Born to die- Lana del Rey.
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El mundo no era un lugar bueno, por lo menos no para nosotros, nunca lo había sido, pero nunca habíamos dejado de intentar que lo fuera.
En mi mundo la gente buena era escasa y la gente que basaba su vida en la delincuencia abundaba y ni siquiera lo ocultaba.
Donde vivía pasear por la calle sola de noche podría enseñarte lo cruel que podían llegar a ser los hombres cuando se sentían amenazados, o por el contrario, excitados. También podían hacerte entender el poco valor que se le daba a una mujer, aunque esta fuera la encargada, en muchas ocasiones, de cerrar tus contratos siendo una simple pieza más de un trámite "burocrático".
Aquí todo podía convertirse en un arma de doble filo, incluso el amor.
Si no prestabas atención podrías acabar envuelto en algo de lo que no podrías salir.
Si te creías más inteligente, en la mayoría de los casos, podías acabar muerto.
Aquí no había gente inocente, la inocencia duraba poco, y si la mantenías todo el mundo tenía claro que en el futuro la perderías. Así funcionaban las cosas cuando te criabas en ciertos ambientes.
En dónde los ricos eran muy ricos y los pobres muy pobres. Donde o tenías algo de valor o podían comerte vivo. Y si querías sobrevivir debías trabajar para los que habían conseguido su dinero de formas poco respetables, y sin darte cuenta por un misero sueldo solo estabas consiguiendo hacer mayor su poder.
Todos sabíamos lo que pasaba, todos conocíamos a quienes hacían que este lugar fuera una cloaca de la que casi nadie podía salir, pero nadie hacía nada. Nadie podía hacer nada.
Si valorabas tu vida y la de tu familia siempre era mejor que no hicieras nada, o entrabas en su juego o te mantenías aparte, nunca intentabas ir en su contra.
La policía que pasaba por mi lado ni se inmutó, yo tampoco, cuando vimos cómo un grupo se llevaba un hombre a rastras a una furgoneta mientras este gritaba y ponía resistencia, era parte de nuestra vida, pero yo no quería que está fuera siempre así.
En este lugar no quedaba nada bueno, salvo Asher, y solo quería que llegara el día en el que pudiéramos irnos y no volver, no había nada que nos retuviera aquí.
Ni siquiera había algo de aquí que hubiera calado en mí, aunque había sido difícil que no lo hiciera, teniendo en cuenta que aquí todos se esforzaban en que nada se saliera de lo establecido.
<< Bueno a lo mejor el hecho de ser de aquí me había hecho más fuerte y me había hecho perder el miedo a todo, incluso a la muerte.>>
Aquí los jóvenes, cuyos padres el mejor ejemplo que podían dar a sus hijos era como escapar correctamente de la policía, no tenían futuro y tristemente eran los que más abundaban.
Mi padre, por ejemplo, era un borracho, que había empezado poco a poco a meterse en problemas más grandes de los que era capaz de controlar, y yo no quería verme envuelta en ellos.
Solo me quedaba terminar el instituto y esperar a que Asher tuviera suficiente dinero para que pudiéramos empezar una nueva vida, juntos, lejos de todo esto.
Así era el mundo en el que vivíamos, pero todavía teníamos esperanza. Era lo único que nos quedaba.
Perdida en la melodía que se filtraba por los cascos, a un alto volumen, invadiendo mis sentidos esquive a los hombres que sacaban con rapidez del callejón la basura de un restaurante de comida tradicional situado en el centro, en el cual había demasiado ajetreo y coches de alta gama en la puerta para la hora que era como para que dentro se estuviera haciendo algún tipo de negocio legal. Lo ignoré, ya ni me sorprendía de estas cosas.
Seguí caminando hacia el instituto, cerrando la cremallera de la chaqueta de cuero que llevaba y la cual le había robado a Asher sin que ni siquiera se enterara. Aún siendo tan temprano las calles llevaban bastantes horas con vida, como si ni siquiera en la noche hubieran dejado de tenerla, y era parte del posible encanto que tenía. Incluso aunque a veces, tan temprano como hoy, las luces tan intensas de los carteles me cegaran.
Los mercados estaban llenos de encargados de restaurantes y de amas de casa aprovechando que sus maridos habían cobrado y que podían comprar, después de semanas, algo fresco.
Este tipo de vida era la única que me gustaba de aquí, por lo menos una parte se mantenía intacta, esperaba que siempre lo hiciera. Una señora mayor con un kimono me saludó con una sonrisa a la que no dude en responder, a lo mejor sí que quedaba alguien bueno aquí.
Desde fuera parecía una simple ciudad tradicional del país, con algunos rastros de modernidad en un intento de avanzar de ciertos negocios, pero no tenía nada que ver con las grandes ciudades del país llenas de tecnología y miles de personas enfrascadas en sus teléfonos sin ser capaces de respirar bien por la gran cantidad de residuos que había en el aire, mientras que lo único que los hacía apartar la vista del móvil era pararse a mirar los grandes carteles luminosos que invadían los edificios anunciando innovadores productos.
Sin darme cuenta giré por una calle, para acercarme a ver el templo budista bastante sencillo que teníamos comparado con las grandes construcciones que había en otras ciudades, que aunque no había podido visitar había logrado ver por internet.
Este era negro y blanco, como una copia en menor escala, de madera y con sus clásicos tejados con la punta inclinada hacia arriba y algo curvados por el medio del borde, teniendo dos tejados, ya que entre uno y otro hay otra planta de color blanco y con las decoraciones en un marrón oscuro que en un comienzo se suponía que debía de ser negro. Las tres puertas grandes de la entrada se conservaban con ventanas por encima de ellas. Aunque lo normal en nuestro país, por la tradición del budismo de mezcla sintoísta que tenía, era que tuviera un jardín con un lago creado con intención de parecer natural nuestro templo sólo conservaba un pequeño jardín. Ni siquiera tenía figuras a la entrada, solo algunas en el interior, y lo que más llamaba la atención, por lo menos en mi opinión personal, eran esa especie de cuernos de oro que había en lo alto del segundo tejado.