espalda.
El plan había estado viajándome mucho tiempo por la cabeza y Herian, al no contestar mis llamadas, era aún mejor. Eso me hizo diseñarlo de una mejor manera. Así que tomé un valor estratosférico y lo hice. Miré hacia todos lados, tratando de que ninguno me mirara, específicamente aquel ser extraño y me tiré la pintura negra en la camiseta, empapándome hasta el cuello.
«¡Mierda!» Chillé entre mí.
Se sintió como si me hubieran tirado agua helada en el cuerpo. Carajo. Miré hacia todos lados y solté el tarro de pintura, preparándome para que todos me mirasen. El estruendo se sintió en todo el salón y por fin esos ojos nublados se posaron el míos. Esa cara de sorpresa no llegó, ni siquiera esa cara de estar avergonzado o estar totalmente arrepentido de mí, más bien fue de una mirada retórica, una mirada que te desnuda de la forma en que conoce cada parte de ti, como para saber que lo hiciste a propósito.
—¡Leyna, santa madre! —La profesora llevó la mano a su boca, sorprendida—. ¿Qué te sucedió?
—Es que… —Mis ojos viajaban de la profesora hasta el chico—. Yo… la pintura de pronto se me cayó.
—¡Ay, niña! Siempre te tiene que sucederte este tipo de cosas —Su cara negaba fuertemente mientras la risa de mis compañeros era contagiaba para el resto, la peor de todas fue de Albert quien me ha molestado desde que tengo memoria… incluso llegué a escuchar algunos flashes alumbrar la habitación—. Vete a lavar.
—Sí, claro —Fingí tristeza.
Y mientras el resto se reía de mí en la cara, yo caminaba con los pies a la rastra mientras las gotas negras se caían, señalando mi camino de aquí al baño. Quise llegar lo más rápido posible al baño y casi corriendo, tomé la vía más fácil. Al llegar me limpié un poco con agua, me saqué la blusa y me dejé solo con el suéter. La blusa la tiré en mi casillero y corrí de prisa con Malcom, sé que él me daría respuesta.
El edificio abandonado, al abrirlo estaba vacío. Entendí que Malcom debería estar en el segundo piso. Viajé escaleras arriba y lo encontré comiendo helado mientras veía televisión por cable en un televisor de la esquina.
—Hola…
—¡Leyna, Dios! —Se levantó de golpe, soltando el helado en la mesa—. ¿Qué haces aquí? No se supone que no volverías más aquí… —Su mirada de pronto se sorprendió por el color de mi falda y parte de las piernas—. Mejor no me cuentes.
—Necesito de su ayuda.
—¿Y para que sería?
—Necesito ver mi expediente.
—No hay nada que el sistema no haya registrado —Comentó.
—Lo sé, solo quiero ver mi expediente para ver cuantas faltas he cometido, solo eso —Malcom tomó de su barbilla mientras me observaba fijamente tratando de descifrar lo que en verdad ocurría.
—Está bien, ya saben dónde están.
—Gracias.
—Trata de no mancharla con tus manos.
—Prometido, jefe.
—¡Ahora, vete! Déjame en paz.
—Sí, sí…
Giré entre mi eje y me devolví al primer piso, buscando la oficina de registros. Se supone que los debería tener la secretaria del director, pero nadie sabe que existe una copia de todos aquí en inspectoría. Lo supe cuando tuve que ordenar todo el año pasado, pero hasta el momento no sabía quién era Herian, ni mucho menos que me vida con él se convertiría en el manojo de problemas que apenas puedo sostener.
Abrí la puerta de registro y el olor a polvo me dejó con un picor en la garganta hasta que logré estornudar. Miré los casilleros y fui por la letra “L” enmarcado con un blanco, casi visible a cualquier distancia… Después de eso todo se volvió turbio. Sentí como si estuvieran vigilándome. Lo abrí con rapidez, sintiendo el peso de todo el cuerpo. Las manos me temblaron, el cuerpo se volvió rojo junto con la necesidad de picazón y la cara me sudó en cuestión de segundos. Toqué la ranura de la letra L y lo abrí, tratando de sostenerme en la esquina mientras la desesperación me hacía buscar con más fuerza. Al encontrarlo, los ojos me ardieron y la vista se me volvió tan débil para sostenerla. Tomé su expediente con la más mínima fuerza y al tenerlo frente a mí, solo noté que había llegado solo el año pasado, a mediados de otoño, cuando apenas nos conocimos y me desplomé en el suelo mientras veía las hojas caerse. Incapaz de ver nada más que el piso, solo recordé aquel día hasta caer inconsciente.
***
Ese olor.
“Aquel día en que la nieve cayó en que el solo tinte rojo me esparramaba de lágrimas. El bosque, el llanto, el disparo y la sangre correr por mi piel”
Solté un grito ahogado y de pronto supe dónde estaba otra vez. Un hospital, una habitación. La desesperación me ahogó, que necesité salir rápido de la cama para salir corriendo, pero unos fuertes brazos se aferraron para detenerme.
—¡Suéltame! —Grité asustada, pero me aferraron con más fuerza para tranquilizarme mientras daba varios tirones para soltarme. A los minutos noté aquella fragancia y entendí que no había porqué correr. La escapatoria en ese momento era inútil, no estaba sola. Tomé aire y de pronto mi cuerpo dejó de tensarse, y aquel cuerpo corporal se tomó distancia—. ¿desde cuándo estoy aquí?
Lo miré, esperando una explicación.
—Desde hace siete horas, ya anocheció.
—¡Mi trabajo!
—Ya le informé a Lily.
—Gracias —Bajé la mirada a mis dedos, casi blancos—. ¿Y mis padres?
Mi mirada apenada cayó en esa mirada de sorpresa incrustada en su rostro. De seguro aquella pregunta no la esperaba.
—Llamaron a casa, tu madre estaba jugando y tu padre… —Hizo una pausa—, estaba trabajando.
—Sí, debí suponerlo —Fingí una sonrisa y una pequeña parte de mí vuelve a cristalizarse por dentro. Noto en él aquella misma familiaridad, pero de una forma distinta a la que creí—. ¿Estuviste todo el tiempo aquí?
—¿Tú que crees?
—Que sí.
—¿Por qué?
—Porque me lo prometiste —Ambos sonreímos y casi de la nada se me pasa aquella pregunta importante—. Bueno… —miré hacia todos lados—, ¿qué hago aquí?
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Editado: 27.11.2021