Eternamente Unidos

Capítulo 8

Los dos disfrutaron de la cena, que había hecho la cocinera. Adam,, al terminal de comer, se volvió a encerrar en el estudio, para seguir leyendo el papiro. Saco los documentos viejos de nuevos y los extendió en el escritorio, volviendo a tomar la lupa y la lámpara para poder ver mejor las escrituras y siguió leyendo.

 

Ruego ahora, a la diosa Isis, al Dios Todopoderoso de la muerte para que, te conduzca al escondite de este gran tesoro. Ruego con todo mi corazón a los Dioses de Egipto y con todas mis fuerzas, que un día no muy lejano, se encuentren en otra vida. A veces debes regresar en muchas vidas para, así, llegar a encontrarla. Acuérdate de mí en tus momentos difíciles y recuerda que no habrá vuelta atrás. Y cuando sus mundos sean separados, recuerda que estarás allí”.

 

— ¿Qué documentos me has mandado Hecto Monte? ¿Qué significado tiene todo esto?.

 

Durante largos minutos permanecí sentado en el sillón del estudio, pensando en todas aquellas palabras del manuscrito y pensando, también, en la excavación en Alejandría. Y decidí subir a mi habitación, para descansar, pues era en el único lugar donde me sentía más tranquilo. Me acurruqué en el gran sillón, frente a la ventana, recordando algunos de los consejos que me daba mi padre.

Cuando murió mi padre, él siempre decía que las cosas más importantes se guardaban en el corazón. Empecé a juguetear con las pulseras que siempre tenía en mis muñecas, sumido en mis pensamientos.

Mi mano se paró en seco, observando con atención por la ventana vinieron destellos a mi memoria, imágenes que nuca había visto. El busto femenino de una mujer hermosa, y recordé las palabras de mi padre. «Las cosas más relevantes se guardan en el corazón», repetí mentalmente.

 

— Por Dios, padre mío, que son estos destellos de recuerdos en mi memoria.

 

Me levanté del asiento como un resorte y fue hasta la habitación que mi padre utilizaba para guardas sus cosas, y ahora era también la mía, donde guardabas los objetos más valiosos. Una vez allí saqué una caja con forma de corazón, era el objeto más relevante que había encontrado en la nueva excavación. Mis latidos se aceleraron al escuchar un clic, cuando abrí la caja y acto seguido la tapa se abrió, dejando al descubierto varios objetos, entre ellos un antiguo papiro egipcio y varias notas escritas a mano.

Esto me extraño porque la última vez que la había abierto estaba papá vivo, desdoblé con cuidado una de las notas; no me sorprendió ver la pulcra letra de mi padre, pero no me detuve a leerla. A continuación rebusqué en el interior y localicé algo que me llamo mucho la atención.

Casi no me lo podía creer, pero allí estaba aquel signo que papá guardaba con tanto recelo, era como una cruz, era un ANKH. Lo saqué para observarlo con detenimiento, sosteniéndolo entre mis dedos. Sin duda era precioso, una auténtica reliquia con más de tres mil años de antigüedad antes de Cristo.

De repente, comencé a sentirme extraño, una sensación de cansancio extremo me invadió desde las piernas hacia arriba con rapidez. Como un flash, una imagen pasó por mi mente. Una mujer joven ataviada con una túnica corta de color blanco, sin mangas. Me miraban llena de amor, me sonreía con mucha dulzura. Pero entonces todo se oscureció a mi alrededor y sentí cómo las fuerzas abandonaban mi cuerpo.




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