Enical
Las noches de octubre me encantan y no es porque se acerque mi cumpleaños…obvio no.
El sol ya se había puesto cuando llegué al departamento de Antonio para una maratón con palomitas y helados. Desde que visitamos a su mamá no quiso volver a tocar el tema y los ataques pararon.
Quiero creer que fue el final, pero mi temor aún es latente, las pesadillas de él jalando del gatillo no ayudan mucho. La idea es ayudarle a descubrir la vida, irónico de una persona que ha crecido huyendo de lo mismo para no salir lastimada, gracias universo por hacerme tragar mis palabras…
-¿Por qué tiemblas con las películas de acción?- preguntó Antonio mirando mis rodillas vibrando como celular en modo silencio.
-Estaba emocionante- me defendí encogiendo los hombros -No le tomes importancia, dejé de buscarle lógica hace años.
Negó con la cabeza mientras reía, horas más tarde ambos dormíamos hasta que un chirrido me despertó, particularmente esta noche tenía un sueño ligero como si tuviera un mal presentimiento.
Antonio se incorporó en su pijama blanca de verano, saliendo de la cama, iba a preguntarle qué pasó, pero contuve la respiración al ver sus ojos, llevaba ese gesto perturbado de miedo y desesperación que había visto sólo en dos ocasiones.
Me paralizó de inmediato, mi cabello camuflaba mis ojos así que no me moví, me miraba vigilante, si me incorporaba él lo sabría y probablemente el colchón también sonaría, no respiré del miedo hasta que salió de la cama completamente y me dio la espalda.
Abrió la cajuela buscando el arma, chasqueó la lengua frustrado al no encontrarla y se volvió a mí al instante. Su cara tenía todos los músculos tensos, respiración vacilante, ojos como estacas esperando cualquier excusa o movimiento en falso mío para clavarme el corazón, había un brillo de sospecha, me temía y odiaba al mismo tiempo.
Se dirigió al baño, la puerta estaba abierta y de inmediato pensé en la hoja de afeitar que estaba en su vasito azul, si la encuentra o rompe el vidrio del vaso será peor, no quería que cruzara esa puerta e hice lo más estúpido que haría una persona en peligro.
-No lo hagas- hablé de inmediato sentándome, encendió la luz con el interruptor que tenía justo al lado, se volvió a mi con sus ojos a puro odio.
-¿Quién eres?- rugió acercándose amenazante.
Bien lo distraje. ¿Ahora qué?
Alcé las manos en señal de rendición -No tienes por qué atacarme, no tengo ningún arma, sólo quiero hablar contigo- indiqué sin perder el contacto con sus ojos, me empezó a temblar el cuerpo.
-¿Hablar? Una como tú- espetó con asco a los pies de la cama.
-Te probaré que soy tu amiga, te conozco- insistí acercándome a gatas sobre la cama -Tu color favorito es el azul, te encanta la comida china.
-¡Esas son estupideces!- se quejó irritado.
-Te gusta escribir canciones y ver películas, nunca te habías sentado en un parque a comer helado hasta que te conocí- continué arrodillada en la cama frente a él, la voz se me quebró, tenía miedo, no a que me lastimara, tenía miedo de perderlo.
-¡Callate!- ordenó sin entender por qué le decía esas cosas -Quiero que me digas quién te envió, cuánto te pagaron. ¡Dímelo!- exigió tomando mis hombros con fuerza antes de sacudirme.
-No te gustan los juegos mecánicos fuertes, pero te subes a ellos si te lo pido, también te encanta la vista de la ciudad desde las alturas y odias como ese mechón de tu cabello se cruza en tu ojo izquierdo y-y tienes que moverlo a cada rato- tartamudeé intentando ahogar los sollozos fijando la vista en su pecho agitado, los recuerdos me asaltaron tiñéndose de gris y solo quise abrazarlo -Tú no tienes la culpa de lo que pasó con tu mamá…
Toqué la hebra más sensible, el punto más débil con la esperanza que creyera en mis palabras, que me dejara entrar a su cabeza para poder encontrar al otro Antonio y liberarlo de donde sea que lo tuviera cautivo.
Hundió los dedos en mis hombros, me clavó lo poco de uñas que tenía, las sentí como afiladas garras del animal más salvaje, sin duda tendría marcas de eso luego.
-Por favor…- volví a sus ojos sintiendo los míos acuosos -Antonio…dime que me recuerdas- supliqué.
-¡Te dije que te calles!- gritó después de mirarme unos cuantos segundos, ¿dudó? Parece que el odio ganó su batalla interna, el fuego volvió a sus ojos, me lanzó estampándome contra el cabezal de la cama como si fuera un trapo.
Mi cabeza sonó en un golpe seco, fue tan fuerte que me nubló la vista y los sentidos concentrando mi sangre en un punto específico, podía escuchar mi circulación acelerándose, me demoré en abrir los ojos, pero en la confusión pude verlo amenazarme.
-No vuelvas a mencionar mi nombre, tú que seguro eres una de sus perras. ¿Quiere volver a controlarme cierto?- rugió y fue incluso cómico ver un rizo bloqueando su ojo izquierdo, se lo removió fastidiado casi como acto reflejo.
Intenté tocar con los dedos alrededor del golpe sin que doliera tanto, busqué sangre y por suerte no la encontré.
-Nadie me pidió que viniera- me sinceré entornando los ojos -Yo, quiero hablar contigo, te quiero ayudar, dime que quieres hacer y te ayudaré- insistí mientras mis dedos intentaban aliviar los punzones en mi cabeza.
-No hay nada que yo quiera de ti- respondió con asco antes de girarse hacia la puerta, sabía que no podría incorporarme del golpe tan rápido.
Fue segundos, pero lo noté, no la tocó, no la abrió, se estremeció, emitió un gruñido de frustración y se dejó caer sobre sus rodillas.
Lo supe en ese momento, todo terminó, se quedó allí quieto, me acerqué respirando agitada, esperando su otra faceta.
-¿Antonio?- susurré arrodillándome frente a él.
Acerqué una mano para quitar los rulos que cubrían su rostro, no escuché sollozos, pero supuse que había empezado a llorar.
Tomó mi mano en el aire tan rápido y fuerte que sentí mis nervios y venas removerse por la presión.
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Editado: 21.07.2022