El castillos de los aurores se encontraba hundido en la inmensa oscuridad; todos los que habitan allí, estaban dormitando, pero una persona de ellas se encontraba sin poder dormir, la preocupación la carcomía por dentro y estaba demasiado ansiosa.
Se levantó de la cama, se vistió y salió a merodear por el castillo y después de unos instantes una persona la llamó.
—La hora ha llegado, querida— susurró aquella persona entre la oscuridad.
Ambas mujeres comenzaron a andar y salieron del castillo dirigiéndose al bosque que estaba prohibido para la mayoría de los habitantes. Se adentraron demasiado al bosque hasta llegar a el punto dónde ya no se escuchaba nada, solo se oía el cantar de los árboles y el susurro del viento.
Y ahí estuvieron esperando.
—¿Comenzarás contándoles toda la verdad?— cuestionó una de ellas, llamada Joséphine.
—¿Qué otra cosa podría contarles? No estamos para decir mentiras, ni para andar con rodeos. — respondió la otra mujer, cuyo nombre es Nagmil.
—No les contarás toda la verdad...—comenzó a negar Josephine.
—Claro que lo haré...— dejó unas palabras en el aire y sabían lo que significaban.
—En pocas palabras y sin rodeos, ¿Te refieres a que les contarás toda la verdad resumida y guardarás lo peor para el final?
—Tal vez ...
—Vaya, vaya, ¿Será el día en que todo termine cuando cuentes la pura verdad?
—Contaré todo, Joséphine, pero solo a su tiempo.
—Eso espero, Nagmil, no quiero quedarme sin historias.