Eternamente Unidos

Capítulo 9

Al levantarme vi que algo caía de mi mano izquierda, donde estaba mi marca, era un colgante muy hermoso. Un montón de imágenes regresaron a mi mente de golpe. Esa antigua reliquia era la cual había desapareció del museo, y esa reliquia era la cual estaban buscando, y yo lo tenía en mis manos. Esto me llevo a comprender que alguien lo había puesto en mi bolso, porque no recordaba de donde los había tomado. En ese momento mi amiga entraba en la habitación.


 

— Buenos días, Abigaíl, que te paso esta mañana. Estabas bien dormida que no quise molestarte.

— Algo extraño ha pasado, mira esto.

Entonces Abbie le enseño el colgante, cuando su amiga lo mira se sienta a un lado de ella y le dice.

— De donde sacaste esta preciosura Abbie, no te lo había visto nunca.

— Este colgante fue el que se perdió del museo.

— ¿Cómo? Eso no puede ser en que momento, tú nunca has visitado ese museo, o sí.

— No para nada amiga, pero no sé por qué está aquí, no recuerdo haberlo tomado de algún lugar.

— Y ahora que piensas hacer con él.

— De volverlo, dárselo a su dueño.

— Bueno, pero tienes que tener cuidado Abbie no te vayan a acusar de ladrona.

— Yo no me robé ese colgante, amiga, por Dios que dices.

— Bueno, ve como haces para entregarlo vale. Espero que todo te salga bien.


 

Oh, Dios; tenía que avisar a Adam, era importante que él supiera lo del colgante. Mierda. El reloj marcaba las 6:00 am, pero el de seguro estaría ocupado en su trabajo y pronto se iría, a Alejandría, a la nueva excavación que estaba realizando. Sin creérmelo dos veces, recogí mi bolso, donde introduje el colgante y me fui a toda prisa a su casa. En ese momento, tome un taxi cerca de casa.


 

— Buenos días. ¿A dónde la llevo, señorita?. —le preguntó el taxista que acababa de pararse.

— Por favor, necesito llegar a esta dirección. —y ella le entrega un papel con la dirección.

— Eso está hecho, señorita, la llevo allí. No se preocupe, llegará a tiempo.

— En realidad… —Abbie se quedó pensativa y le dijo al taxista. — Le agradezco que se dé prisa.


 

Me estaba mortificando por un simple collar. Era necesario regresar ese colgante al museo que estaba en la Universidad, para que siguieran investigando sobre él. Siempre cabía la posibilidad de enviárselo por vía postal. ¿A quién trataba yo de engañar? Lo hacía porque quería ver de nuevo a Dam, antes de no volverlo a ver más. Quizás era la última oportunidad que tenía de volverlo a ver, y la mejor manera era el colgante. Por más que quisiera, no iba a seguir negando esa extraña sensación, que me invadía cuando lo vi en el café. Era una atracción irremediable, imposible de obviar, que me intrigaba cada vez más.


 

— Señorita, ya llegamos. —el chofer la saco de sus pensamientos.

— Gracias.


 

Baje del taxi y al mismo tiempo le di el dinero del viaje, estaba tan sumida en mis pensamientos que ni cuenta me di donde vivía Adam. Era una de las mansiones más hermosa que había visto en mi vida. Entre por la entrada principal, que llevaba a un jardín muy hermoso, y un camino empedrado. Al llegar a la entrada de la puerta toque el timbre y en eso sale una mujer, muy elegante y se asoma al abrir la puerta y me dice.


 

— Buenos días, señorita.

— Buenos días, señora, sé encontrar el profesor Adam Santamaría.

— No se encuentra y ¿Quién es usted jovencita?

— Mi nombre es Abigaíl Ferreira, pensé que se encontraba en casa.

— Lo siento mucho, muchacha, pero salió muy temprano, y creo que después iba a la policía a poner una denuncia.


 

Abigaíl se puso como pálida y de pronto, se le fueron los tiempos y se desmayó delante de la madre de Adam. La mujer llamó a gritos a unos de los sirvientes, cuando en ese momento llego el chofer que regresaba después de llevar a su jefe al trabajo. Se baja rápido y al llegar al lado de ella la toma en sus brazos, y la lleva a dentro de la mansión.


 

— Ponla aquí Antón, y llama a Caridad que traiga un poco de agua.

— Sí, señora, ya voy.


 

Mientras que Antón iba a la cocina, la madre de Adam estaba preocupada por ella. Se sienta a su lado a darle palmaditas en las manos, para ver si recobraba el conocimiento. En eso llega el ama de llaves con el vaso de agua.


 

— ¿Qué ha pasado, señora, quién es esta jovencita?

— Ella vino preguntando por mi hijo, y se desmayó en la entrada de la puerta.

— Pobre muchachita, esta pálida parece un papel blanco.




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