Estaré a tu lado

Capítulo 33

Enical

Todo estaba oscuro, mi cuerpo se sentía pesado, como si estuviera en el fondo del mar, no podía ver nada, estruendos, estallidos fuertes, balas, ese es el sonido de las balas, mi cuerpo empezó a sacudirse como si lo batieran.

-¡Enical!- su voz me despertó.

Abrí los ojos empezando a respirar como si me hubiesen sacado del agua, estaba en la cama, Antonio me tenía de los hombros mirándome desesperado.

-¿Qué pasó?- pregunté extrañada absorta en sus ojos notando como pasaban de café caliente a tieso y amargo chocolate.

Sus gestos se volvieron frívolos e indiferentes rápidamente mientras yo me sentaba en la cama y él se alejaba.

-Te llamé para que cenaras y no contestaste, no vuelvas a dejar la puerta con seguro interno- advirtió con ese tono despectivo y gruñón que tenía cuando lo conocí.

Empezó a caminar extraño, cojeaba, recordé la herida en su pierna y como se me acercó, aunque no pudiese recordarlo, aunque le disparara.

-¿Te duele mucho?- me atreví a preguntar a pesar de su indiferencia.

-No duele- contestó seco enderezándose -En la mesa está tu cena- fue lo último que dijo antes de dejarme sola otra vez.

Llevamos un día así, no comparte ni las comidas conmigo, se encierra en su habitación o en la oficina, yo también prefería estar en mi habitación a cruzármelo afuera, tampoco ha ido a la disquera, no sé si es por esas personas que entraron a mi casa, pero cada vez que intento preguntar me evita.

-Antonio necesito recoger un par de cosas en mi departamento- comenté tímida saliendo al pasillo antes de que se vuelva a encerrar en su estudio.

Me miró enfadado y antes de que me diera una negativa despectiva preferí explicarme.

-Es que me va a venir el periodo y Alex no me trajo ropa interior ni mis cosas personales- hablé rápidamente sintiendo que las mejillas me ardían. ¡Joder! ¿Por qué tenía que decirle algo tan vergonzoso?

-¿Ya es inicio de mes?- preguntó frunciendo el ceño.

Ya no estaba avergonzada, estaba hirviendo en la pena. ¿Cómo recuerda aún mis fechas? ¿Y por qué tiene que decirlo así?

Buscó mi mirada con una chispa de diversión, recordé como me mimaba en esos días donde me sentía fastidiada, cansada, pesada como una esponja hinchada o un bebé con su pañal sobrecargado. ¿Eso también fue falso?

-Iremos en cuanto acabes de cenar, me avisas, estaré en el estudio- indicó volviendo al extraño que me encerró en este lujoso departamento.

Terminé lo más rápido que pude y limpié todo, la pasta roja que hizo estaba deliciosa, en cuanto acabé toqué su puerta y en dos minutos ya estábamos saliendo, Augusto con otras tres personas nos seguían a un par de metros.

Subimos a su coche sin mediar palabra, Antonio fingía que yo no existía y yo prefería seguir siendo un mueble que no molestara. Tomé lo que pude antes de irme otra vez, mi mochila, mi ordenador, un par de libros, el cargador de mi teléfono que se había apagado desde la mañana y sin que Antonio lo notara tomé todos los dulces que pude de la cocina.

-El martes voy a la universidad- comenté mirando por la ventana de su coche al volver.

-Te dije que yo autorizaría cuando salieras- comentó sereno mientras conducía.

-Te estoy avisando, no te estoy pidiendo permiso- declaré y se giró a verme, encaré esos ojos que me veían reflejando el destello de la luz pública y una flama interior propia del fervor de la amargura de su dueño.

-Ya te avisé, Enical, yo no repito las cosas, las hago- amenazó sin alguna vergüenza, lo ignoré girándome a la ventana y notando que entrabamos a su edificio -¿Segura?- inquirió cuando estacionó.

-No repito dos veces- imité su entonación antes de bajar del auto.

Al llegar al departamento volvió a su jaula sin mediar palabra conmigo, salió segundos después y noté claramente como escondía un arma en su espalda baja.

-¡Espera! ¿Dónde vas?- pregunté alarmada impidiendo su salida del pasillo a la sala.

-No te incumbe, no te metas.

-¡Que me meto joder, llevas un arma!

-¡Yo sí sé usar una!- rugió pasando de mi hacia la puerta principal.

-¡No sabes usar ni la puñetera cabeza!- bramé y le aventé un cojín del sofá cercano que extrañamente si le dio.

Se detuvo y me miró enojado, me intimidé y escondí las manos por detrás como si se pudiera culpar a alguien más, se acercó con esas dos dagas marrones sobre mí demostrándome que él era quien mandaba.

-¿Qué acabas de hacer?- su pregunta era claramente retórica.

-Te lancé un cojín- respondí firme, durante unos segundos me hice la fuerte antes de que mis ojos cedieran a la incertidumbre de saber que estaba en falta.

-Solo lo diré una vez Trobaler- su entonación en amenaza era rígida, pero una parte de mí ya quería besarlo.

¿Qué carajo? El hombre me odia y yo estoy aquí con el corazón todo alborotado.

Antonio se inclinó hacia mi sin dejar mis ojos, entreabrí los labios nerviosa sin saber si retroceder estaría mal, así que me mantuve quieta. En cuanto moví mi boca sus ojos se dirigieron a ella, luego a mis mejillas que se tornaron rosadas solo por su cercanía, maldición si se acercaba unos pobres centímetros podría besarme otra vez, quiero que lo haga.

-Deja de joder- fue agresivo, seco y directo, se alejó abandonado el lugar de un portazo, abandonándome y a mi esperanza de que sí me quisiera.

¡Las tres y media de la mañana! ¡Ya son como ocho horas desde que se fue y ni rastro! No contesta mis llamadas, ni mis mensajes, tengo el corazón en un hilo y el jodido guardaespaldas de la puerta solo me ha dicho que tengo prohibido moverme.

Lo último que repasa mis recuerdos es esa arma que se guardó antes de irse. ¡Mierda! ¡Más le vale estar en verdad en problemas para no contestar! Juro que si llega como si nada, ni un rasguño…¡Que lo mato apenas cruce esa puerta por gilipollas!




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