Listo. Todo estaba listo. El veneno estaba en el lugar. Según lo que Dakota había investigando la mugrienta estaría sola hoy. ¿Cómo lo sabía? Porque se encontraba en las piernas del único hombre con el cual ella pasó los últimos días.
Maldita. No importada. Dentro de unos minutos el veneno surtiría efecto y esa mugrienta sería parte de pasado. Después de todo, ese matrimonio era hasta que la muerte los separé. No tomaría mucho tiempo.
Lo que Dios unió que no lo separé el hombre.
La pelirroja se obligo a no reír. Por supuesto que no lo separaría el hombre, una mujer por otro lado.
—¿En qué piensas? —pregunto Jacob mientras besaba su cuello.
Si Dakota era sincera se sentía horrible, por una parte quería estar enojada con este hombre. Hacerlo pagar por todo, por engañarla y preñar a esa perra. Le mintió, lo seguía haciendo en este instante. Pero... pero eso parecía no importarle a su corazón. No dejaba de latir con cada beso. Con cada palabra martilleaba como si su vida se escapará en ello.
Lo amaba. ¿Tan difícil era enojarse? ¿Tan difícil era permanecer seria entre sus brazos, entre sus caricias, mientras él la miraba como si fuera algo único y precioso? No pudo. Su sonrisa traicionera aparecía. Su voz se tornaba suave y demasiado cariñosa. Sus manos no dejaban...
—¿Qué te preocupa? —preguntó el rubio mirándola a los ojos.
¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía ser tan cínico? ¿Cómo? ¿Por qué para ella era tan difícil? ¿Por qué ni siquiera podía formar una oración coherente? ¿Por qué lo único que podía emitir eran ruiditos de satisfacción?
La pelirroja trago grueso. Jacob dejo de besarla. Esa mirada era suficiente para ponerla de rodillas y hacerla jurar amor entero. Rayos. ¿Acaso nunca podría ser fuerte ante este hombre?
—Hm...
Unos golpes en la puerta comenzaron a sonar.
La pelirroja desvió la vista y se bajo tan pronto como los golpes se volvieron más instantes. Una malvada satisfacción curvó sus labios. Estaba hecho.
—¿Qué...
—Es su esposa —hablo la mujer con la voz llorosa.
Esposa. Casi y quería vomitar allí mismo. Esposa. Una bola pesada y amarga extendiéndose en la boca del estomago de la pelirroja. Esta muerta. Muerta.
—Esta convulsionando —continuó la sirvienta con lagrimas en los ojos mientras lo sujetaba del brazo—. Tiene que venir, ella lo esta llamando. Quiere verlo.
Los sentidos de la ojiazul se agudizaron. ¿Lo esta llamado? ¿Acaso aún no ha muerta? ¿Qué demonios hizo Regan? El efecto era inmediato. Ya debería estar en las puertas del infierno. Maldición. Maldito. Algo oscuro y feo naciendo en sus ojos y propagándose por todo su blanquecino rostro. Sus pecas juntándose en una horrenda mueca. Si Regan quería permanecer con vida, más le valía haber echo bien su trabajo.
Tan pronto como escuchó la oficina siendo deshabitada, por fin pudo jurar y maldecir como a gusto. Maldición. Maldito. Si esa mujer vivía su hermano no lograría salir con vida de Escocia.
Diez minutos. Diez minutos y se encamino hacia la habitación de aquella mugrienta. Si esa estúpida no quería una muerta más sádica más le valía no luchar por su vida.
—¿Cuándo la encontró aquí? —oyó la pelirroja preguntar a Jacob por aquella mugrienta.
Es su esposa. Debe estar dolida. Fueron años...
Odiaba esa voz. Si fuera capaz de extirparla de su cuerpo lo haría con gusto. Esa estúpida voz era la responsable de todo. Esa voz y aquella mugrienta que yacía en esa cama. La pelirroja ni siquiera se dignaba a mirar a la mujer.
De no estar muerta. De haber sobrevivido. Sus tripas crujían. Su sangre burbujeaba. No, no y no. El veneno que consiguió era letal y potente. No pudo fallar. No pudo.
Tres minutos. Tres minutos logro apartar la mirada. La curiosidad era demasiada. Su mirada volvió a apartarse luego de presenciar la dolida escena.
No, no y no. Era mentira. Era una puta mentira. Jacob se lo había dicho muchas veces. Todas las que fueron necesarios para que ella lo creyera. Ella lo sabía. Él nunca quiso a esa mugrienta. Él solo amaba a Dakota. Dakota lo sabía. Sabía que el hecho que Jacob estuviera postrado junto aquella pelinegra con espuma en la boca solo formaba aparte de la actuación de un marido sufrido que debía representar. Ella lo sabía, maldición. ¿Entonces por qué esa sensación de agonía no desaparecía? ¿Por qué los celos y la rabia se sentían tan real? Maldición.
Tendría que controlarse para no levantar sospechas. Había una enfermera y un par de mucamas expectantes. Por su propio bien tendría que dejar de asesinar con la mirada aquel cuerpo regado en esas sabanas.
Sabanas donde durmieron juntos. Sabanas que deben oler a ambos. De seguro...
No. No. Debía mantener sus ideas quitas. Lo más alejadas de ese cuerpo pálido y...
—Lo sentimos —hablo la enfermera acercándose y colocando su mano en el hombro de Jacob.
Dakota se vio obligada a no gruñir como un animal mientras mostraba los dientes. Que le quitara las manos de encima. Si esa tipa quería conservar su empelo más valía que dejara de insinuársele como una zorra. Joder. Esto estaba mal. ¿Cuan posesiva y celosa podía llegar a ser?
Que sé yo, pero el hecho de intentar asesinar a su esposa, te debe dar algún indicio, ¿no lo crees?
Esa estúpida voz la volvería loca. Loca de remate. Maldición. Necesitaba... Necesitaba que su rubio favorito se alejara de esa insípida mujer y la alejará lejos, tan lejos, que ni en sus sueños se le volviera a acercar.
—Salgan de aquí —ordenó el rubio en voz clara y firme. Su mirada no se despagaba de la mujer. Su mano se poso en la mejilla de esta y la acaricio con algo en los ojos que... que Dakota no pudo hacer más que voltear la vista para evitar que todo su ser explotará—. Quiero estar solo.
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Editado: 11.06.2022