El tiempo en casa pasa demasiado largo para ser fin de semana, pero con Ryan las cosas tienden a tomar otro sabor. Si contara las veces en las que se comporta como un idiota comparado con las que me ha salvado de muchas en casa, diría que son inexactas, casi incontables. Somos mejores amigos y volver a verlo después de que me estuvo evitando casi tres semanas, fue como un milagro. Tal vez estaba muy ocupado para poder salir. Fue hace poco que el equipo de basquetbol empezó el campeonato.
—Diría que tienes un trébol de 7 —Alzó una ceja, tratando de encontrar algo en mí y achinó los ojos—. Sí, trébol de 7.
—Yo creo que es… —tiré la carta en la cama—, error.
—Eres de lo peor —Me gruñó.
—Sí, ahora paga —Tiró un billete de diez y yo lo cogí, victoriosa—. Vengan con mamá.
—No es justo que yo esté con dinero y tú con dulces de gomita.
—¿No eran tus preferidos? —Negó—. Sabes que mi papá es un tacaño, pero descuida, trabajo martes y jueves. A fin de mes tendré dinero —Comenté con simpleza y él arqueó las cejas—. ¿Qué?
—¿Dónde trabajas?
—En un cine —Soltó un bufido como cierta persona—. Oye, sé que no es sitio majestuoso, pero me gusta hacerlo. No soy de esas ricas que le dan todo en bandeja, mi papá no le daría un peso ni siquiera a su sombra, si ella le suplicara.
—¿Cómo lograste el permiso? —Me pilló con la pregunta.
Desvié la mirada al instante. No fue difícil conseguirlo, aunque no fue el papel más honesto en mi vida. Había falsificado algunos, como certificados de notas o cartas que enviaba la profesora por mi incumplimiento al horario, pero el permiso fue un poco complejo. El día viernes como siempre, mamá llegó borracha, apestando a la misma mierda que Herian y para mí suerte llegó feliz. Nunca me dice “cariño” porque aquello nunca lo recibí y a cambio le pedí que firmara un simple papel, accedió de inmediato. Papá fue lo más difícil, le dije toda la verdad y accedió a grandes suplicas. Nunca me sentí tan honesta en la vida con él y que él accediera, me dejó en paz.
—De papá sí y de mamá también, no en su mejor estado, pero qué más da, si siempre la veo así de muerta —Murmuro apenada, casi ida.
—Por lo menos la tuya tiene mejor humor.
—Error, tiene un carácter de mierda, pero ahora lo contrala con no sé qué —Suspiré—. De seguro está tomando pastillas para algo.
—Igual que tú… —Tragué saliva. Cruzamos miradas y me negué—. No deberías tomar tan seguidas esas cosas, te harán daño. Puedes quedar como…
—Como… —Entrecerré los ojos y él desvió la mirada, volviendo su estado incómodo. Algo me dejó en las nubes, como si no entendiera lo que refería. Caí como diez mil pies al suelo cuando hallé la respuesta. Las venidas después de tres semanas de haberlo llamado un montón de veces ese mismo día viernes para jugar a las damas chinas, la forma en que me ignoraba y evitaba a toda costa charlar conmigo, sus escusas, todo inició ese día. Ahora comienza a encajar todas las piezas del rompecabezas—. ¡¿Cómo una adicta quieres decir?!
—¡Yo no dijes eso! —Espetó en el mismo volumen que yo.
—¡Pero lo pensaste! ¡Todos los piensas! ¡Como todo el colegio lo pensó! ¡Como todo el mundo me juzgó ese día! —La semana en que explotó aquello, ya nadie me hace indiferente en los pasillos, todos me conocían, cada parte de lo que preferí ocultar, lo conoce de forma errónea—. Tú, el chico que considero mi hermano, ¿me ve de esa forma?
Mi garganta ardió.
—Sé que los rumores son falsos, pero tienen una pizca de razón, Leyna —Se acercó a mí, pero retrocedí sobre la cama—. Sé que aún sigues tomando de esas pastillas, pero eso no mejorará lo que está sucediendo en tu cabeza…
—Créeme, lo estoy dejando…
—No —Sentenció. Tomó un segundo y desvió la mirada hacia mi mesita de noche—. No quiero apostar contigo a que si abro el cajón de tu mesa y descubro que aún están guardadas en el rincón, me dirás que las tirarás. Tienes que ir a terapia, tenemos una psicóloga y puedes hablar con ella.
—¿De qué? —Solté una risita falsa—. ¿De eso? ¿De qué mi padre me cree una inservible? ¿De qué mi madre llega ebria? ¿De lo que sucedió hace 9 años? ¿De que no duermo cuando eso llega a mi mente? ¿De él?
—No, de cómo solucionar tu forma de vivir. Tienes el mundo por recorrer, no mandes tu felicidad a la mierda por los dichos de otra persona —Posó su mano sobre la mí, pero yo la golpeé—. Me tienes a mí y yo siempre estaré para ti.
—¿Cómo? ¿Cuándo desapareciste casi tres semanas por estúpidos rumores? ¿Por qué soy una adicta y puedo contagiarte? No te hagas el estúpido, Ryan. No te haga el que me entiendes y puedes ayudarme, porque tú vives en una maldita burbuja, no vives aquí —Miré el billete en mis manos, tratando de entender que no tengo a nadie, solo me queda a Herian. Resoplé y tiré el billete a su regazo—. Vete, Ryan. No quiero ser feliz, no quiero nada. El mundo no me quiere, ni yo a ellos.
Dejó el billete sobre mi cama.
—No te quiero ver hundida —Se levantó y caminó hacia mi puerta.
—No puedes hacer algo por alguien que ya ha caído cientos de veces.
Me miró por un segundo, una simple mirada triste y se levantó para irse a la puerta.
—Tal vez yo no.
Abrió la puerta y se fue a casa a los cinco minutos de estar aquí. Lo supe al ver reja por mi ventana. Era de noche, pero su parca blanca era visible en todos sentidos. Lo perdí, perdí a la única persona que hablaba, a esa persona que tenía fe en mí. Creí que jamás pelearíamos, que éramos inseparables, pero él me golpeó en el peor dolor que tengo.
Me apoyé en mi ventana, notando lo desolada que es esta casa, mis padres habían ido a casa de unos amigos o eso creí. Tardaría en llegar, por lo que mi noche sería más larga de lo que pensé. Mi teléfono sonó. Me aproximé a tomarlo y lo desbloqueé. Para mi tranquilidad me llegó un mensaje de Ryan diciendo que había llegado bien a casa. Fue una estupidez que me mandara ese mensaje, ya que vive tres casas más allá. Sin embargo, me reconfortó haberlo leído, aunque sus horribles palabras volaran por mi mente. Me tumbé boca arriba y decidí mandarle un mensaje a Herian.
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Editado: 27.11.2021