Experimentos Proyecto Revelacion

Capítulo IX El día que la conocí

Trent
 


Habían pasado dos semanas desde que Sam murió, y todavía sentía el peso de la culpa...

¡Como pudimos ser tan estúpidos!

¡Sam no podía estar en la jungla!

¡Él no sabía defenderse...,!

¡...varias de sus heridas aun estaban abiertas...,!

¡...y batallaba para mantenerse de pie!

Lo llevamos a pescar pensando en que necesitaba salir, luego de haber estado mucho tiempo en reposo, pero la verdad era que Sam no podía sobrevivir en La Jungla y Clint lo sabía.

¡Ese fue nuestro error!

Clint conocía toda la Jungla y tenía un ejército de humanos salvajes bajo su control pero lo que no sabíamos era que la Sujeto Veinte también lo estaba.

Él tenía la verdadera ventaja y ahora Sam estaba muerto por nuestra culpa.

¡¿Por qué rayos lo llevamos a pescar?!

Día a día recordaba esa escena, como un cruel castigo que me torturaba.

Pero Scott no lo veía con esos mismos ojos porque ahora nuestra situación era diferente.

No podíamos usar más nuestros arcos y cada día era más difícil esconderse.

Clint duplicó las excursiones e hizo que los aborígenes desarrollaran mejores armas y métodos de rastreo que les permitían reconocer cualquier huella o hedor que dejáramos; eso nos colocaba en la obligación de tener que defendernos con los cuchillos, crear huellas falsas, subir a más arboles, acampar en cualquier parte e incluso arrojarnos sobre excrementos de dinosaurio para así alterar nuestros olores.

¡Esos momentos me hacían extrañar la ropa que La Zona nos obligaba a usar!

Uniformes limpios que le hacían diferencia a este asqueroso conjunto que debía usar diariamente y solo podía lavar en el lago, cada tres o cuatro días, sin algún jabón que pudiera quitarle las manchas de excremento.

¡Como extrañaba el jabón...!

¡...y el agua caliente!

Vivir así era una pesadilla, pero al menos hacía que dejará de pensar en Sam.

¡Él ya no estaba con nosotros!

¡Pero yo sí!

¡Tenía que sobrevivir!

Desafortunadamente ninguno de los dos sabía usar los cuchillos porque solo habíamos practicado con los arcos.

En un principio nuestra prioridad fue la fruta y el pescado al mismo tiempo que comenzábamos a practicar.

El objetivo era cazar algún pájaro o conejo, pero no fue algo sencillo.

Cada vez que arrojaba mi arma las presas reaccionaban ante el ruido porque no usaba la suficiente fuerza; a veces la navaja se clavaba contra un tronco y otras aterrizaba sobre la tierra.

Scott no tuvo ese problema.

Diariamente traía conejos, aves y bestias hibridas.

Algunas de sus presas eran lo bastante grandes como para hacerme dudar de sí en realidad Scott pudo haberlas matado con su cuchillo, incluso creí que estaba usando los arcos a escondidas, hasta el día que me demostró cómo logró matar a un tigre.

Me llevó a una cueva donde solía vivir uno.

La bestia había salido, como sí hubiese acabado de despertar, y estaba distraída mientras que nosotros nos escondidos detrás de un arbusto. Acto segundo Scott arrojó su cuchillo, este aterrizó sobre el cuello del hibrido y el tigre cayó sin siquiera ver qué lo tocó.

Así de fácil.

Scott dijo que el truco era la yugular.

Todas las bestias hibridas tenían su yugular protegida por pelaje o escamas y sí lograbas llegar a ella les dabas una muerte rápida.

Esa era la clave.

La yugular.

El punto al que Scott siempre tenía en mente.

Pero yo no.

Mi cuchillo aterrizaba sobre los troncos o la tierra en lugar de una yugular.

Scott dedujo que la única forma en cómo lograría mejorar seria que cada quien comiera únicamente lo que cazase y hasta que lograra traer una presa no podía comer más pescado ni fruta.

Eso hizo de la casería un completo infierno.

Al no poder matar un conejo tuve que atrapar lagartijas o insectos, las únicas creaturas que no lograban escapar.

Comía cosas que me hacían vomitar mientras que Scott disfrutaba de suculentos manjares que con solo verlos me hacían sentirme como un perdedor.

¡No podía seguir así!

¡Tenía que mejorar!

Pero nunca imaginé que lo lograría luego de haber salvado la vida de alguien.

Un momento que guardaba en mi memoria, como sí hubiese sido ayer, porque fue el día en que conocí a la mujer por la que ahora mi corazón sufría.

Todo comenzó en el Lago de La Rosa.

Estaba siguiéndole el paso a un conejo.

Una vil musaraña de cuatro patitas esponjosas y mejillas regordetas que me abrían el apetito, luego de haber comido demasiadas lagartijas.

Añoraba tanto comerme esa suave carne que escondía debajo del grisáceo pelaje.

¡No podía detenerme más tiempo!

Arrojé mi cuchillo y la navaja se clavó contra un tronco provocando que el conejo se asustara y hullera.

¡Mierda!

Ahora tendré que elegir entre comer gusanos o bichos.

¿Por qué seguía fallando?

Scott decía que debía concentrarme, pero era tan difícil hacerlo con el hambre que sufría y en consecuencia vi a una cena más desaparecer entre la maleza...

—¡Auxilio! —...pero mi mente se desconectó de la desesperación luego de oír una repentina voz que no me era familiar...

Un tono agudo y delicado, como el de una chica.

—¡Por favor! —Los gritos provenían de los arbustos que conducían a nuestro árbol especial.— ¡Ayúdeme!

Me dirigí al otro lado del tronco y miré una hermosa figura femenina, de mi misma edad, portando el uniforme de los desterrados.

No lo podía creerlo.

¡La Zona había desterrado a una mujer!

Una chica de cabello castaño y piel caucásica que había sido acorralada por un lobo hibrido. Esas bestias solía medir el doble de mi tamaño, poseían colmillos afilados, púas alrededor de su columna vertebral, escamas protegiendo el cuello y un rojizo pelaje que parecía ser fuego.

Odiaba a esas bestias.



#2650 en Ciencia ficción
#7422 en Thriller
#2932 en Suspenso

En el texto hay: misterio, dinosaurios, nieba

Editado: 26.06.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.