Las manos de aquella mujer seguían allí. Quemándolo. Acariciando todo su pecho como el viento que sopla sobre el agua de Nilo. Tembló. Sudó. Intentó recuperar el aliento, pero el olor, de aquella mujer, inundó sus pulmones.
Estaba enloqueciendo. Él tenía los dedos hundidos en la lustrosa cabellera. Abrió los ojos y se encontró con los de ella. Enormes, claros e inocentes. Sensuales y cálidos ojos que lo miraban. Él estaba temblando de deseo sobre la cama y sabía que estaba perdido.
Levantó los brazos y los deslizó alrededor de aquel pequeño cuerpo femenino para atraerlo hacia su pecho. Acercó los labios, dispuesto a saborear su suculenta boca…
— ¡Adam!… ¡Adam!…
Uno de sus colegas se acercó sin que él reparara en ello e intentó sacarlo de aquel trance. Pero el hombre permanecía inflexible. Uno de sus colegas dio un paso hacia él, llamándolo por su nombre, lo sujetó y lo zarandeó. Aun así, Adam seguía sin reaccionar. De pronto, reaccionó, sus colegas se miraron entre sí; uno de ellos se apresuró a tomarlo de los brazos y lo llevo al asiento del escritorio.
— Adam se encuentra usted bien.
Él estaba confuso otra vez, estaba soñando, despierto, no comprendía esas imágenes que él veía, no entendía nada. Tenía años en ese estado, pero no había prestado mucha atención a ello.
— Sí… Sí, me siento bien. —Su compañero entre cerro los ojos y le dice.
— No te creo nada Adam, estaba como en trance, como si no estuviera aquí.
— He estado durmiendo mal, seguro es eso… el cansancio que me hace poner así.
Otro de sus colegas, le traía un vaso con agua.
— Tome beba un poco de agua.
— Gracias, amigos por preocuparse por mí. — De nada Adam, pero debería ir a un médico para que lo ayuden en eso del insomnio.
— Ok, cuando tenga tiempo iré. —“Si cuando tenga tiempo”, decía él en sus pensamientos.
Cuando llegó a su casa. Su madre asomó la cabeza por la puerta de su habitación y le dice.
— Has llegado muy silencioso a casa, que me le está ocurriendo.
— Nada madre, solo que hoy, paso algo extraño, volví a quedarme en trance en plena investigación de un nuevo objeto venido de Egipto. Los compañeros me ayudaron, más bien se quedaron muy preocupados por mí. — Ahora esas pesadillas están causando problemas en tu vida hijo. Pero por lo que me has dicho preocupa que te quedes en trance en cualquier lugar, y tengas un accidente.
— Deja que salga de este trabajo, y podré atención a ello y buscaré ayuda, aunque ya sabes que mi amigo Santiago, me ha ayudado mucho en esto, tendré que volverlo a contactar.
— Eso esperó, no tardes mucho.
— No te preocupes madre, no tardaré en ello. ¿Qué has sabido de Estaban Ferreira?.
— La última comunicación que recibí del que estaba cerca de la zona que habían descubierto, pero al parecer como que hubo un accidente.
— Pobre hombre como estarán sus familiares.
— Si era un gran investigador bueno, hijo cuidado con esos sueños despiertos.
— Si madre tendré que ver a mi amigo de nuevo.
Adam se quedó pensativo después que su madre salió de la habitación. Solo pensaba en esas visiones, que ahora se hacían más consecutivas. Y ahora se quedaba dormido, despierto, en completo trance, y en su trabajo.
Estaba confuso de todo lo que sentía y veía en esos trances o acaso eran reales. Y la persona que podía ayudarlo estaba de vacaciones y no se encontraba en el país, su amigo Santiago Torres, él era quien podía ayudarlos.
Egipto alrededor 3500 años A. de C.
— Date prisa, faraón. No hay tiempo que perder. —dijo en voz baja, un viejo que lo esperaba a la entrada de una recámara.
— ¿Es aquí?. —dijo el faraón ansioso.
— Sí…
El faraón, miro hacia un lado y hacia el otro, para cerciorarse de que nadie lo había seguido.
— ¿Qué ha pasado? —inquirió el viejo a su lado.
— Me han enviado lejos de Egipto, los consejeros del palacio. —le confirmo el faraón con los hombros caídos. El viejo echó un último vistazo hacia la oscuridad de la noche, antes de dejar paso al faraón.
— Hemos escapado de muchas cosas antes Amon-Ra. —le dijo el anciano, mientras se volvía a Amon-Ra diciéndole.
— Estás decidido a seguir con este Faraón. —dijo el viejo con seriedad.
— No ha sido fácil, pero sí. —le contesto el faraón mirando otra vez de un lado al otro.
El silencio fue acompañado por una mirada tensa. Una vez dentro, el faraón se quitó la gruesa tela que cubría su rostro para evitar que lo reconocieran. Al mismo tiempo, el aire de la habitación llenó sus fosas nasales. Olía a muerte y no pudo evitar sentir una profunda soledad.