Esto no puede ser amor

Capítulo 13

—Sí, ha vuelto a fumar —habló Nicolás mientras estaba sentado en una de las sillas de la biblioteca—. Se lo he dicho muchas veces, pero no me escucha —resopló mientras miraba con curiosidad lo que Jacob tenía en las manos—. Bueno supongo que se la pasará, es le siclo normal del dolor.

Supongo. Jacob clavo las uñas en las hojas que tenía en las manos. No era su asunto. No era su problema. Nunca lo fue. Debía calmarse. Nicolás podría notar algo. No. Ni Jacob creía eso. Quería estallar, quería romper algo. Debía parar. Borrar esas sensaciones de cariño, posesividad y preocupación por ella. Si, sensaciones. Por que eran sensaciones. ¿Qué más podía ser? No era tan fuerte para ser considerado un sentimiento. No lo era.

Claro, no es como si la hubieras sacado de tu vida por miedo de sentirte tan dependiente.

No era mentira. Su conciencia no mentía. Deberíamos darnos un tiempo. Lo había pensado varios días antes de decírselo. Ese "solo sexo" estaba cambiando, empeorando, si fuera "solo sexo" no la pensaría tanto, no la extrañaría, no esperaría con impaciencia las noches, no le importaría tanto su vida y no tendría que tragar la rabia que sentía al verla alrededor de Nicolás.

Al principio creyó que ella lo tomaría con total normalidad, pero al ver esos intensos ojos azules sin la chispa que veía normalmente, ver su rostro pálido, la boca media abierta, su labio inferior temblando, dos minutos pasaron para que pudiera contestar, su voz era apenas audible. Ya no estaba tan seguro. Él solo atino a encerrarse en el baño. Talvez había cometido un error. Talvez para ella no era "solo sexo". Él ya no estaba seguro si quería que siga siendo "solo sexo". 

Encendió la ducha, talvez el agua helada calmaría sus pensamientos. Funcionó. El agua recorriendo su cuerpo lo refresco, agarro una toalla, se la envolvió a la cadera y salió. Quería verla, saber que pasaba por su mente. La vio parada en la puerta con la mano en la manija. Tienes razón, ya se estaba volviendo aburrido. Un sentimiento feo apareció en su pecho. Se quedo plantado al suelo. Esa frase lo descolocó más de lo que hubiera esperado. Ya se estaba volviendo aburrido. ¿Eso era lo que creía? ¿Lo que sentía? ¿Aburrimiento? Se negaba a creerlo, la voz de la pelirroja era apagada, ahogada; no burlona, si realmente lo creyera sería burlona. Ella estaba mintiendo. En la cabeza del rubio no había otra explicación. No aceptaría otra explicación. Pero si creía que mentía ¿Por qué no dijo nada? ¿Por qué simplemente la dejo ir? ¿Por qué no se opuso a que cerrará la puerta? ¿Por qué no la jalo hacia él? ¿Por qué no la beso para que dejara de decir estupideces? 

Su mente estaba en blanco, sus pies se movieron hasta la cama, se recostó aún con la mirada perpleja. No durmió esa noche, ni la siguiente, ni la siguiente a esa. Se negaba a creer que era por Sol. Sería por cansancio. ¿Cansancio de que? No estaba seguro, pero no era por Sol. No lo era. Talvez simplemente comenzó a apreciar la belleza de la luna y las estrellas, talvez el resplandor le recordó a esa noche donde la hizo suya en su auto, talvez le extrañaba que nunca se hubiera percatado de la hermosa vista nocturna desde su balcón, talvez era tan oscuro como en ese antro donde la probo por primera vez, talvez estaba comenzando a asociar todo con la pelirroja. Nunca lo sabría, se mantendría en un talvez.

Mentiroso, acéptalo, es por ella, Sol te tiene así, es tu culpa. Tu culpa. ¿Querías tiempo? Ahora tienes tiempo. Deberías estar saltando de un pie y no abrazando un almohada para creer que ella sigue aquí. 

En las ultimas semanas aquella voz se había vuelto más que irritante. Y si, talvez tuviera razón, a lo mejor necesitaba de una almohada contra su cuerpo para conciliar el sueño, pero eso no necesariamente era por ella. 

Como sea, ese no era el punto, la cosa era que el rubio se había acostumbrado a un cuerpo tibio al cual abrazar, era obvio que si la sacaba tan repentinamente se sentiría extraño, no era precisamente por Sol, era culpa de la costumbre, de los hábitos. Tan simple como eso. Sentiría lo mismo con cualquier otro cuerpo tibio a su lado. Claro, si es que acaso se animara a volver a salir en las noches con otras chicas. Por alguna razón que no quería comprender esa idea se le hizo repugnante. Sabia que el sexo era una necesidad natural de todo persona sana, pero ahora toda excitación se borraba al no ver una melena rojiza. Era irritante. 

Su vida había vuelto a ser como antes, antes de que esa entrometida pelirroja apareciera, pero ya no se sentía igual. Su vida constaba de rutinas, sus próximos 50 años de vida ya estaban planificados, tenía una ruta que seguir y estaba conforme con ello, Sol nunca estuvo en sus planes, debía estar alegre de deshacerse de ella, pero lo único que podía sentir era disgusto, algo feo y desagradable formándose en su estomago a medida que los días pasaban.

Tenía que eliminarla de su mente, de su cuerpo sería algo más complicado. Si él ocupaba su mente en otras cosas, no tendría tiempo para pensar tonterías. Los siguientes días agoto su mente en experimentos complejos y elaboradas hipótesis. Al final del día se sintió tan agotado que lo único que quería era desplomarse en su cama. Su experimento funciono, técnicamente él no quería pensar en ella y no la pensó, pero su cerebrito extrapolo sus deseos a un área donde él no tenía control. Sus sueños. Dicen que los sueños demostraban los deseos más íntimos y reprimidos de una persona. Se negaba a creerlo. Su deseo más intimo no podía ser poseerla en cuerpo y alma, tatuar su nombre en su frente para que todos supieran a quien le pertenecía. No. Definitivamente no. Jacob seguía siendo un adolescente, pasaría pronto. Tenía que pasar pronto. 

Después de la tercera semana empezó a dudar si sería pasajero. Se encontraba varias veces del día mirando los rayos de sol, el sol era amarillo y sus rayos anaranjados, no era coincidencia. Esos colores debían estar juntos. La naturaleza lo exigía. Los pigmentos de la salamandra de Camil eran de una tonalidad rojiza y anaranjada. Le gustaba. De pronto todo lo que era anaranjado le empezaba a gustar. Esos eran pequeños cambios. 




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