Lo poco que conocía de Maximiliano me hacían verlo como un chico cretino, con una sinceridad absurda e indiferente con cualquier palabra que dijera. Pero también lo había visto como la persona que llora cuando una de sus sueños se desintegra frente a sus ojos, o la clase de chico que te ayuda desde la distancia en un momento sensible sin pedir nada a cambio.
Él no era blanco ni negro, ni siquiera gris; quería encasillarlo en un tipo de persona pero con cada acción me regresaba al punto de partida.
La última sorpresa me la llevé ese domingo en la mañana; desde que Gassy me había traído a casa luego de pasar una de las peores noches de mi vida, tuve que encerrarme en mi estudio de arte y pincelar cualquier lienzo en blanco que encontrara. Era eso o romper a llorar debajo de mis sabanas hasta quedar dormida. No obstante, luego de que la soga que tenía en el cuello aflojara su agarre llegó una nueva sensación no bien recibida: la rabia, la frustración, ese inexplicable impulso de querer gritar hasta que las cuerdas vocales se desgarraran y golpear algo que pudiera quitarme la tensión.
Yo no quería hacer eso.
El patinaje sin duda era mi arma bajo la manga para esos momentos. Impulsarme por mis pies antes de desafiar la gravedad con un par de trucos, eso se resumía en una palabra… Alivio. No pensar en nada y al mismo tiempo en todo: pensar en mis problemas pero desde distintas perspectiva que no lograría si me encerraba en las cuatro paredes de mi habitación. Aire que oxigenara mi cerebro.
Claro que a veces la física me jugaba una mala pasada, pero ya no me era incomodo pasear en verano con short que revelaran las múltiples heridas en mis piernas al igual que las de mis brazos, y a veces rostro. Siempre usaba protección, o al menos en la cabeza. En resumen, mi mente había viajado un poco más lejos de lo deseado y, sin darme cuenta, di un mal paso que resulto una caída de cara contra el rasposo piso de asfalto. Me había dolido zonas que ni recordaba que existían.
Entonces Maximiliano me demostró su lado más lindo, y tal vez podría haber calado hondo en mí. Cuando salía herida siempre me aseguraba de sonreírle a las personas que estuvieran cerca y asegurar que todo estaba sobre ruedas, aunque en mi interior estaba llorando como bebé. Aun siendo niña no permitía que me tocaran, quería aprender yo sola porque estaba al tanto de las múltiples heridas que me haría con mi nuevo hobbie: tan así que Gassy ni me veía dos veces a sabiendas que lo rechazaría si llegara a preguntar como estaba, a excepción de mi madre que era una bolsa de nervios hecha persona.
Hacia tanto que alguien no se preocupaba por mí que la angustia que había en su mirada me agarró con la guardia baja. Tuve que sobar mi pecho para que no se hinchara de ternura al observarlo limpiar mis heridas con sumo cuidado, cerciorándose con cada toque como me encontraba; eso… eso había sido mignon.
Lo peor fue enterarme que estaba haciendo todo eso a pesar de estar enojado conmigo por desertar su ayuda en la noche anterior. Y la verdad es que había llegado a abrir la puerta del taxi, pero la mano de Gassy me había detenido. Luego de compartir palabras me di cuenta que no estaba bien irme de esa manera tan abrupta cuando él intentaba hacer las cosas bien, aunque eso no quitaría la vergüenza que sentí en todo lo que duró la fiesta.
Ahora conocía también al chico que sin importar como se encontraba buscaría bajo las piedras para proteger a su hermana, si no era también así con toda su familia. El terror en sus facciones me confundió, Payton no era un pueblo para nada peligroso como para que se preocupara de que alguien la secuestrara o matara, más de robar no pasaba.
Ahora bien, todo pasó a segundo plano luego de encontrarla. No sé en qué momento acabamos en la pequeña comisaria del pueblo escuchando los gritos de la dueña de una tienda de ropa, una mujer que todos conocíamos por su mal carácter, aunque no tanto como el de mi vecina. Sabía que no era familiar ni amiga de Mary-Lou, pero estando ahí, pegada a su lado mientras mis oídos sangraban por el espectáculo de opera en primera fila, tenía las irremediable ganas de agarrarles las orejas y cincharlas como hacían mis padres cuando era niña y cometía una travesura bastante grande.
¿A quién se le ocurre robar un vestido de merde a pleno día solo porque tuviste un día también de merde? No sé, comete toda la comida del frigerador o sal a despotricar la vida en sí, pero no hagas una stupidité sin sentido.
¿Qué tiene que ver todo esto con el hermano de esa chica? No sé qué sucedió, pero su rostro pasó de rara-extrema-ternura a acércate-y-te-golpeo. Aunque si quería ser más específica, no había una manera concreta de definir su mandíbula apretada y los cubitos de hielo que se instalaron en su mirada, era un Maximiliano peor del que ya conocía. Parecía estar a punto de salir por la puerta de mi lado y desaparecer para siempre.
—… ¡¿Cuándo piensas pedirme perdón, extranjera de pacotilla?!
Mi nariz se arrugó. Eso estaba por debajo de lo grosero.
—No sé… o sea, cuando usted decida cerrar la boca. —respondió Mary-Lou con tono condescendiente, ni un poco preocupada de lo que estaba pasando. Eso sí, no dejaba de mirar a su hermano a cada tres latidos seguramente esperando que este le resuelva el condenado problema.
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venganza y mentiras, amigos de infancia, novela juvenil que contiene romance
Editado: 05.05.2019