La tienda de bebés es un oasis de ternura. Me muevo entre los pasillos, las manos acariciando suaves mantitas y diminutos patucos. Cada elección, una lámpara con proyecciones de estrellas, unas sábanas con conejitos bordados, un móvil que promete dulces sueños, se siente como un paso más hacia la realidad de nuestro bebé. Hay una quietud en el aire de este lugar, una promesa de futuro, que me envuelve en una burbuja de paz.
Pero entonces, un roce de familiaridad me saca de mis ensoñaciones. Al otro lado de una estantería llena de peluches, la veo. Tamara. Está de espaldas, observando una minúscula cuna de madera. Mi corazón da un pequeño brinco. ¿Tamara, aquí? Es… inesperado, por decir lo menos. Quizás esté comprando un regalo, intento convencerme. Pero la duda, como una hebra sutil, ya se ha tejido en mi mente.
Ella se gira. Nuestros ojos se encuentran. El reconocimiento en su mirada es instantáneo, seguido de una sonrisa, apenas un destello, que no llega a sus ojos. Una sonrisa que conozco bien, fría y cargada de ironía.
Nos movemos, casi sin querer, hasta que nos encontramos una frente a la otra, el pasillo estrecho pareciendo encogerse. Decido romper el hielo, aunque mi voz suena más formal de lo que esperaba.
-Tamara. Qué sorpresa encontrarte aquí.”
Ella emite una pequeña risa, seca, casi un suspiro sin alegría. Sus ojos recorren mi rostro, mi figura, deteniéndose apenas un instante en mi vientre que empieza a asomarse. -“Dione, querida. Vaya, te ves… hermosa. Radiante, diría yo.” Su tono es azucarado, pero hay un filo oculto en sus palabras.
-“Gracias,” respondo, mi voz lo más neutral posible. Estoy a punto de añadir un “hasta luego”, pero ella me interrumpe, sus ojos clavados en los míos con una intensidad que me incomoda.
-“Tengo algo que me gustaría decirte. ¿Te importaría acompañarme a la cafetería que está justo enfrente? Podríamos tomar un té juntas.” La invitación me toma por sorpresa. Una alarma silenciosa suena en mi cabeza. Mi primer impulso es una negativa rotunda. ¿Pasar tiempo a solas con Tamara? No, gracias. Pero otra parte de mí, más pragmática, me dice que si tiene algo que decir, lo dirá de una forma u otra. Quizás es mejor ahora, en un lugar público, que en una confrontación sorpresa más adelante.
Suspiro internamente. -“Está bien, Tamara. Dame un momento, solo pago mis compras.” Ella asiente, su sonrisa ahora más enigmática.
Pago rápidamente, organizando el envío a casa para no cargar con los paquetes. Luego, salgo de la tienda y la sigo a través de la concurrida acera hasta la cafetería. El aroma a café y bollería es reconfortante. Encontramos una mesa apartada, cerca de la ventana, y pedimos nuestros tés. El silencio que se instala mientras nos sirven es denso, cargado de todo lo no dicho.
Tamara toma un sorbo de su té, sus dedos delgados rodeando la taza. Luego, me mira, y su voz, baja y casi íntima, me arrastra a su relato.
“Dione, necesito que entiendas mi historia con Leonidas. Desde el primer momento en que lo conocí, sentí… una conexión. Él era diferente. Me trataba con un cariño, una atención que nunca había experimentado. Me hacía sentir especial. Siempre lo amé. Fui su apoyo incondicional. Lo seguí, lo ayudé a construir su imperio, a llegar a donde está ahora. Éramos un equipo. Un destino. Jamás, Dione, jamás imaginé que llegaría una mujer y me lo arrebataría, así, delante de mis narices.” Su voz se quiebra ligeramente, teñida de una melancolía que parece genuina. “Soy yo la que más lo ama. Yo lo conozco de verdad. Antes de que tú aparecieras, éramos nosotros se que solo era cuestión de tiempo para que el me viera.”
La escucho. No la interrumpo. Mis manos se aferran a mi propia taza, el calor me ancla a la realidad mientras ella se sumerge en su versión del pasado. Sus palabras están cargadas de idealización, de una profunda herida que aún supura. Habla de noches en vela, de planes compartidos, de sueños que, en su mente, incluían solo a Leonidas y a ella. Es la historia de una obsesión, disfrazada de amor incondicional, una narrativa donde ella es la víctima y yo, la intrusa. Me mantengo en silencio, observando la intensidad de sus emociones, el dolor evidente en sus ojos, incluso a través de la rabia. Entiendo que, para ella, este es su verdad, su dolor.
Cuando finalmente termina, su mirada implorante, esperando una confesión, una disculpa, una confirmación de su versión, tomo una respiración profunda.
-“Tamara, el amor… es un sentimiento increíblemente complejo, pero a la vez, en su esencia más pura, es muy simple.” Mi voz es tranquila, mis palabras cuidadosamente elegidas. -“Hemos idealizado tanto el amor romántico que a veces olvidamos su naturaleza más fundamental. El amor no es solo entre parejas. Las plantas aman la luz, los animales aman a sus crías, los amigos se aman, las familias se aman. Es una fuerza vital, una conexión. Pero justo por ser así de orgánico y auténtico, no se puede inyectar en el corazón como si fuera una medicina. Si no hay una chispa, una raíz genuina de amor para una persona o una cosa, no importa cuánto lo desees o lo intentes, no florecerá de la manera que anhelas, como el amor que se construye, se elige y se siente de verdad.”
La miro directamente a los ojos, tratando de que mis palabras penetren su burbuja de resentimiento. -“Siento mucho que todo ese cariño y esos sentimientos que tú albergabas por Leonidas no fueran correspondidos de la manera exacta que tú esperabas. Debe ser un dolor muy grande. Lo comprendo. Pero, por lo que he visto y por lo que Leonidas me ha compartido sobre su pasado contigo, estoy segura de que sí fuiste querida y valorada por él. No con el amor pasional, exclusivo y definitivo que tú deseabas, no con la visión de futuro que tú habías construido en tu mente, solo en tu mente. Pero Leonidas te tenía un profundo aprecio, un gran respeto por el tiempo y las experiencias que compartieron. Él siempre ha reconocido tu valía, Tamara...”