensaje removió sensaciones que me empeñaba en dormir y estuve tentada de contestarle y retarle a cumplir con su advertencia.
Pero miré a mi lado, donde Carla reía con sus amigas, miré a Luna que me miraba buscando alguna pista de malestar por mi parte para levantarse y arrastrarme con ella y respiré hondo. Si tomé una decisión, debía cargar con sus consecuencias.
Mis padres aparecieron esa mañana en casa junto a los de Andrea, despertándonos a ambas e intentando convencer a Bárbara de que se viniera de excursión, pero ella muy amablemente, alegó un dolor de cabeza inventado y se quedó en casa calentita, porque era Diciembre estábamos a 10 grados y el dúo Luna—Alexander habían invitado hasta al portero de su finca a visitar el Saler. Y para sorpresa de todos menos Andrea y servidora, huyeron nada más llegar y no los volvimos a ver hasta que volvimos a casa.
Llegamos más tarde que los demás al parar a repostar. Andrea y yo quisimos ir solas con la excusa de no ir apretados y aprovechamos para ponernos al día, porque entre mis exámenes y su trabajo no teníamos tiempo para hablar. Cuando bajé del coche, nuestros respectivos padres ya habían desaparecido con su "pandilla", la mesa estaba llena de comida, bebida y juguetes, Alexander le cantaba la canción de las Tortugas Ninja a MiniA y Carla le hacía arrumacos a Gabriel, mientras yo rezaba para que se quedara pegada con la resina del pino sobre el que estaba apoyada. Sí, tenía casi 26 años y pensamientos de adolescente celosa.